FILOSOFÍA GRIEGA Y CRISTIANISMO /1

Después de una larga temporada, que no ha sido para él de vacaciones, sino dedicada a menesteres intelectuales de los que extrae los artículos que siguen, recobramos para nuestro solaz a nuestro colaborador PROMETEO. A la par que le damos la bienvenida, esperamos de su sosegado verbo, luz o visión novedosa que nos ayude a entender aspectos profundos de la relación entre la filosofía griega y el cristianismo.


Jesús no fue cristiano, sino judío (Julius Wellhausen)

Jesús anunció el Reino y lo que llegó fue la Iglesia (A.Loisy)
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El estudio de la religión cristiana puede hacerse desde tres perspectivas, que necesitan una demarcación epistemológica para evitar confusión y falacias:

a) la teológica y eclesiástica tradicional, que intenta pensar y justificar los dogmas de fe, fundados en la autoridad de la Revelación, aceptada por fe. Es el método de la medieval “fides quaerens intellectum”, la fe que busca el entendimiento;

b) la filosófica, que estudia “la religión” desde un punto de vista puramente racional, como hicieron en la modernidad Spinoza, Kant, Hegel o Feuerbach, entre otros;

c) la científica, la más contemporánea, que estudia “las religiones” utilizando una metodología científica. Entre ellas están la historia, la antropología, la sociología, la psicología o la fenomenología de la religión
.

El enfoque científico concuerda con el filosófico en que ambos son racionales y no se fundan en una fe religiosa. La filosofía y la ciencia son indagaciones humanas de la verdad o aproximaciones a la misma. Su punto de partida es el escepticismo moderado, pues se indaga lo que no se sabe (el “escepticismo organizado” es una valor básico de la ciencia, según el sociólogo Merton).

En cambio, la teología trata de justificar racionalmente las verdades que ya se poseen por fe y por revelación divina. Su punto de partida epistemológico es el dogmatismo, no el escepticismo.

Las teologías cristianas son muy diversas a lo largo de la historia, pero todas tienen en común la aceptación previa de los dogmas de fe como punto de partida, por lo que su búsqueda de la verdad es aparente. En realidad, tratan de justificar la verdad que ya poseen desde la fe.

El cristianismo no es una filosofía, sino ante todo una religión de salvación junto a otras precristianas, varias de las cuales proliferaban en la época helenística con sus respectivos dioses salvadores (Dionisos en Grecia, Atis y Cibeles en Frigia, Adonis en Siria, Osiris en Egipto, Mitra en Persia etc.), que nacen y resucitan, ofertando la inmortalidad a los practicantes de los ritos mistéricos.

La eucaristía paulina (1 Cor 11, 23) se inspira en los misterios paganos y algo semejante sucede con el rito bautismal. Como afirma Antonio Piñero, Pablo en el mercado salvífico helenístico hace una oferta mejor y además gratis: con la fe en el Mesías Jesús y los ritos mistéricos del bautismo y la eucaristía, uno puede ganarse la salvación, ahorrándose los caros viajes a Eleusis.

El predicador galileo y profeta apocalíptico Jesús de Nazaret proclamó la llegada inminente del reino de Dios (basileía toû theoû), un reinado teocrático integral, no sólo espiritual, como afirmarán Pablo y el cuarto evangelio (“mi reino no es de este mundo”), sino temporal y mundano (weltliches Reich lo llama Reimarus), al menos en su primera fase, que habría de establecerse en la tierra de Israel con plenitud de bienes materiales y que implicaba la expulsión de los romanos como potencia invasora de la tierra que solo pertenece a Yahvé.

Jesús fue también un visionario, profeta escatológico (de éschaton, fin), que esperaba el fin de los tiempos para muy pronto (incluso dentro de su generación), como también lo esperaba Pablo (1 Tes, 4) y la primera comunidad judeocristiana de Jerusalén, dirigida por Santiago, hermano carnal de Jesús, denominado el hermano del Señor (“adelphós toû Kyríou”).

Pero la profecía del fin del mundo no se cumplió. Jesús se equivocó y sus expectativas le fallaron. Primero fracasa su predicación en Galilea y luego en el fatídico viaje a Jerusalén fue arrestado y ejecutado por el poder romano por delito de sedición, como otros rebeldes sediciosos contra Roma.

El titulus crucis (Iesus nazarenus, Rex iudaeorum) indicaba, entre otros indicios en los textos evangélicos, la causa de la ejecución: su pretensión de ser Mesías-Rey, liberador de Israel (Lc 24, 21).

Jesús nació, vivió y murió como un perfecto judío, sin duda muy piadoso. Desde el punto de vista histórico, nunca fue cristiano ni mucho menos fundador del cristianismo ni de ninguna iglesia cristiana, pues se mantuvo siempre dentro del estricto marco del judaísmo, cuya religión trató de reformar.

Lo único que fundó Jesús fue un movimiento itinerante de discípulos, de los cuales 12 representaban simbólicamente a las 12 tribus de Israel, que Yahvé habría de reunir de nuevo, de acuerdo con la teología de la restauración.

Jesús es más bien el fundamento sobre el que se edificó la nueva religión cristiana, a partir de la fe de sus discípulos en su resurrección, exaltación y posterior divinización. Un Jesús convertido en Cristo, Hijo de Dios y salvador, tal como aparece en las cartas paulinas y en los cuatro evangelios, que dependen de la teología paulina.

El investigador alemán Reimarus en el s. XVIII distinguió de forma radical entre lo que pretendía Jesús, un Mesías fracasado, y lo que después de la muerte de su maestro esperaban sus discípulos. Éstos, reinterpretando la figura del Mesías a partir de las profecías bíblicas que hablaban del “siervo sufriente” del Deuteroisaías, esperaban el pronto retorno (parusía) del Cristo glorioso, a quien creían que Dios había resucitado, para restaurar de forma definitiva su Reino. Pero la parusía se aplazó sine die.

Como dirá el exégeta R. Bultmann, Jesús pasó así de predicador del Reino de Dios a ser él mismo predicado por sus discípulos, en especial por Pablo, principal arquitecto y diseñador de la nueva religión, modelada a semejanza de los cultos mistéricos. Sin Pablo, el cristianismo o bien no existiría o sería totalmente diferente.
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