Aspectos psicológicos del nacimiento de Dios.



La multiplicidad de datos siempre sirve para llegar a una verdad superior o a un enunciado general que se extrae de ellos. Esto nos sucede a quienes hemos venido hurgando durante años en los asuntos que tienen que ver con un Ser Supremo que rige los destinos del mundo, tema que a todos nos debe preocupar, a los unos porque les va en ello su salvación y a los otros porque tratan de elucidar qué sea eso de “Ser Supremo”, Dios.

La acumulación de datos, hechos, opiniones, escritos, prédicas, eventos, manifestaciones supuestas de la divinidad... puede esclarecer esa verdad derivada, pero también ocultarla. Y la mayor parte de los creyentes se estancan en determinados niveles de "datos", algunos de pura burocracia de los sacro. Aquí es el bosque el que oculta al árbol, no precisamente de la ciencia del bien y del mal, sino del mismo concepto de Dios.

La cuestión “Dios” es una de esas ideas no se sabe si inducidas o deducidas, aunque generalmente sea ambas cosas. Para muchos, los otros, el origen del concepto de Dios está en el propio hombre. La idea y la figura de Dios surgen de lo más profundo del hombre, de las pulsiones que subyacen en el hombre. Nos podrán decir que esto es pura opinión no derivada de experiencia constatada alguna... pero ¿no es igual de válida que la inversa? Por ahí discurre nuestra reflexión.

Dios no es algo que exista “ahí”. Dios es algo concebido “ahí”, por el hombre y para el hombre. Es una personificación que la "psüjé" del hombre necesita, una concreción de aspiraciones y deseos, una proyección del psiquismo humano.

Para curarse de tal enfermedad proyectiva o al menos entenderla, lo primero que debiera saber el hombre es que tal proyección existe
.

Que luego ese dios creado y proyectado sea compartido por otros o que unos pocos –sacerdotes, iglesias varias— se lo apropien para distribuirlo en forma de ritos o dogmas, es historia ligada a las distintas religiones que en la tierra han proliferado. Y que no han sido pocas.

Vayamos de forma esquemática a ese “de dónde nace Dios” según la psicología. Cada apartado podría servir de índice para un tratado ontogénico de Dios:

1. De la frustración humana. Si se quiere, y en términos tan caros a la teología, de la finitud humana. El hombre siente, sobre todo en determinadas edades, que su vida es corta, que no puede llegar a todo, que no puede dar satisfacción a sus aspiraciones...

2. Del miedo, que se manifiesta en múltiples derivaciones:
a. miedo principalmente a la muerte, que es el mal por excelencia
b. a la enfermedad
c. a los desastres naturales
d. al poder arbitrario de señores de horca y cuchillo

3. De los deseos humanos más normales y corrientes no satisfechos, que amanecen cada día con él o los genera él mismo:
a. de felicidad
b. de paz
c. de bienaventuranza
d. de posesión
e. de goce

4. De la sublimación de todo lo que de bueno hay en el hombre:
a. de la bondad
b. la solidaridad
c. la maternidad y la paternidad (ésta unida al poder y a la fuerza bruta)
d. la autoridad y el poder bien ejercidos
e. del afán de control de unos individuos sobre otros.


¿La superación de todo ello?
Muchos llegarán por reflexión propia cuando las necesidades primeras hayan sido satisfechas y pueda gozar del grado de madurez intelectual suficiente. La gran mayoría llegan a tal deducción primera simplemente por contaminación social: hoy esta reflexión que cala en él; mañana una alegría compartida que se enfrenta a sus credos; en cualquier momento no sentirse un bicho raro...

La sociedad arropa de tal modo al individuo que cuando ésta le brinda la seguridad necesaria, el hombre comienza a desprenderse de seguridades ficticias, seguridades que sólo eran placebos, sucedáneos de seguridad. En el fondo y a veces en la forma –en su pensamiento íntimo y en la expresión de tal pensamiento, cuando la oportunidad le es propicia--, seguridades que él jamás sintió como tales. Tal la religión.

Hoy la sociedad le ofrece la posibilidad de expresar libremente lo que piensa; le ofrece seguridad jurídica, al menos y nunca mejor dicho “de jure”; la sociedad le ofrece trabajo remunerado según una correspondencia pactada; la sociedad le garantiza un tratamiento sanitario altamente cualificado y en alto grado efectivo contra enfermedades otrora mortales de necesidad, sólo curables por los milagros de antaño. Hoy es más fácil desechar remedios que no curan.

¿Para qué necesita sucedáneos salvadores?. Sucedáneos, además, que cuando escarba un poco en la historia, ha visto cómo se han impuesto por la fuerza, sea la fuerza del poder político o la simple constricción social.

Sí, quedan otros aspectos por considerar –vivencias espiritualistas, deseos del corazón, superación del materialismo-- pero estos aspectos pueden ser objeto de otra reflexión.

Dicho lo dicho habrá quienes, sin detenerse a pensar en lo que aquí se dice, si será o no verdad, si habrá algo de razón en ello o no, sólo por impulsos viscerales defenestrarán a quien tales cosas se atreve a decir. Pero posiblemente también pueda haber quien dude, alguien que sienta la necesidad de investigar por su cuenta, alguien que no defenestre al mensajero, como es norma habitual en los crédulos...

Ésa es nuestra intención, no la de polemizar sobre convicciones arraigadas sino la de inocular la duda en quien esté dispuesto a poner en tela de juicio creencias arraigadas pero que hoy apenas si le sirven en su vida real.

Como diría un comentarista: ¿Y eso cómo lo sabe? No, los que así pensamos no lo sabemos, pero uno percibe que hay más lógica racional en todo ello que en la creencia de que el mundo fue creado por un ser espiritual del que no se puede conocer nada...
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