FILOSOFÍA GRIEGA Y CRISTIANISMO/3
El griego es ciego para el trasmundo, para lo sobrenatural. El cristiano, por su parte, es ciego para el intramundo, para la naturaleza (Ortega y Gasset)
Lo mejor de la religión es que produce herejes (Ernst Bloch).
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El encuentro de filosofía y cristianismo no comienza propiamente en el s. II de la era común, como a menudo se ha sostenido, puesto que el cristianismo ya nace helenizado (véase Antonio Piñero (ed.): Biblia y Helenismo. El pensamiento griego y la formación del cristianismo, edit. Almendro).
El medievalista Etienne Gilson, en El Espíritu de la filosofía medieval, utiliza la metáfora del matrimonio para expresar las tensas relaciones seculares entre cristianismo y filosofía griega. Pero, si hubo nupcias, éstas fueron más bien con su madre, como ha sugerido algún historiador.
Al final de la Edad Media, el franciscano Guillermo de Occam, en nombre de la fe cristiana, declara la disolución de un matrimonio de conveniencia, por estar contaminado de paganismo.
Tal era el caso, por ejemplo, de las Ideas ejemplares, de origen platónico y neoplatónico, que atentaban contra el dogma de la omnipotencia divina y del necesitarismo griego que negaba la libertad absoluta de la voluntad de Dios.
Cristianismo y filosofía griega eran dos mundos antitéticos, sin posibilidad de síntesis o conciliación, pues la razón filosófica choca constantemente con la fe en la revelación, como vieron los averroístas latinos de la universidad de París en el s. XIII.
La helenización del cristianismo es un largo proceso que se da en varias fases, cada vez más intensas, destacando sin duda la escuela alejandrina de Clemente y Orígenes.
Pero la intensidad de la mezcla sincrética aparece sobre todo en la teología agustiniana y culmina en la gran síntesis tomista con el apogeo de la escolástica en el s. XIII.
La fuerte potencia intelectual de la filosofía griega, especialmente del platonismo, sedujo primero a los judíos (Filón de Alejandría es el caso más notorio) y luego a los cristianos. La versión de los LXX o Septuaginta, de la biblia hebrea al griego es deliberadamente filosófica y un factor básico en la helenización del judaísmo. La versión griega de los LXII será la citada por Pablo y los evangelistas.
A partir del s. III e.c., será el neoplatonismo quien seduzca a los teólogos cristianos, en especial a Agustín. Y durante los siglos medievales Platón será el filósofo griego que más influya en la teología cristiana, hasta la aparición del aristotelismo en occidente a principios del s. XIII. Ello sin olvidar las aportaciones del estoicismo al campo de la moral cristiana, ya manifiesta en las cartas paulinas.
La importancia de los conceptos técnicos de la metafísica griega, tales como lógos, ousía (substancia), phýsis (naturaleza), hipóstasis (substancia), relación etc., fue enorme para la formulación ortodoxa de los dogmas cristológicos y trinitarios.
Piénsese en la polémica del “homooúsios”, donde se discutía la consubstancialidad del Padre y del Hijo en el dogma trinitario, dentro de la controversia arriana.
O el problema de la “transubstanciación” en la interpretación del sacramento (misterio) de la eucaristía, donde el pan y el vino se convierten en el cuerpo y sangre de Cristo bajo los accidentes de pan y vino. La doctrina ortodoxa de Trento expresaba con categorías aristotélicas el dogma de la presencia real, no simbólica, con el pertinente anatema contra Lutero.
El historiador francés Charles Guignebert (cfr. El cristianismo antiguo), señala cómo los grandes y complejos debates teológicos, en clave metafísica griega, se desarrollaron en Oriente y en lengua griega, especulaciones difíciles de entender para los Padres occidentales, que se expresaban en latín y más centrados en los problemas prácticos de la moral, como el pecado original, la gracia o el libre albedrío en la controversia pelagiana.
Finalmente, hay que señalar cómo la ortodoxia se abre paso y se impone en los primeros concilios convocados por el emperador (Nicea, Éfeso, Constantinopla, Calcedonia) a golpe de anatema frente a los diversos grupos heterodoxos. En estas duras disputas sobre la ortodoxia y la heterodoxia de la doctrina, que recorre toda la historia del cristianismo hasta hoy, habrá vencedores y vencidos.
Éstos últimos, los enemigos internos de la gran Iglesia, serán declarados herejes y perseguidos como tales en aras de la defensa de la integridad de la Verdad cristiana (véase A. Piñero: Los cristianismos derrotados y Bart Ehrmann:Los cristianismos perdidos).
Entre los cristianismos heréticos más relevantes de los primeros siglos podemos citar el marcionismo, montanismo, gnosticismo, docetismo, arrianismo, nestorianismo, priscilianismo, pelagianismo, monofisismo etc.).
Resulta totalmente imposible conocer la historia del cristianismo sin conocer las numerosas herejías con los respectivos heresiarcas, amantes del pensamiento libre más allá de los límites de la ortodoxia impuesta por la iglesia católica, desde Nicea hasta nuestros días.
Lo mejor de la religión es que produce herejes (Ernst Bloch).
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El medievalista Etienne Gilson, en El Espíritu de la filosofía medieval, utiliza la metáfora del matrimonio para expresar las tensas relaciones seculares entre cristianismo y filosofía griega. Pero, si hubo nupcias, éstas fueron más bien con su madre, como ha sugerido algún historiador.
Al final de la Edad Media, el franciscano Guillermo de Occam, en nombre de la fe cristiana, declara la disolución de un matrimonio de conveniencia, por estar contaminado de paganismo.
Tal era el caso, por ejemplo, de las Ideas ejemplares, de origen platónico y neoplatónico, que atentaban contra el dogma de la omnipotencia divina y del necesitarismo griego que negaba la libertad absoluta de la voluntad de Dios.
Cristianismo y filosofía griega eran dos mundos antitéticos, sin posibilidad de síntesis o conciliación, pues la razón filosófica choca constantemente con la fe en la revelación, como vieron los averroístas latinos de la universidad de París en el s. XIII.
La helenización del cristianismo es un largo proceso que se da en varias fases, cada vez más intensas, destacando sin duda la escuela alejandrina de Clemente y Orígenes.
Pero la intensidad de la mezcla sincrética aparece sobre todo en la teología agustiniana y culmina en la gran síntesis tomista con el apogeo de la escolástica en el s. XIII.
La fuerte potencia intelectual de la filosofía griega, especialmente del platonismo, sedujo primero a los judíos (Filón de Alejandría es el caso más notorio) y luego a los cristianos. La versión de los LXX o Septuaginta, de la biblia hebrea al griego es deliberadamente filosófica y un factor básico en la helenización del judaísmo. La versión griega de los LXII será la citada por Pablo y los evangelistas.
A partir del s. III e.c., será el neoplatonismo quien seduzca a los teólogos cristianos, en especial a Agustín. Y durante los siglos medievales Platón será el filósofo griego que más influya en la teología cristiana, hasta la aparición del aristotelismo en occidente a principios del s. XIII. Ello sin olvidar las aportaciones del estoicismo al campo de la moral cristiana, ya manifiesta en las cartas paulinas.
La importancia de los conceptos técnicos de la metafísica griega, tales como lógos, ousía (substancia), phýsis (naturaleza), hipóstasis (substancia), relación etc., fue enorme para la formulación ortodoxa de los dogmas cristológicos y trinitarios.
Piénsese en la polémica del “homooúsios”, donde se discutía la consubstancialidad del Padre y del Hijo en el dogma trinitario, dentro de la controversia arriana.
O el problema de la “transubstanciación” en la interpretación del sacramento (misterio) de la eucaristía, donde el pan y el vino se convierten en el cuerpo y sangre de Cristo bajo los accidentes de pan y vino. La doctrina ortodoxa de Trento expresaba con categorías aristotélicas el dogma de la presencia real, no simbólica, con el pertinente anatema contra Lutero.
El historiador francés Charles Guignebert (cfr. El cristianismo antiguo), señala cómo los grandes y complejos debates teológicos, en clave metafísica griega, se desarrollaron en Oriente y en lengua griega, especulaciones difíciles de entender para los Padres occidentales, que se expresaban en latín y más centrados en los problemas prácticos de la moral, como el pecado original, la gracia o el libre albedrío en la controversia pelagiana.
Finalmente, hay que señalar cómo la ortodoxia se abre paso y se impone en los primeros concilios convocados por el emperador (Nicea, Éfeso, Constantinopla, Calcedonia) a golpe de anatema frente a los diversos grupos heterodoxos. En estas duras disputas sobre la ortodoxia y la heterodoxia de la doctrina, que recorre toda la historia del cristianismo hasta hoy, habrá vencedores y vencidos.
Éstos últimos, los enemigos internos de la gran Iglesia, serán declarados herejes y perseguidos como tales en aras de la defensa de la integridad de la Verdad cristiana (véase A. Piñero: Los cristianismos derrotados y Bart Ehrmann:Los cristianismos perdidos).
Entre los cristianismos heréticos más relevantes de los primeros siglos podemos citar el marcionismo, montanismo, gnosticismo, docetismo, arrianismo, nestorianismo, priscilianismo, pelagianismo, monofisismo etc.).
Resulta totalmente imposible conocer la historia del cristianismo sin conocer las numerosas herejías con los respectivos heresiarcas, amantes del pensamiento libre más allá de los límites de la ortodoxia impuesta por la iglesia católica, desde Nicea hasta nuestros días.