10º Aniversario. Teresa de Calcuta: ¿Santidad o Humanidad? (2/2)

Respecto a la fe, las “crisis” provienen de la discordancia o incompatibilidad entre lo que se “cree” y lo que se “vive”.
Es la dialéctica de la mente. Nos aferramos firmemente una “verdad” (teoría) que contrasta con la “realidad” (praxis) que nos rodea.
Cuando una persona vive una experiencia semejante, no lo hace desde ni por, sino como efecto del “cacao” originado en su mente por la “impotencia” de armonizar lo que se cree a nivel de fe (por tanto, aceptado sin “pruebas”) y las “pruebas reales” que está viviendo. En esa línea, su mente “se rebela” y escoge el camino de la “realidad”. El resto queda en la angustia dudosa.
Teresa de Calcuta era consciente de la ambigüedad en que vivía.
“El silencio y el vacío son tan grandes que miro pero no veo, escucho pero no oigo”.
Madre Teresa coexistía con la miseria más envilecedora. Se echó a sus espaldas la liberación de los pobres más pobres de la tierra. Encontró dificultades, oposiciones, incomprensiones... Viviendo tal estrés, no es extraño que cayera en una depresión. ¿Cómo no sentir el desaliento ante tanta injusticia, tanta desigualdad y abusos, tanta indigencia y miseria que la rodeaban?
Y le viene la escalofriante interpelación, la más humana que se puede cuestionar: “¿Y dónde está Dios?”, sinónimo de aquel “grito desgarrado” de Jesús en la cruz: “¡¡Dios mío, ¿por qué me has abandonado?!!”
(Quiero recalcar que es Marcos quien habla de este “grito estentóreo”. La tradición posterior, recogida en los demás evangelistas, suavizan este momento. Pero la realidad debió ser mucho más amarga: Jesús interpela a Dios; y lo hace desde su identidad “humana”. Es la única vez que consta que no le llama “Padre”.)
Se recurre al silencio de Dios. ¡Dios calla! ¿Y qué tiene que decir? “Todos los creyentes saben sobre el silencio de Dios”, afirma el Papa; y añade que “los creyentes a veces tenían que tolerar el silencio de Dios para entender la situación de las personas que no creen.” Como recurso paliativo no me parece mal. Es una forma de dar carpetazo al expediente. Sin embargo, este silencio plantea serios problemas a la mente . (Pero éste es otro tema)
Respecto a la Madre Teresa, se ha escrito: “Hasta la Madre Teresa, con toda su caridad y fuerza de fe, sufrió el silencio de Dios”. No estoy de acuerdo. Sufrió el silencio de Dios; pero no “con la fuerza de la fe”. Lo que ella percibe es que la “religión”, que Dios, la está “defraudando”; no sólo a ella, sino a quienes más lo necesitan: al miserable, al hambriento, al marginado, al “paria”.
Es como la persona que ama y siente que su pareja le engaña a pesar de las declaraciones “sinceras”. Las “palabras”, valoradas como “veraces” por el “amor”, contrastan con las evidentes obras engañosas. Entonces se opta por el dilema: “aguantar por amor”, vivir en permanente “masoquismo”, o “liberarse” y seguir “amando”, pero a otra persona.
Teresa de Calcuta, como tantos otros que no llevan la aureola de santidad, vivió esa misma crisis:
“La sonrisa es una máscara, una tapadera que cubre todo. Hablo como si mi corazón estuviera enamorado de Dios; si estuvieses ahí, dirías: qué hipocresía”.
Sin embargo, esa ausencia de Dios no la “derrota” ni la desanima en su diaria labor por lo más pobres de entre los pobres, sino que echa mano de su enraizada “educación cristiana”.
Los testimonios así lo confirman: Su misticismo “desapareció justo cuando empezó a trabajar con los pobres, hacia el año 1950”. Y ya no es Dios quien está presente en su “amor”, sino el “maestro” Jesús, que habló de “dar de comer, de beber, vestir...”
¿Acaso es necesario creer en un dios para dedicarse a los hombres? ¿No resulta lamentable esa dependencia? Y de hecho, esta sumisión contrasta con las parábolas del Samaritano y del Juicio Final: es el HOMBRE quien cuenta, sin necesidad de recurrir ni a religiones ni a Dios: “¿Cuándo te vimos...” Aquí no hay credos ni dogmas. No hay santidad, sino pura HUMANIDAD.
Creo que debo poner ya punto final. Una última evocación. Sin abandonar la India, recordemos a Gandhi. El no está proclamado “santo”. Tampoco necesitó a Dios.
Esta es mi opinión. De todas formas, sabemos que los comportamientos y procedimientos de la mente humana son inescrutables (misteriosos, "místicos").