¿PERO QUÉ ES LA IGLESIA?

He estado revisando el libro de H. Kamen, “La Inquisición Española”, libro que, por proceder de un autor no español, podría desmontar la “leyenda negra” que sobre ella se cierne, sabido, entre otras cosas, que la Inquisición fue establecida en Europa antes que en España (1184 en el Languedoc, sur de Francia; 1249 en Aragón y entre 1478 y 1821 en toda España) y que los encausados y condenados por la misma fueron numéricamente bastantes menos que los condenados en Francia, por ejemplo.

No es intención nuestra entrar hoy en disquisiciones sobre la Inquisición, aunque una cosa es clara, que tal tribunal tan lleno de “caridad” y “amor”, destinado a preservar la Iglesia de herejías y a salvaguardar de enemigos la fe verdadera, es creación genuina de la Iglesia católica. A propósito de este libro, reincidimos en la duda de qué sea la Iglesia, porque no cuadran las cosas: un tribunal tan riguroso, medios que emplea, barbaridades cometidas...

La cuestión ya salió a relucir hace días aquí: ¿Qué es la Iglesia? ¿Quiénes la forman? ¿A la hora de definirla tiene unidad de concepto o variedad? ¿Sociedad religiosa con vínculos civiles? ¿Se puede desligar su entramado burocrático de sus objetivos, de su función, de lo que llaman “su espíritu”? ¿La historia “externa” de la Iglesia lo es de la Institución o de sus miembros? ¿Se pueden desligar sus hechos abominables de sus principios espirituales? ¿Es una "sociedad de deseos" independiente de los miembros que la forman?

El concepto popular que tiene la gente de la Iglesia católica es claro, pero cuando remitimos a ese concepto, los creyentes, y más todavía los crédulos, dicen que “eso no es la Iglesia”. La gente normal ya no entra en más disquisiciones, porque para ella está bien claro lo que es la Iglesia Católica: el conjunto de creyentes sujetos a la obediencia del papa de Roma… Quizá ni siquiera eso –conjunto de creyentes--, pues decir Iglesia Católica es referirse a curas, templos, el Vaticano, los obispos, Rouco, el clero nacionalista catalán o vasco … Hasta dejan aparte frailes y monjas como algo que casi ni es “Iglesia católica” sino… ¡frailes y monjas!

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña con claridad las cosas, resumidas en “Iglesia santa, católica, apostólica y romana”. O añaden, para profundizar más en su “esencia” que la Iglesia es Sacramento de Cristo, Pueblo de Dios, Cuerpo místico de Cristo, Esposa de Cristo, Jerusalén de arriba, Edificación de Dios, Barca de Pedro o Nave de salvación... y cien cosas más

Tal concepto excesivamente espiritualista pasa por alta todo el organigrama, todo el entramado burocrático, el conjunto monumental que usufructúa, del que es dueña y del que goza. Y desde luego para el fiel biempensante tampoco debe ser Iglesia toda esa excrecencia delictiva que la acompaña.

Cuando hablan de Iglesia sus prosélitos parecen decir que todo lo bueno que ésta genera SÍ es Iglesia, pero todo cuanto de delictivo, reprensible u ofensivo aparece en ella “a la vista de los fieles” no es Iglesia, se debe a la debilidad humana de sus miembros.

¿La persona normal acepta estos distingos? Ni mucho menos. “Eso” también es subproducto de la Iglesia. Una cosa son los fines u objetivos a conseguir y otra bien distinta los esfuerzos, los logros conseguidos y las lacras adheridas. ¿Podría entender esa persona normal que la Iglesia “espiritual” es ese desiderátum y la Iglesia real es el conglomerado que rige un Papa residente en el Estado Vaticano, en Roma? No andaría descaminado.

Y ahora volvemos a ese larguísimo periodo de su historia en que la Iglesia fue dueña y señora de las conciencias a través, sí, de las buenas palabras –Iglesia espiritual—pero también del terror que generaba en el pueblo, entre otros medios por un nefando Tribunal, regido y servido no sólo por los mendicantes dominicos sino por una pléyade de “familiares” que procuraban la carne necesaria para extraer la verdad.

Ese Tribunal del Santo Oficio –por no utilizar el vergonzoso título de Inquisición—fue lo que fue, necesario para unos, vergonzante para otros, oprobio de la historia para los más. ¿Queda ahí la cosa? Por lo general sí: nadie que no sea especialista tiene interés en descubrir más. Entrar a leer algunas actas, hoy muchas de ellas disponibles en Internet, es sumergirse en el reino del horror. Es saber que “eso” que hacen los regímenes dictatoriales no es nada nuevo, ya se hacía en el pasado… ¡pero que también hacía la “santa madre” Iglesia!

Terror del detenido al ser encarcelado; terror de días, años, encerrados en lóbregas mazmorras, encadenados, hacinados, hambrientos, muchas veces sin saber de qué les acusaban; hundimiento del ánimo al saber que la familia que quedaba fuera había sido condenada a la miseria, los hijos obligados a mendigar, al ser expropiados sus bienes; terror al oír los chillidos ajenos; los tormentos para confirmar lo que los jueces eclesiásticos ya sabían; desgarramiento de carnes en el suplicio; descoyuntamiento de huesos, chillidos, súplicas lastimeras… No hace falta tener mucha imaginación para saber cómo funcionaban los artilugios que vimos en aquella exposición itinerante sobre “instrumentos de tortura”.

Algo que referido a la Iglesia católica cuesta creer que practicara. ¿Podemos imaginar a un orondo fraile dominico contemplando desnuda a una pobre mujer tumbada en la tabla de tortura? Una forma como otra cualquiera de dar cauce a la lascivia sadomasoquista que a muchos embargaba. Pero… ¡había leído, estudiado, meditado y predicado los Santos Evangelios! ¡Sabía de memoria los mensajes de amor y perdón…! ¿Cómo se entiende, entonces, que ordenara “un grado más” de tortura oyendo los gritos de aquellos que suplicaban les dijeran qué tenían que declarar para confirmarlo.

Ésta puede ser una de las enseñanzas que destila la “santa historia” de la Iglesia: sólo esta “Sagrada Institución” es un colosal argumento para privar al Catolicismo y a las instituciones por él creadas de esa aureola de divinidad, de santidad, de infalibilidad, de cuerpo místico, de cuerpo de Cristo… que dicen afirmar de la Iglesia. Una filosofía de la vida que genera tal Institución y que cae en esos abismos de barbarie, de deshumanización y de, digámoslo claramente, de salvajismo, no puede presentarse ni ayer ni hoy como “intermediaria de Dios en la Tierra”. Ni santa, ni católica, ni apostólica.

Incluso ni siquiera romana, Iglesia regida desde Roma, porque quizá la distancia de los hechos –de Cuenca, por ejemplo, a Roma—haría relativizar los supuestos delitos imputados a pobres gentes que muchas veces no sabían siquiera lo que tenían que creer.

¿Se pueden sacar conclusiones para nuestro hoy, donde un caramelizado papa hace las delicias espirituales de quienes ven cómo la Iglesia-institución se va conformando con la supuesta Iglesia-de-Cristo?

La persona normal, la que piensa algo, deduce lo mismo: ¿Iglesia santa? ¡Ni por pienso! Más bien sociedad que defiende su patrimonio y su parcela de poder, con el ansia de acapararlo todo. Los reyes, príncipes y nobles de esta tierra, que también usaban de similares métodos, al menos no decían que formaban un cuerpo social santo, universal, instituido por los apóstoles…

¡Con que algunos crédulos abrieran los ojos…!
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