José Manuel Madruga Salvador, in memoriam.


El pasado lunes 9, a primeras horas del día, falleció una buena persona, José Manuel Madruga, al que en el pueblo saludábamos como Manolo. La mañana de ese lunes tenía sesión de hemodiálisis. Al no acudir, llamaron del centro médico a su familia. Lo encontraron caído a la puerta del baño. Luego diagnosticaron muerte por fallo cardiaco.

Recuerdo la ilusión con que, casi diez años atrás, acogió la noticia de que había un donante para su trasplante de riñón, ilusión frustrada porque los análisis dijeron que su corazón no habría soportado la operación. Desde entonces ha vivido atado a máquinas y medicaciones múltiples. Nunca salió una queja de sus labios.

Su trayectoria profesional aparece en Internet y no es cuestión de repetirla aquí. Estudios, licenciaturas, trabajo en misiones, rectoría de misiones extranjeras, viajes por el Caribe, América, África... y finalmente, en los últimos ocho años, su labor pastoral en la iglesia de San Juan Evangelista de Burgos.

Podrían deducir, por el blog que estas palabras aloja, que poco nos podría interesar una trayectoria vital ligada a la credulidad. Y no es así, porque era el trabajo que llenaba su vida, eran las inquietudes de tal persona, nuestro amigo y algo más.

Manolo fue compañero de escuela de muchos que todos los veranos recalan en el pueblo. Y hablan de su pasado, de su niñez, de los juegos infantiles, de las peleas... Mi mujer lo recuerda así, de niño, con los motes con que se adornaban todos. En los veranos, en agosto, lo teníamos entre nosotros en su pueblo natal, Revilla Vallejera, donde viven o pasan largas temporadas sus hermanas y su hermano Luisito. Ellos saben de nuestro pesar y consternación.

Porque Manolo era una buena persona y además afable, sin una palabra por encima de otra, sosegado siempre, encandilado con su pueblo. Se notaba que sus verdaderas raíces estaban en Revilla Vallejera y transmitía ese pensamiento a todos. Era, además, el lazo que unía a todos sus hermanos, todos ellos, como él, queridos en la villa que les vio nacer por esa bondad natural que les distingue a todos ellos.

No es que fuéramos amigos Manolo y yo, pero sí nos teníamos aprecio. Ambos notábamos la empatía que nos unía, bien que él sabía cuáles eran mis ideas --me di cuenta de que acudía con frecuencia a este blog— y, lógicamente, yo sabía las suyas. Pero charlábamos de cualquier cosa y compartíamos idénticos pareceres. Nuestra conversación siempre era fluida. Porque, además, Manolo era una persona culta. Ahí tendré siempre, como recuerdo de su presencia entre nosotros, dos de sus publicaciones que me regaló, una de ellas la tesis con que se licenció en Sociología, relacionada con los pueblos del Caribe.

Manolo había vivido en Madrid durante algunos años. Y conocía “perfectamente” al cardenal Rouco. También al que ahora es arzobispo de Burgos desde octubre del pasado año, Fidel Herráez. Ambos infaustos para mí y que tanto daño me hicieron. Nunca me quiso decir nada de Rouco Varela, pero se notaba que no era santo de su devoción: “Ay, si yo te contara”. Pero nunca me contó.

Mi última larga conversación con él fue en agosto pasado, no recuerdo el día, en los escalones de acceso a la iglesia. Hablamos de la recién constituida Asociación Cultural del pueblo; de la mala cosecha de este año; del Padre Revilla (del que yo acababa de escribir un libro pendiente ahora de publicación) y que mostró gran interés en leer; de otro personaje famoso del siglo XVI nacido en esta villa, Bartolomé de Torres, que fue obispo de Canarias y teólogo, cuyos escritos fueron tenidos en cuenta en el Concilio de Trento, del que lógicamente Manolo sabía tanto como yo; de éste o aquél vecino de Revilla... Jamás se le oyó decir nada negativo de nadie aunque materia había para ello. Todo lo más una sonrisa cómplice obviando inconvenientes.

En el mes de agosto la iglesia era suya, sustituyendo al párroco de turno (han pasado muchos por aquí en los últimos años). Todos los días, a las seis y media, hacía sonar el campanil de la iglesia convocando a los escasos fieles que al templo acudían. Y los domingos y sobre todo el día de la fiesta del pueblo, su verbo pausado y claro dejaba caer aliento y optimismo entre las gentes del pueblo.

Manolo ya no estará entre nosotros, pero el hueco que ha dejado será difícil de llenar. Todos le echaremos de menos especialmente el día de la fiesta, 15 de agosto, Virgen de la Zarza. Ya no podremos saludarle y pararnos un rato a charlar con él, cuando al caer de la tarde iniciaba sus paseos por los caminos de concentración. Siempre su presencia era bien recibida por todos.

Persona accesible, afable, con esa sonrisa comedida y hasta su cierta retranca al juzgar los asuntos del pueblo... Es una rara sensación la que nos embarga, no de pena, porque sabemos que ese camino es inevitable, pero sí de ausencia, de sentir cómo se nos priva de algo, algo así como un jirón o agujero en el horizonte de nuestra vida, otro más de tantos como han aparecido en estos último años. Manolo era algo especial. Era algo así como la conciencia optimista del pueblo.

El funeral celebrado en la breve y cercenada iglesia, ha congregado a una gran multitud. Jamás se vio tal en Revilla Vallejera. Nada menos que tres obispos –uno, el reciente arzobispo Fidel Herráez-- y más de ciento cuarenta sacerdotes. Gentes de los pueblos aledaños y de Burgos, el pueblo entero de Revilla... Chencho, organista de la catedral, solemnizó la ceremonia. El templo no podía acoger a tantos como querían homenajear su recuerdo y darle el último adiós. Hubo que instalar un servicio especial de megafonía para cuantos no pudieron acceder al recinto.

Manolo, el sacerdote José Manuel Madruga, ex delegado nacional de misiones extranjeras, se lo merecía. No caerá el olvido sobre su persona.
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