LAS EXPLICACIONES RACIONALES CONVENCEN MÁS Y MEJOR.

Añadamos al título que una explicación biológica, psicológica, antropológica, incluso filosófica de la vida convencen más y mejor que cualquier explicación crédula.
Dicen los que explican la vida desde criterios celestiales que los hombres son malos. Y ponen los medios para que no lo sea. Dicen que el demonio ha hecho presa en la humanidad. Y buscan juros y conjuros para expulsarlo. Dicen que el pecado seduce, empuja y pervierte a los hombres. Dicen también que Jesucristo vino a liberar al hombre del mal. Dicen que gracias al bautismo el hombre se redime de la mácula original. Dicen que gracias a un sacramento --la penitencia--, podemos ir limpios al cielo. ¡Dicen tantas cosas para sustentar la creencia de que el hombre es malo...!
Frente a eso, los que pensamos un poco y buscamos otra causa más humana, “creemos” explicaciones más sencillas. Es cierto que en el hombre parece existir una maldad congénita. Pero no porque el hombre sea malo. Simplemente porque somos así: nuestra constitución biológica es la que es, racional en determinadas circunstancias, emocional en otras, hormonal en todas, sujeta a reflejos cuando conviene, egocentrista siempre...
Todas las funciones humanas tienen su asiento en estructuras biológicas. Eso de “el alma como informante” del cuerpo es un cuento chino, más debido a ignorancia original que a ínsita malicia. ¡Pero una ignorancia que es además voluntaria e interesadamente consentida y mantenida por instituciones humanas! Esto es lo grave.
Los lóbulos prefrontales, donde se produjo la curvatura que dio origen a la reflexión y al conocimiento, no tienen la capacidad plena para regir la conducta condigna; otras áreas corticales, hipotalámicas o límbicas parecen tener capacidad autónoma para reaccionar a los estímulos externos. Si dicho estímulo excita tales centros nerviosos la conducta será la que sea, pero no la más adecuada a la sociedad y a lo que una consideración racional exigiría.
Será la que al individuo convenga por instinto o por formaciones reactivas adquiridas a lo largo de su vida. Y por más que dicho estímulo también incida en el prefrontal, no es éste el que decide. Es más, muchas veces “se pone a su servicio”.
Y el hombre, al ser como es, se hace reo de infelicidad, sufre trastornos de todo tipo, provoca dolor y aflicción a los demás. No es plenamente feliz pudiendo serlo.
¡Esto es tan sencillo y tan fácil de entender! Pues no. Todo es fruto de un “pecado orginal” que nadie sabe de dónde se lo han sacado, que responde a explicaciones simbólico-mágico-míticas que sirvieron en su tiempo para cortocircuitar dudas y temores.
Es arduo y cuesta tiempo y esfuerzo entender determinadas explicaciones. Alimentar a la razón no es fácil, lleva muchos años de estudio, exige nutrición continua... pero la gratificación es alimento del mismo esfuerzo. Incluso cuando esos científicos a los que acude el profano se equivocan o cuando traducen teorías a recetas, iluminan más que cuando los fieles asisten a ceremonias donde los acérrimos creyentes buscan afanosamente cuadrar el círculo o entender lo que el Creador quiso cuando quiso lo que quiso.
Leí a Darwin en su tiempo y me convenció. He desmenuzado las obras de Adler, Freud, Jung, Piaget, Eysenck, Skinner y cientos más y han satisfecho mi entendimiento de la conducta. Es la tercera vez que hinco el diente a las teorías de Hawkins, “Breve historia del tiempo”. No fui capaz la primera vez de entender siquiera lo que decía. En determinado momento me perdía. Pero releyendo y releyendo, mi maravilla –mental— crecía de grado al dictado de lo que iba descubriendo. Quizá esté equivocado. Ésa es la duda. Pero de lo que estoy seguro es de que Moisés y su zarza ardiendo no explican absolutamente nada y que la teoría salvadora de la progresión Dios-Trinidad-Verbo-Jesús-Cristo, por ese orden, no lleva a ninguna parte. Les concedo la misma legibilidad y credibilidad estética que a Harry Potter o la Odisea.
Los creyentes encuentran consuelo en sus explicaciones. No les privamos de él. Si les sirve... Eso sí, tratamos por todos los medios de que entiendan que la explicación científica es más gratificante que el mito. Descubrir los secretos de la naturaleza, saber los motivos, abrir la caja de lo que antes era misterioso, incluso el hecho de saber que se está buscando por la vía correcta, todo eso convierte al hombre en hombre.
Lo otro, lo dicho arriba, no es sino una alienación sin sustancia.