¿Combatir la religión?

Hace tiempo que sigo los consejos que me vienen del entorno más o menos familiar, porque en el fondo y en la forma, ésta a veces menos, tienen razón. Escucho y obro en consecuencia: “Déjanos en paz; nosotros creemos lo que nos parece bien; tú piensa lo que quieras, pero respeta lo que nosotros creemos...” y advertencias similares.

De ahí que de un tiempo a esta parte la religión y que alguien crea o no me está importando un comino.

La faz del cristianismo es tan poliédrica que se presta a consideraciones bien divergentes. Reconozco las grandes aportaciones de los credos a la cultura, las admiro, las contemplo o leo y me extasío ante tales aportaciones. También trato de hacer ver, sin acritud y de manera aséptica, que la contribución de la religión a la ciencia ha sido nula cuando no contraproducente, dejando aparte que grandes científicos ha habido dentro y fuera de los claustros, más que nada por huir de la vulgaridad de su existencia consagrada. También, aunque traten de obviarlo, todos reconocemos que la historia de la Iglesia ha brillado por sus hechos funestos y por dirigentes de la misma en franca contradicción con los principios que, teóricamente, decían defender y expandir.

Y con esto, ¿qué más se puede decir? ¿Ahí termina todo? ¿El pasado es tan pasado y sólo importa el presente? Pues quizá, porque así vive la inmensa muchedumbre de creyentes rutinarios, sin saber y sin pensar. Hoy muchos millones de personas siguen profesando y confesando credos con afecto y devoción, a todas luces irracionales y nunca contrastados. Hoy muchísimos encuentran consuelo y alivio de sus dolencias en la confianza que tienen en seres que para otros son producto de la mente. Hoy las enseñanzas morales de las religiones siguen siendo estímulo de conducta y aceptables por cualquier persona “de bien”.

¿Qué hacer, pues, frente a la religión? ¿Hemos de dejar que campe por sus respetos respetándola, sí, pero también aceptándola como un hecho incontrovertible? ¿Hemos de permitir que sigan engañando a mentes incautas e infantiles con afirmaciones que escapan a cualquier consideración racional? ¿Se la puede considerar como un bien social?

En este punto deberían los creyentes conceder la venia a quienes desechan todo eso para poder decir lo que les venga en gana sin recibir improperios, insultos o descalificaciones. El mismo valor deberían tener unas afirmaciones y sus contrarias. ¿Por qué las creencias de unos han de ser respetadas y, sin embargo, sus detractores se pueden ver inmersos en el Código Penal?

Pongo un ejemplo: el día del Corpus sacan en procesión por las calles de muchas ciudades, pongamos Toledo, el que dicen “Cuerpo de Cristo”. Para otros lo que exponen a la veneración de las gentes es una “forma” circular hecha de harina encerrada en costosísimos soportes, “custodias”. Loan, afirman y cantan que “ahí” está el Cuerpo de Cristo. Cierto que todo es muy bonito, las calles se alfombran con pétalos, los cantos alegran la ciudad, vistosos trajes y ornamentos deleitan a los viandantes, conmueven las expresiones de los fieles (algunos no admiran más que eso). Pero esto no encubre ni oculta el trasfondo del asunto, cual es que hagan pública una afirmación de todo punto provocativa, no compartida por la mayoría de los ciudadanos y que choca frontalmente con la razón y el sentido común.

Podrán tener derecho a manifestarse, con los permisos oportunos, como otros despliegan sus estandartes reivindicativos. Podrán tener derecho a ello, pero deberán admitir los puyazos de quien pone en la picota afirmaciones absurdas que hieren tanto el criterio racional como la sensibilidad.

Asunto peliagudo, pues, el de cohonestar creencias religiosas con detracciones sensatas. Porque a la exposición de motivos se encuentran adheridas convicciones arraigadas las más de las veces imposibles de erradicar. Porque no se sabe siquiera si es un derecho el pretender desarraigar dichos convencimientos. Porque tal confrontación puede salirse de los límites del simple careo intelectual para incidir en otros comportamientos que descalifican tanto a unos como a otros.

Sí, la historia está llena de sucesos calamitosos relacionados con tal confrontación. Pero con la salvedad de que abundan más aquellos en que, pretextando el bien de las personas y de la sociedad, la fe se ha impuesto a sangre y fuego, arruinando no sólo argumentos contrarios sino vida y haciendas de quienes simplemente pensaban de otro modo.

Hoy y en nuestro mundo occidental tanto la vida de las gentes como la manifestación de las creencias propias se desarrolla en un ambiente de paz social; hay respeto mutuo; hay permisividad; la religión cristiana ha desechado los modos de antaño; el poder civil y el religioso caminan por sendas distintas; y esto ha propiciado que la misma religión se espiritualice, por decirlo de algún modo.

Pero hay aspectos que chirrían, imposibles de dejar a un lado: la historia negra del cristianismo; el mensaje moralizante que quieren que reluzca y que, sin embargo, choca con el entramado material y conductual en que se mueven; "su verdad", es decir, las mismas afirmaciones dogmáticas imposibles de ser digerirías por cualquiera que incida en ellas.

Pero, de nuevo, la afirmación del principio: ¿Qué consecuencias se derivan del respeto debido a quienes, de buena fe, siguen prácticas rituales y creencias religiosas conviviendo con quienes quisieran ver el horizonte vital libre de soflamas religiosas?
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