DRESDE: arte, historia, vida y criminales sin Nürenberg.

Podría hablar de mi experiencia "protestante", curiosidad que me llevó a participar activamente en la Gottesdinst de la Kreuzkirche, más por snobismo cultural que por piedad inexistente. Fue un verdadero gozo estético y musical. Tampoco.
Podría hablar de la gente, aparentemente hosca y huraña, podría hablar de la gran actividad cultural de esta ciudad dinámica, abierta y centro neurálgico del turismo germano, del río humano que inunda el Zwinger, el Albertinum, la Hofkirche, la Semperoper, la Terrasse, la Ronda...
Pero no. Lo que más me impresionó fue contemplar ¡todavía! vestigios patentes de lo que fueron aquellos dos días de febrero de 1945, cuando terminaba el carnaval y comenzaba la cuaresma. Miércoles de Ceniza, 14 de febrero, 1945.
Es algo que está presente en la memoria de los "dresdener" y que, sabido lo que allí pasó, se percibe por doquier. Sin el río de dólares con que también lavaron su conciencia homicida los “liberadores” americanos, Dresde habría podido enterrar sus horrores. No sucedió así, a su “muerte” primera a manos de occidentales demócratas tuvo que suceder el cementerio comunista. Horror sobre horror.
No. Dresde no puede olvidar los días 13 y 14 de febrero del 45. Siguen pesando en las entrañas de sus habitantes: murales recordatorios, lápidas en algún que otro lugar, zonas de museos habilitadas con planchas de madera, libros en todas las librerías, paredes quemadas, espacios amplísimos vallados bajo pretexto de "excavaciones arqueológicas", como el Altmarkt (Mercado antiguo), fotografías explicativas de lo que fue y de lo que se pretende, un bloque de la Frauenkirche, la Iglesia cuyo órgano conoció los dedos de Juan Sebastián Bach...

Aunque la Altstadt --la parte sur de la ciudad que el Elba divide-- quedó destruída casi en su totalidad, la gran “campana protestante”, la Iglesia de Nuestra Señora, no se derrumbó por efecto directo del bombardeo: fue el intensísimo calor generado por las bombas incendiarias el que resquebrajó la piedra arenisca hasta provocar su ruina. Un enorme fragmento de la cúpula queda en la plaza como recuerdo.
Si esto sucedió con las piedras, ¿qué pudo pasar con las personas?
Dicen que el efecto ciclón generó vientos de 250 Km/h, que la gente moría porque el aire de sus pulmones era succionado por el vacío provocado por las bombas, que los refugios se convirtieron en hornos, que las temperaturas pasaron de los 1.000 grados... En Dresde murieron más personas civiles ¿inocentes? que en Hirosima y Nagasaki. La “guerra” de cifras todavía colea: los libros hablan de 35.000, quizá por no herir susceptibilidades, pero según parece superaron los 200.000. A la vista de las fotografías y al considerar las 40.000 hectáreas de edificios destruídos, es más verosímil esta cifra que la otra.
¿Y todo por qué? Hoy se ha sabido: el Alto Mando británico quería demostrar su poder al régimen comunista. ¿Venganza? Pues también, pero una venganza urdida en oficinas de mente aséptica. Todavía más criminal.

¿Responsables? En este caso los hay. Los culpables, ordenantes de esta cobarde y repugnante masacre, fueron Winston Churchill y sir Arthur Harris, director del mando de los bombardeos ingleses, apodado “Bomber”.
¿Razones? No hay que apelar a nada. Era el final de la guerra. Era una ciudad llena de refugiados huyendo del ejército soviético a menos de 90 Kms de la capital de Sajonia. Tenía industria, pero de importancia menor. Las vías de comunicación no llevaban ya a ninguna parte. Era una ciudad llena de monumentos y museos, “la Florencia del Norte”, la llamó el poeta. Una ciudad que sabían no defendida. Matar, causar espanto, venganza coventriniana, demostrar que Gran Bretaña era otra vez un gigante...
Lord Boothby crudamente lo dijo el 5 de mayo de 1963, aquejado por algún remordimiento de conciencia mayor que el de los dos asesinos nunca juzgados y sí glorificados:
El bombardeo de Dresde fue el peor crimen que Inglaterra ha cometido. De este modo se colocó a la altura de los nazis.
Para mayor cinismo histórico, la Frauenkirche, recientemente reconstruida y masivamente visitada, lo ha sido gracias “también” a asociaciones británicas y americanas fundadas al efecto. Never mind.