Escarceos bíblicos (5) El avispero prometido.

El momento cumbre en la ruta de Israel hacia la Tierra de Promisión se puede cifrar en la toma de Jericó, tras lo cual las tribus que habían salido de Egipto, probablemente con el añadido de otras, se establecen en Canaán. La Biblia habla de doce tribus, descendientes de los hijos de Jacob. En aquellos tiempos las aprendíamos de memoria: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín. Según los estudiosos de la Biblia, nombres de distintos clanes, lo que en términos históricos se denomina una “anfictionía” o unión de tribus. Cada una recibió de Josué una parcela en Canaán o Palestina, la tierra que “mana leche y miel”, territorios con mayor extensión que el actual Estado de Israel.

No les podía haber asignado el misericordioso Yahvé peor lugar: Palestina fue y sigue siendo un lugar “de paso” y por lo tanto en el epicentro de la confrontación entre pueblos y culturas, lugar apetecido por todas las grandes potencias, desde los asirios hasta los otomanos y luego los ingleses. Un lugar, por otra parte, que ya tenía dueño, los filisteos, que a su vez lo habían depredado de sus anteriores habitantes. Un territorio del que cuesta sacar la leche y la miel de que hablan. Un ecosistema, a fin de cuentas, donde su fauna vive en un permanente conflicto por la supervivencia.

Y así siguen, palestinos e israelíes los unos en un irredentismo permanente y alzando muros de cinco metros los otros, muros para no quedar mal ante el mundo caso de tener que solventar las disputas a pepinazos.

Las doce tribus de Israel asentadas en Canaán tenían a su alrededor pueblos para nada amistosos, con los cuales no se podía hacer pactos de ningún tipo, dado que les habían arrebatado territorios propios. Amonitas, moabitas, amalecitas, fenicios y, sobre todo, filisteos; y siempre pendientes de otros más temibles, los poderosos asirios, babilonios y egipcios. La relación con cada uno de ellos dependió de circunstancias varias, con alianzas que parecerían contra natura o enfrentamientos armados.

Los filisteos fueron los que con más denuedo combatieron a los israelitas, infringiéndoles sucesivas derrotas hasta que a su vez fueron derrotados por David (II Samuel, 5, 25). Según dicen los historiadores, los filisteos formaron parte de los llamados “pueblos del mar”, procedentes del Egeo, que acabaron con los hititas y que, frenados por Ramsés III en su intento de invadir Egipto (1.190 a.C.), se asentaron en la franja occidental del Oriente Próximo, Canaán y Fenicia.

De ellos, los “filistinos” o “pehishtim”, da cuenta Flavio Josefo. Los israelitas los consideraban “raza infrahumana” por ser incircuncisos. En Canaán formaron una liga de ciudades-estado, siendo las más importantes Asdod, Ascalón, Ecrón, Gat y Gaza. Sus dioses eran comunes a los de la zona del Mar Egeo, resaltando el culto a la fertilidad, algo abominable para Yahvé pero de gran impacto entre los israelitas. El relato de la expulsión del Paraíso tiene que ver con este culto. Aparte de sus adelantos técnicos en instrumentos agrícolas y armas, que adquirían los israelitas, los filisteos fueron conocidos por su afición a la música.

La relación de Israel con los filisteos, tal como vemos en los libros de Samuel, tuvo sus altibajos, con periodos prolongados de paz, pero siempre al acecho unos de otros con guerras intermitentes. Tras la destrucción del actual asentamiento arqueológico de Ecrón, la ciudad más importante de los filisteos (Acarón en Samuel) los filisteos desaparecieron como nación.

Aparte de este complejo panorama geopolítico y de las relaciones del pueblo de Israel con sus vecinos, destacamos un aspecto importante de la sociedad hebrea en relación al matrimonio y a la formación de la familia. La poligamia, más correctamente la poliginia, era frecuente en la sociedad hebrea, algo que se ha mantenido entre los musulmanes. Dado que el matrimonio tenía una única finalidad, cual es la procreación y la perpetuación patrimonial, si ésta no se daba, el “pater familias” se procuraba otros medios, generalmente logrando descendencia con esclavas. Tener descendencia era una bendición de Yahvé, fuese por los medios que fuesen.

En la crónica real se nos dice que David llegó a tener ocho esposas. Procreó hasta veinte hijos entre esposas y concubinas. Bendición de Yahvé. Y más bendecido fue su hijo y heredero Salomón. Parece ser que Yahvé le concedió no sólo sabiduría sino multitud de mujeres a su disposición: dicen que tenía, para “usar” de ellas cuando le viniera el ansia, unas mil.

Cierto que eran costumbres de la época y que así se hacía en esos tiempos, pero ¿tenía Yahvé que someterse a esas costumbres? ¿Le parecían bien? ¿No sabía que la Iglesia que vendría después le podría llamar la atención? ¿Y que ésta prescribiría el matrimonio monógamo? En fin, misterios de la “revelación”.

Pero por éstas y otras costumbres, lo que se desprende de los reyes de Israel es que eran moralmente unos degenerados. Y unos déspotas redomados. Eso sí, siempre bendecidos por Yahvé. Un dechado de perversión. Se muestran viles, rastreros, sinvergüenzas, impostores… La Biblia lo dice.

Cualquier creyente que respondiera con lógica a lo que se desprende de la lectura de estos textos se preguntaría por la espiritualidad que emana de los mismos. Uno no calibra la experiencia religiosa, los rezos apropiados, la protección divina, la inspiración de Yahvé… que se puedan generar en un harem.

Pero, como suelen decir quienes se acercan a leer aquí y sabiamente comentan, los designios de Dios son “inescrutables”. Arguyen que los demás, hipercríticos de todo, sólo nos fijamos en nimiedades sin alzar el pensamiento al camino espiritual que traza la Biblia y a lo que es la esencia del mensaje de Yahvé.
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