Hay personas que, independientemente de sus creencias, dan de sí lo mejor que tienen: por puro altruismo, por sensibilidad hacia los que sufren o porque se sienten unidos al mundo.
Es el sentimiento de solidaridad, sentimiento instintivo de la especie humana, que se lanza presto a sacar al niño del incendio, a consolar al herido en accidente de tráfico, a prestar ayuda en la calle al que se ha caído, a buscar al que se ha perdido...
Los creyentes, que en un primer momento sienten y actúan movidos por el mismo ánimo filantrópico que las personas normales, sacralizan dicho sentimiento y lo tornan sobrenatural. Añaden un "plus" de especulación sacra a sus actos, que en nada altera los efectos; al fin y al cabo, en nada distintos a los demás hombres. Y lo codifican en “obras de misericordia”, catorce para ser exactos.
En cuanto al reino de la "maldad", tanto crédulos como personas normales seguirán sus principios de actuación perversa, con o sin sentimiento de culpa. Los credos en ninguno de los dos casos –bondad o maldad--, influyen para actuar.