Dios necesitado de Naturaleza (5)

Continuando con nuestra elucubraciones sobre lo que, desde el agujero de los tiempos, han denominado “Dios”, nos tenemos que referir, lógicamente, a uno de los argumentos más socorridos para deducirlo, el Universo. En algún “homo sapiens” que desconocía todo sobre todo, excepto el modo de cazar animales, surgió una chispa de raciocinio o de inspiración imaginativa y, absorto ante la inmensidad de una noche estrellada, se le ocurrió decir que todo eso tenía que haberlo creado alguien, o que allá, en el fondo de todo eso, había alguien que gobernaba los astros con sabiduría para que nada de lo que veía se le viniera encima.
Pudiera ser, asimismo, que buscara un lugar para aquellos que habían sido sus predecesores. O quizá algún poder misterioso que le ayudaba o le ayudara a sobrevivir entre tanta penuria y dificultad. Los orígenes del concepto “Dios” son varios, como en los numerosos estudios antropológicos, etológicos o filosóficos se dice.
También hoy día la capacidad de asombro ante la Naturaleza es un móvil para generar los más variados pensamientos que van desde lo religioso a lo poético. Claro que también es algo que mueve a las personas a querer conocer otros entornos, lugares naturales o creaciones humanas más admirables y extraordinarias que aquellas que tiene en su entorno cercano. He aquí una deriva de la admiración por la Naturaleza que no conduce a Dios: nació el turismo.
Especialmente el universo celeste es el espectáculo más impresionante, mágico e incluso perturbador al que uno se puede entregar en las noches claras y sin luna, cuando ninguna luz artificial perturba tal visión. Lo digo por experiencia personal, contemplando a las tres de la mañana, tumbados en el campo, el espectáculo de la lluvia de estrellas cuando el planeta Tierra se adentra en las Perseidas. Como no podía ser menos, la credulidad las bautizó como “lágrimas de San Lorenzo”, para que todo quedara en casa. Pero igual de maravillosa es la profundidad de los mares. O las selvas tropicales donde se esconden hasta los temores más nimios. O el eterno retorno de la primavera que propicia la explosión de vida en los campos. O el descubrimiento y utilización de las partículas sub atómicas...
Todo en la Naturaleza mueve a emoción, aunque difícilmente se encontrará hoy a alguien que “deduzca” a Dios a través de la Naturaleza. A mayor cultura e instrucción, menos misterio. Dios o sus santos podrían llorar lágrimas en las noches de agosto y habría quien lo creyera en otros tiempos, pero tal explicación haría sonreír a un niño de seis años, que sabe ya algo de los asteroides que entran en la atmósfera a 50 Km. por segundo y en ella se desintegran.
De tales contemplaciones surgieron las preguntas. ¿Y todo esto por qué? ¿Y quién mueve los astros? ¿Y de dónde surge la vida? ¿Y quién guía el sol que nace todos los días y todos los días se sumerge en el caos de la noche? El primer asombro condujo a tales preguntas. Y el hombre, alno encontrarlas, creó las respuestas. Así hasta hoy. Maravillosas las consideraciones del húngaro Tihamer Toth en su obra para adolescentes “El joven creyente” o las estupendas tonterías que se extraen de las mil ediciones de los Testigos de Jehová, “The Watch Tower”, sea ante la contemplación de las cataratas de Iguazú o ante la complejidad del ojo de la mosca. ¡Todo obra de Dios! Y además, como lo dice el Libro de los Salmos…
El argumento teísta es bien simple, aunque tomos enteros se han escrito para explicitarlo. En esencia, ésta es la lógica que anima tal silogismo: el Universo es complejo, sorprendente e inagotable. El universo no pudo ni hacerse a sí mismo ni surgir de la nada (se da por supuesto que todo lo que existe exige una “causa suficiente”). La única causa eficiente posible es Dios (con las características que supuestamente se le atribuyen y que, por citar algunos, tratadistas como Maimónides,3 san Agustín o Al-Ghazali han expuesto en sus obras).
Con relación a la nada que nada genera, los escolásticos decían que “ex nihilo nihil fit”, es decir, “de la nada, nada se hace”. Esto parece evidente. Y resulta “lógico” pensar que la Naturaleza no surgió de la nada.
Respecto a este supuesto principio se pueden aportar algunos considerandos. Parecería como si “la nada” fuera un ente, un como recipiente vacío de donde no se pudiera extraer cosa alguna, una causalidad, bien que vacía. Hablar de la nada no tiene sentido alguno, porque es ausencia de toda cosa, por lo tanto ni siquiera se puede concebir. La frase “ex nihilo…” carece de sentido, incluso como argumentación en contra de algo, en este caso el Universo.
Pero al formularlo, sí se le concede entidad a “la nada”. Sería algo así como una fuente no conocida, un estado previo a todo, incluso del conocimiento. No es falso, simplemente no se puede evaluar ni por sí ni por no. Nadie ha aislado alguna vez un poco de "nada" para poder experimentar con ella, no sabemos si efectivamente de la nada, nada sale o si a veces sale algo o si todo sale de la nada (en la Biblia se dice que Dios creó el mundo “¡de la nada!”). Simplemente no sabemos.
Es curioso que tales principios, el de causalidad necesaria y el de que “de la nada, nada surge” se hayan de aplicar a la Naturaleza pero no al “invento” de Dios. ¿Por qué? Ah, porque sí. Por lógica, porque a Dios le asignan tales caracteres y a la Naturaleza otras. Algo falla en la argumentación.