Conocer por el deseo, sustento de la religión.

Alguien dijo que donde termina el conocimiento comienza la religión. (1) Más correcto sería decir que en ausencia de conocimiento, se corre tras la creencia. O, también, que el conocimiento dentro de la creencia sustituye la necesidad de conocer esa creencia. O, en sentido contrario, que cuando el conocimiento entra en las personas, la religión huye con el rabo entre piernas.

El creyente no sabe si "eso" es cierto, pero lo cree como cierto. Y si no es cierto, le da igual: le sirve. Vistas así las cosas, hasta dudamos: podría ser el único argumento que eximiera de desterrar las credulidades.

Sólo el deseo –siempre la Psicología por medio— mantiene la creencia. Pero la paradoja estriba en que ¡todas las religiones se basan en el conocimiento de determinadas "verdades"!

La creencia es un conocimiento cuando menos “raro”. Sus "historias" están pletóricas de promesas. Prometen todo, dando por descontado que nadie va a parar mientes en la nimiedad de exigir constatación.

Historias hermosas, como la creación del mundo realizada por un Dios todopoderoso, del cual nos seguimos preguntando “para qué tuvo que crear este mundo”: y siguen creyendo que eso sucedió así, que esa fue la realidad, que, si no, el mundo no tendría explicación.

Y continúan con historias de salvación que comienza con viajes turísticos por el desierto para que su Dios les dé el alimento del cuerpo y del alma y así confesarle como único, a la vez que ese mismo dios los elige como "su pueblo": y ya son ganas de cabrear al resto de la humanidad.

Y en tal periplo, aparecen zarzas que arden sin consumirse; un maná en el desierto, símbolo a su vez de otra "realidad" creída como tal realidad transcurridos unos pocos siglos siglos

Y ahí tenemos el prolífico carro --presente en tantos mitos coetáneos-- que rapta al cielo a su postillón como esperando al verdadero auriga que se hará "realidad" en la plenitud de los tiempos.

De nuevo el sempiterno mito de las escalas jacobeas que se abren y penetran en las mismas entrañas del cielo. O la necesaria presencia de los guardianes de los "fundamentos", profetas de hermosas canciones que profetizan lo que ya ha sucedido. En fin, historias que despliegan visiones del más allá, historias paulinas añadidas preludio o prefiguración de otras mentes también calenturientas como Andersen o Perrault...

Creer no sería malo si no dedujeran que eso es conocimiento y no fabulación.


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(1)B.Disraeli, hijo del escritor Isaac Disraeli, que llegó, como jefe del Partido Conservador británico, a ser Primer Ministro del R.U.
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