Hacer y hacerse, "fabricando fit faber".

El hombre que “hace” y el hombre que “se hace”. El hombre "hueco", el hombre que se afana por las cosas de este mundo, el hombre que pone su interés y su atención en las cosas.

Se habla mucho de ello enfrentando dos concepciones del desarrollo propio, del camino hacia la perfección y de la educación propia.

Tales dicotomías le van bien a la creencia; hasta pueden estar inducidas por la misma creencia.

Sin embargo es un análisis banal del hombre, incompleto y sesgado.

Dicen: el hombre que hace está vacío, sólo vive para las cosas y para sus propias satisfacciones; el hombre que se hace puede llegar a su máxima compleción, Dios. Falso.

Esta dicotomía necesariamente distinguirá en el hombre los planos de la racionalidad, de las necesidades (alimento, seguridad...), de la voluntad, del sentimiento de posesión, del egocentrismo, de la satisfacción, etc. Esta consideración tradicional del hombre está agotada, ha hecho crac, por más que se busquen asideros en todas las filosofías hasta ahora elaboradas. No conduce a ninguna parte.

La consideración del hombre como unidad absoluta de actos, emociones y pensamiento entiende las cosas de otra manera más simple: el hombre “se hace” cuando “hace”.

En tanto “hace”, el hombre nace y renace. El juego de palabras, la aliteración producida adrede pretende recalcar el otro sentido, el sentido del “todo”.

El hombre es un todo único cuyo “sentido” es sencillamente “su vida”. Su vida se desarrolla y se completa "haciendo".

Permítasenos, para remarcar todavía más esta idea, una incursión al verso, con paronomasia incluida:
El hombre tiene sentido
en la asunción de su vida,
que es la única subida
digna de tal cometido.
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