Denominar para quedarse sin nómina

El asunto de los nombres lo hemos traído en repetidas ocasiones a este Blog, principalmente en relación a la denominación y al concepto "ateo". Seguimos insistiendo, porque en el poder de los nombres están los conceptos y éstos son reflejo de la realidad.
¿Pero está la realidad en el nombre? Eso es lo que pretende la creencia, que concede realidad óntica a lo que no pasa de ser pura imaginación creída, soñada y fabulada.
EL PODER DE LOS NOMBRES.-
¡Los nombres, siempre los nombres! El sometimiento de la Naturaleza y de la Historia comienza por y termina en la palabra. Hemos ganado poder "denominando las cosas" –ciencia, técnica, medicina, psicología...—y perdemos poder por culpa de "lo inexplicable". Quien tiene la palabra tiene el poder.
No hay hombre sin nombre. Si se me permite esta aliteración podríamos hablar de "Sombra que no asombra-el hombre sin nombre".
Frente a la credulidad y los baldíos que ella provoca y aunque las denominaciones de la religiosidad pasada estén ya un tanto hueras de contenido, todavía la sensatez, el sentido común y "lo razonable" siguen perdiendo la batalla. Lo religioso tiene ocupado demasiado terreno en el léxico relacionado con lo numinoso.
SINÓNIMOS.-
Me he referido varias veces en este blog al uso torticero que la religión ha hecho de las palabras, en concreto a la palabra "ateo", cargada de tintes negativos por no decir escabrosos.
Dígase lo mismo de términos similares. Escarbamos en varios diccionarios de sinónimos.
Para la palabra IMPÍO encontramos los siguientes:
incrédulo, ateo, irreligioso, escéptico, librepensador,
antirreligioso, pagano, profanador, indiferente, indevoto,
teófobo, profano, laico, irreverente, irrespetuoso,
apóstata, relapso, infiel, heterodoxo, sacrílego,
blasfemo, impenitente, inhumano (¿?)...
¡Y quizá todavía se puedan encontrar más!
¿Puede alguien pensar el por qué de tamaña desmesura lingüística? No olvidemos que para expresar un hecho o nominar una cosa, debería bastar una palabra, aunque haya otras para denominar matices del mismo hecho.
¿Pero tantas?
MÁS SINÓNIMOS.-
Siento la necesidad de repetir los sinónimos para liberarme de ellos: impío, descreído, irreverente, incrédulo; satánico, nefando, librepensador, volteriano, blasfemo...
¡Cuántos términos peyorativos han acuñado las religiones para desvirtuar la esencia de lo que se entiende por "hombre que vive según los dictados de sus propias deducciones y pensamientos"!
Términos antónimos que dejan entrever posturas vitales antagónicas:
--fe y razón, con el intento infructuoso de demostrar, ellos, que no son incompatibles y que "es razonable la fe".
--credulidad y racionalidad, dos posturas ante la vida, aunque en lo que importa, la cuenta corriente, la novia, el coche, la casa, la herencia... a la credulidad poco espacio le queda
--pío o piadoso frente a ¡normal! Es la mutación que sufre quien, tras haberse arrodillado ante el Santísimo Sacramento y haber cantado el "Tantum ergo" y rezado el "Viva Jesús sacramentado", sale del templo y se toma su chocolate con churros en el bar de la esquina: ahí terminó toda la piedad sarnosa con que querían recubrirse.
--religioso frente a civil... monja o dependienta del Corte Inglés y madre de familia... ¡Qué vidas tan radicalmente opuestas!
Pero está sucediendo lo que menos se esperaban, que, tanto los vocablos como sus antónimos, se están quedando dentro de su recinto, viven el viaje de vuelta, como los cuernos del caracol al rozarlos. Por más que "las cosas" hagan real su presencia --iglesia de... plaza de... ermita de...-- la vida ya no les pertenece. Nadie se autocalifica con sus términos manidos y sobados. Sus nombres ya no sirven en la calle, no tienen entidad ni realidad alguna.
--¿Oiga, señor kioskero, es Ud “laico”?
--¿Qué?¡No insulte, eh!... ¡Ah, ya! No, yo sólo vendo prensa, libros y revistas.