Lectura crítica y humana de “Spe salvi” (3/6).

Mucho me alegra ver que se ha acordado de mí en el apartado (10):
Tal vez muchas personas rechazan hoy la fe simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable. En modo alguno quieren la vida eterna, sino la presente y, para esto, la fe en la vida eterna les parece más bien un obstáculo. Seguir viviendo para siempre –sin fin– parece más una condena que un don...”
Yo le preguntaría: ¿por qué se empeñan tanto los fieles creyentes en contradecir a la naturaleza? Si ésta –bueno, si Dios— nos ha hecho como somos, ¿por qué buscar lo que no somos?.
Aceptar lo que es, es el primer signo de ser lo que se es.
Fuere la vida perdurable en este mundo un don o una condena, ¿quién le ha dicho a Susantidad que yo quiero seguir viviendo para siempre? ¿Por qué voy a desear lo que no puedo conseguir? ¿Por qué tengo que contradecir con deseos a la naturaleza?
Y, por otra parte, si la vida eterna está en otro sitio ¿por qué desear algo que no sé en qué consiste porque no lo he visto realizado en NADIE? El patinazo que da en este párrafo S.S. –sin ánimo de relacionarlo con otro estamento siniestro—es de envergadura.
No menos grotesca es la cita de su predecesor en doctrina, Ambrosio de Milán, digna de ser enmarcada en el florilegio de las tonterías:
Es verdad que la muerte no formaba parte de nuestra naturaleza, sino que se introdujo en ella; Dios no instituyó la muerte desde el principio, sino que nos la dio como un remedio.
(Más o menos –porque J.R. continúa en la misma línea— viene a decir: como este mundo está lleno de enfermedades, miserias, trabajos... lo mejor es morirse. Por eso “se nos concedió” el remedio de la muerte. Nos espera la vida eterna)
¿Pero cómo una persona de la supuesta talla intelectual de Joseph Ratzinger puede siquiera aportar testimonio tan rudo? Por algo se hablaba antes de “la carabina de Ambrosio” como expresión de algo que no sirve para nada. Bueno, esta frase suena a chiste.
Por la misma razón que aquí damos, resulta patética su confesión de “no saber” en los párrafos (11-12). Es de una debilidad argumental digna de resaltar. Quiere fundir deseos y realidades, quiere aunar lo divino y lo humano y no sabe salir del atolladero. Quizá por eso acude a las citas, recurso que maneja con habilidad pero que, por otra parte, confunden más que explican.
Al referirse [15] al problema que supuso la irrupción de nuevos pueblos [que] amenazaba la cohesión del mundo..., aporta su referencia al nuevo ideal de “huida del mundo”, al nuevo espíritu de eremitas y monjes que no querían saber nada de las cosas temporales...
Ya que él se refiere a la "salvación social" que aportó ese novísimo viento fresco sobre el enrarecido ambiente de la Europa en decadencia, contrapongo una aventurada HIPÓTESIS sobre Teorías de la Historia: El papel jugado por el cristianismo en la caída del Imperio Romano, por el hecho de que su implantación como religión oficial coincidió con el ocaso del Imperio.
¿Por qué no? Las razones podrían ser muchas aunque pudieran parecer traídas por los pelos. Un pueblo desfondado, sin acervo común, sin ideales propios, sin sangre social y política en sus venas... camina al suicidio, como le sucedió al pueblo Inca y al Maya. Esa cita del Pseudo Rufino es sintomática: «El género humano subsiste gracias a unos pocos; si ellos desaparecieran, el mundo perecería». Y esos pocos eran los monjes, se atreve a decir J.R. (Joseph Ratzinger). Su interpretación histórica es, desde luego, tan verosímil como la nuestra, con la diferencia de que la suya es bien interesada.
Continúa J.R. con suaves diatribas contra ciencia y praxis, como nueva salvación, comentando al filósofo Bacon [16-17]; “fe en el progreso”; razón y libertad [18]; Revolución Francesa; Ilustración; Karl Marx, comunismo como salvación del proletariado... Para él, intentos fallidos en la búsqueda de la salvación precisamente por prescindir del sustento de la fe.
Se le podría contestar: hacer fenomenología no es algo exclusivo de plumas sacrosantas; admitir como un hecho la existencia de personas degeneradas, tampoco; y saber que de esos movimientos intelectuales surgieron realidades perversas, idem. Cierto, tales idealismos parieron seres aberrantes como Hitler, Stalin, Mao o Pol Pot.
Pero ni han sido lo único que este mundo ha producido, ni su causa está sólo en la razón –pues también lo está en la creencia--, ni, sobre todo, han dado tiempo a que arraigue el verdadero contrapunto, que muchos vemos que ahora comienza. Y el remedio no vendrá por propuestas crédulas sino por una nueva organización social y política.
De hecho, un dato histórico es claro: frente a los 1.800 años de cristianismo previo, social y político –y tiempo han tenido de cambiar el mundo--, los 100, 150 de lucha por un verdadero humanismo no son nada. Con el agravante de que este "new deal" se tiene que desasir de un lastre social, político e ideológico enormemente arraigado, el pensamiento cristiano.