Leído uno, entendidos todos: Biblia, Corán, Torah, Ramayana...

Tengo el Corán delante, en la estantería, y de vez en cuando lo consulto. Ahora mismo lo tengo entre las manos: tiene enseñanzas acertadas e incluso frases con buen estilo literario, directas, impactantes...

Reconozco que la distancia entre mi conocimiento del Corán y el de un fiel islámico es abismal: no lo conozco, no puedo interpretarlo, no podré llegar a profundizar en él... ¡como los ulemas dicen que hay que entenderlo!

Pero... tampoco hay que hacer ejercicios malabares para entender lo que hay que entender: es un texto escrito por hombres y destinado a los hombres. Si Dios, Alá, lo reveló a un iletrado, a un analfabeto, ¿no podré entenderlo yo, que no lo soy?

Y con el libro en la mano llego a deducir muchas cosas:

1. que no difiere mucho de otras “revelaciones”, como la bíblica;

2. que todo son falacias que pretenciosamente quieren hacer pasar por verdades

3. que hay excesiva incitación a la violencia. Mientras hoy, en el cristianismo, la violencia es interior, espiritual, en el Islam todavía es exterior, política, social;

4. que sus afirmaciones categóricas lo mismo se pueden entender en un sentido que en otro: sirven para decir una cosa y su contraria, un mismo texto puede dar lugar a diferentes mandamientos en distintas personas o según diga el ulema de turno.


¿Pero es la violencia política exclusiva del Islam y proveniente de su libro sagrado? Ni mucho menos. Tenemos un ejemplo esclarecedor en aquel presidente de los EE.UU. George Bush que, sin asimilar el drama del 11-S (Torres Gemelas) predicó su "venganza infinita" por Afganistán, Iraq, , Guantánamo... Un espíritu nutrido de enseñanzas evangélicas (o evangelistas)

No se entienden decisiones tan fuera de la legalidad internacional sin entender al personaje, un fundamentalista más ¡pero con poder! Éstos son los peores. Lo mismo que el Islam sin petróleo no sería nada. Sólo con profundizar un poco en la biografía del personaje, Bush, uno se puede echar a temblar.

Hay otros elementos en juego para entender la violencia o el afán expansionista que anida en los círculos islámicos. Protestantismo y catolicismo padecen hoy día una crisis de confianza, crisis que no aqueja al Islam: esta religión no ha cumplido todavía los 2.000 años, edad crítica para cualquiera de ellas; es casi una religión emergente, hace poco que ha salido del desierto y se ha encumbrado gracias al poder económico que tienen países como Arabia Saudí. Por otra parte tiene en su favor que su fundador y profeta, Mahoma, es más histórico que Jesús cuya existencia real no ha podido ser constatada de forma científica como ha sido la de Mahoma...

Aún así, ¿es Mahoma más “histórico”? Mucho habría que decir de esto, dado que las narraciones sobre sus hechos y palabras son de muchos años después y, como en el caso del supuesto Jesús, están corrompidas hasta caer incluso en la incoherencia, debido a partidismos, hacer caso de habladurías y analfabetismo.

Aunque la existencia de Mahoma es históricamente constatable, sin embargo la “historia” espiritual del Profeta es una pura fantasía religiosa.

Mahoma, según parece, se inscribe dentro de un sustrato sociológico de habitantes de La Meca que seguían una tradición abrahámica, tradición centrada en La Meca, cuyo templo (Kaaba) había sido construido por Abraham –dicen--, con creencias y ritos muy próximos al politeísmo y al panteísmo.

Hijo de Abdallah, se convirtió en un “janif”, es decir, monoteísta, que buscó consuelo en otro lugar “alejándose” de sus coetáneos (más o menos, el alejamiento que recomendaba el profeta Isaías para apartarse de los impíos). Estando en una cueva del monte Hira, en el mes del calor (ramadán) oyó una voz que le incitó por tres veces a leer (él contestaba que no sabía). Esa voz era la del ángel Gabriel, que le dijo que se iba a convertir en mensajero de Alá, el Dios que “había creado al hombre de un coágulo” (Corán). Confió lo sucedido a su esposa Jadiya y ambos regresaron a La Meca, sometiendo sus apariciones al dictamen de su anciano primo Waraqa ibn Naufal, que, curiosamente, “conocía las escrituras de los judíos y los cristianos”. Naufal confirmó la aparición, diciendo que el enviado de Dios, Gabriel, había visitado al nuevo profeta como había visitado a Moisés (y a María).


Dos grupos se tomaron en serio las revelaciones de Mahoma: los guardianes del templo de La Meca y los judíos de Yathrib que “sabían” que la llegada del Mesías estaba cerca. El peligro de muerte que se cernió sobre Mahoma por parte de los sacerdotes de La Meca lo llevó a realizar la travesía (Hégira) hasta Yathrib (Medina)buscando quizá la benevolencia judía. Sin embargo, también los judíos se dieron cuenta pronto de que Mahoma no era un Mesías sino un impostor.

Ambos grupos supieron bien, más tarde, lo que era enfrentarse a un Mesías. Cristo también “predijo” la ruina del Templo de Jerusalén, motivo esgrimido por los falsos testigos para acusarle (curiosa predicción a posteriori con incriminaciones a priori). Mahoma persiguió a muerte a los sacerdotes de Kaaba y, sobre todo, a los judíos.

Mahoma, entre otras cosas, satisfizo el despecho árabe por haber quedado al margen de las “revelaciones” hechas a otros pueblos colindantes. Quizá por eso esta religión no deja de ser sino un conjunto de plagios evidentes y mal estructurados que se nutre de tradiciones anteriores según la ocasión lo exige.

No es una religión nacida “bajo la nítida luz de la historia” como decía el benevolente E.Renan, sino que sus orígenes son igual de turbios que las religiones de las que se sirvió como mal parturienta.


ISLAM ENFERMO 9 Octubre 2008
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