De un Losantos a Todos los Santos...

Por EMÉRITOAGUSTO.
...pasando por los comenzados mártires beatos , que no santos, porque el escalafón es el escalafón.

Y es que ese tal individuo, el primer Losantos, uno solo aunque pluralice, se ha convertido (¡ya quisiera la jerarquía su conversión!) en origen y promoción, no tanto del incentivo a la santidad como del fomento a la condenación.

Como talibán de sacristía, este Losantos,uno solo aunque pluralice, se ha transfigurado, a modo de mesiánica manifestación luminosa, en esa voz proveniente de los cielos rasgados; o más bien, en el altavoz que amplifica en atronadores decibelios el reprimido pensamiento de la jerarquía.

Y es que una plataforma es el púlpito y otra la radio. Desde la cátedra de san Pedro se predica el amor, la piedad, el perdón, la tolerancia, y desde las ondas COPErnicanas, el odio, el resentimiento, el encono y la fobia.

Como badulaque potente amplificador, ese primer Losantos, uno solo aunque pluralice, exhibe descaradamente no digo ya la “otra cara”, ni la imagen, sino, más bien, la “caricatura” de la Iglesia.

Y a este Losantos, uno solo aunque pluralice, en su narcisismo autista mundiombliguero, no le queda más que, como ya es Navidad en el Corte Inglés, exigir que dimitan los Reyes Magos a favor del nasciturus Rey de Israel. Con la “esperanza” de una pizca de “humanidad” para su ombligo.


Y ahora vienen los beatos, que todavía no santos. Porque en la Iglesia hay rangos, jerarquías. No olvidemos los “coros celestiales”: ángeles, arcángeles tronos, dominaciones... Venerables, beatos, santos. Y no digamos papa, cardenales, arzobispos... y “simples fieles”. Así en la tierra como en el cielo.

Masivos peregrinajes. Multitudinaria concentración faraónica. Mayestática exhibición de pompa y ornato. Polícromo colorido, del negro al púrpura. Espléndida celebración jubilosa, gesto patriótico con himno incluido. Los himnos nacieron para ensalzar a los dioses. La Iglesia ensalza a sus mártires, si bien relega a sus víctimas. ¡Qué día! ¡El Vaticano, una mística lujuria santificante!

Yo creo que en estas solemnísimas exhibiciones se encierra una sagrada nostalgia. Como Pablo VI redujo la lista de algunos primeros mártires cristianos por inexistentes, y como si no se cubriera el quorum mínimo exigido, aprovechando el tirón del saldo, pues ¡hala!, todos de golpe.

Pero qué curiosa coincidencia. Esta celebración se produce el día en que la liturgia de la misa dominical contempla la parábola del contraste entre “el fariseo y el (re)publicano”.

Hacer santos es como resucitar muertos. Muertos no sé si en olor de santidad o en olor de pólvora. O sea, hacer memoria, memoria histórica. La memoria de haber formado parte de los buenos. Es como un eterno retorno. Toda una convulsa epilepsia evocativa, el “laberinto de la memoria” (sin Mª Teresa Campos, claro).

Llegar a “santo” se establece como un lujo que hay que ganárselo a pulso. Porque la “nominación”, de por sí, es ya una dignidad, un mérito. Es el título de nobleza que concede la Iglesia.

Viene a ser así como el “marqués de Peralta”, pero en “sanjosemaría”. Es subir al podio del triunfador en una carrera de fórmula (no sé cuál).

Los proclamados santos forman la “élite celestial”. Porque, de hecho, el cielo está poblado de “salvados”, pero no de “santos”. No sé si porque “en la casa del Padre hay muchas moradas”. Y lógicamente unas serán más dignas que otras. Por eso, unos son simples “almas celestiales”, otros venerables, otros beatos y, triunfalmente, los santos. Al fin y al cabo, para no desacertar, celebraremos el día de Todos los santos.

Una incógnita por despejar es si se ha llegado a completar el apocalíptico número de ciento cuarenta y cuatro mil. En tal caso, habrá lista de espera, ¿no?

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