ESCUELA DE ELEA: PARMÉNIDES / 2


ἔστι γὰρ εἶναι,μηδὲν δ᾿ οὐκ ἔστιν// Pues existe el ser, pero la nada no existe (Parménides)

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A partir de la premisa básica, aceptada por la razón y con necesidad lógica, “sólo el ser es y el no ser no es”, Parménides deduce las características o atributos del ser:

El ser es Uno y único (monismo ontológico). Con ello se niega la pluralidad de seres o entes. Si hubiera varios o muchos, estarían separados por el no ser, lo que es absurdo. El ser de Parménides, tomado en sentido unívoco, se refiere al Todo-Uno (hèn kaì pân ), en contraposición a la pura nada. Acepta, así, el Uno de la lista pitagórica de opuestos y niega el dualismo.

El ser es inmutable (atremès o akíneton, epítetos negativos, que niegan el cambio y el movimiento). La hipótesis del cambio supondría un paso de la nada al ser o del ser a la nada. Pero de la nada nada sale (ex nihilo, nihil fit, en expresión latina posterior). Nada procede de lo no-ente (tò mè ón). Acepta, así, el reposo (eremoûn) de la lista pitagórica, opuesto al movimiento. Aristóteles, con la analogía del ser (“se dice de muchas maneras”), hará posible el cambio con la distinción entre ser en potencia y ser en acto. Entre la pura nada y el ser actual, está el ser potencial, aquello que todavía no es, pero puede llegar a ser, como la semilla con respecto al árbol desarrollado.

El ser es eterno, lo que implica la negación del tiempo. En realidad no existe el pasado ni el futuro, sino solo un presente eterno, sin principio ni fin (atéleston). El ser es, pero no fue ni será. El pasado (ya) no es y el futuro tampoco existe. Pasado y futuro pueden existir en la conciencia, de forma subjetiva, pero no en la realidad, fuera de la mente. La tesis de la eternidad del ser contradice la hipótesis teológica de la creatio ex nihilo del futuro cristianismo, pues de la nada nada sale. El Dios cristiano es infinito, frente al mundo creado que es finito, pero siendo el verdadero ser absoluto, es tan eterno como el ser de Parménides, pues es impensable que surja de la nada.

El ser es ingénito e incorruptible. Ni nace ni perece, es no engendrado (agéneton) y no perecedero (anôlethron). Las cadenas firmes de la diosa Díke así lo determinan. Si todo lo que existe se generara y llegara a ser, vendría del no ser, y si pereciera se daría un paso a la nada, lo que es absurdo. Por tanto, la generación y la corrupción son impensables para la razón, aunque parezcan evidentes a los sentidos.

El ser es homogéneo (homoîon), continuo (synechés) en su interior, compacto e indivisible (oudè diairetón). Al ser pleno se niega el vacío pitagórico (vacuum), pues todo está lleno de ente (pân d’empleón estin eóntos). La unidad excluye toda división en partes. Es finito y similar al volumen de una esfera bien redonda (eukýklou sphaíres), analogía sin duda pitagorizante. Parménides acepta aquí el límite (péras), que encabeza la lista pitagórica, opuesto a lo ilimitado (ápeiron), que está en la lista de lo malo (tò kakón).

Conviene aclarar que para los griegos el límite y la finitud denotan perfección, frente a lo ilimitado a infinito, que denotan imperfección. La esfera geométrica simboliza la perfección, no tiene comienzo ni final, ni está dividida. Tanto Platón como Aristóteles conciben un cosmos finito y habrá que esperar a la edad moderna para que se valore lo infinito por encima de lo finito. Concluyendo, el ser de Parménides es el Todo-Uno, idéntico a sí mismo, sin diferencias cualitativas ni cuantitativas. Parménides se opone tanto al monismo de los milesios, en especial al ápeiron de Anaximandro, como también al dualismo pitagórico de límite e ilimitado, que pertenece al mundo de las apariencias.

En la segunda parte del poema aparece, de forma breve e incompleta, la vía de la opinión, que siguen los sentidos para llegar a meras apariencias. Parménides pasa, así, del objeto de la razón (el ser) a los objetos de los sentidos (tà aisthetà= las cosas sensibles). El valor de los sentidos queda eliminado frente a la razón y habrá que esperar a los pluralistas (Empédocles o Anaxágoras) para recuperar su valor epistemológico.

Frente a la claridad de la aletheía (=verdad) está la dóxa (=parecer), que es ocultamiento. De forma análoga, el racionalista Descartes en el s. XVII defenderá la evidencia de las ideas claras, que proceden de la razón, frente a las oscuras que vienen de los sentidos. Éstos llevan a los mortales por la senda (hodós) ilusoria de la oscuridad (skótos) frente a la luz (phôs o nýx), por donde los “mortales ignorantes vagan bicéfalos” (brotoì eidótes oudèn pláttontai, díkranoi), combinando los contrarios (antikeímena), lo que implica la contradicción de sostener que “algo es y no es”.

La segunda vía parece estar dirigida no solo contra la mayoría de los mortales, a los que califica de “ciegos y sordos” sino contra la física de los jónicos. Polemiza, en efecto, contra los milesios, que afirmaban la génesis de lo múltiple a partir de un solo principio (agua, aire, fuego), pero también contra el movilismo de Heráclito (intercambio de los contrarios) y contra el dualismo de los pitagóricos (lleno y vacío, límite e ilimitado, luz y tinieblas). Pero el monismo de Parménides tiene un sentido ontológico diferente al monismo de los jónicos, pues no es reductible a un principio material.

Algunos intérpretes, como W. Jaeger, Kirk – Raven y otros, afirman la existencia en el poema de una “tercera vía” que sería una combinación de las dos primeras: las cosas sensibles son y no son, aparecen y desaparecen. La vía de la opinión implica aceptar los dos opuestos sensibles, que se intercambian (luz y oscuridad, caliente y frío etc.). Parménides salva lo inteligible frente a los objetos sensibles (tà aisthetà), como luego hará Platón, por lo que algunos estudiosos ven en el poema un dualismo latente, tanto ontológico como gnoseológico, que más tarde desarrollará Platón.

Las dos vías del poema son, pues, antitéticas e irreconciliables. Se podría decir que Parménides, pese al apoyo firme de su discípulo Zenón, salva el ser, pero no los fenómenos, salva la unidad, pero no la pluralidad, lo que será un reto para los pluralistas y más tarde para Platón y Aristóteles.
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