Guillermo de Ockham: a pesar de todo, pensaba.


Filósofo y teólogo medieval cuyas deducciones todavía tienen vigencia, pero que en su tiempo pudieron costarle caro de no haber puesto tierra de por medio. Murió en Munich en 1349, dicen que por la peste negra. Quizá también embargado por la desesperación y el miedo.

Franciscano, con lo que eso quería decir en esos tiempos y con la vitalidad inicial de tal Orden: idealista de la pobreza frente a tiempos de relajación papal, entonces de turismo por Avignon (1324).

De Ockham conocemos su legado filosófico. Sin embargo fue un hombre de principios y de arrestos: acusado de herejía y amenazado de excomunión consiguió la protección del Emperador y fue a su vez él, Guillermo, quien acusó al mismísimo Papa de hereje. Ahí es nada para los tiempos que corrían.

Tuvo interés por las estrellas aunque la necedad de la Iglesia más o menos se lo prohibiera (tema del que sabía menos de lo que hoy puede saber un niño de Primaria). Una curiosidad derivada de sus elucubraciones: Todo efecto que Dios causa por la mediación de una causa secundaria puede producirlo inmediatamente por sí mismo. O lo que es lo mismo, y hoy día sabemos que es así, puede que las estrellas ya no existan, pero nosotros seguimos viendo su luz. La Astronomía actual lo ha confirmado.

Y deduciendo más, podemos aventurar el final de nuestra galaxia, conociendo como conocemos su velocidad de expansión y su final cierto. Y deducimos también que para este final no se necesita apelar a deidades extrínsecas que así lo pronostiquen o lo originen.

Pero aquí venimos a otra cosa, no a dar la razón a quien poca certeza podía añadir en todo aquello relacionado con las ciencias empíricas, físicas o astronómicas. La importancia de Ockham en la historia se debe a su aportación al pensamiento puro. Nos referimos al principio por él enunciado, lo que ha venido en llamarse “la navaja de Ockham”: No se deben multiplicar los entes sin necesidad. "Non sunt multiplicanda entia sine necessitate".

¿Para qué suponer causas y cosas innecesarias cuando las explicaciones están a mano? En palabras suyas: “Todo lo que se explica usando algo distinto del acto del entendimiento, puede explicarse sin usar tal cosas distinta”. O, extrayendo más consecuencias todavía: ¿Para qué deducir un dios providencia cuando los fenómenos naturales tienen explicación natural?

En este punto Ockham ya estaba condenado. Porque sacando más conclusiones de sus palabras, ahora relacionadas con el principio de causalidad, esa primera causa a la que acudía la filosofía de su tiempo ¡necesitará a su vez una causa! ¿Por qué pararse en el invento de un dios sin causa?

Es difícil o imposible probar, frente a los filósofos, que no puede haber un regreso infinito en la serie de causas de la misma especie, o que una pueda existir sin la otra. Más claro... agua. Sí, esa filosofía llegaba a un diseñador, a un creador, pero la objeción es clara: ¿quién diseñó al diseñador o creó al creador? ¿El? Afirmación gratuita.

En este momento la fe se pone a dar saltos en el vacío y tiene que afirmar tonterías como Credo quia absurdum (Tertuliano). Se acabó la disertación. Fuera la razón. El mismo Ockham, en el fondo franciscano ¿piadoso?, tuvo que dar marcha atrás: La existencia de dios sólo se puede “demostrar” por la fe. La fe, un acto de la voluntad y de las facultades humanas que se quieran, tiene la virtualidad de crear. Genial cuando lo que el hombre tiene como elemento exclusivo para pensar es su razón.

A partir de esta afirmación, todo invento es posible. Y de hecho así ha sido: se ha llegado a inventar hasta la infalibilidad de un hombre; la inmaculada concepción; la transustanciación; la presencia real... ¿Por qué hoy día deducen tan poco? Quizá porque la carcajada filosófica ya les está atronando los oídos.

Pues vale.
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