Moral (VIII). La regla de oro

La regla de oro -o ley áurea- es la denominación del principio moral básico más común en todas las culturas y civilizaciones. Suele expresarse así: “trata a los demás como quisieras que te trataran a ti” (en su forma positiva) o “no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti” (en su forma negativa, también conocida como regla de plata).

Un planteamiento tan común se ha asociado –desde mucho antes de que Marc Hauser emprendiera sus estudios- a lo innato: a la naturaleza humana.

Cierto que un entendimiento “elevado” lleva a universalizarlo, de modo que se aplique a todos los seres humanos, y no sólo a miembros del propio grupo, etnia o nación. Los derechos humanos se basan en el desarrollo filosófico-político-legislativo de este principio.

La primera enunciación conocida de la regla de oro procede del Antiguo Egipto, una narración del Imperio Medio llamada Historia del campesino elocuente. En la misma, fechada entre 1970 y 1640 AEC, se dice: «Haz por aquel que puede hacer por ti, de modo que le induzcas a obrar igual» .

Desde entonces, la práctica totalidad de religiones y sistemas ético-filosóficos han repetido el mismo principio:

Zoroastrismo: “La naturaleza sólo es buena cuando no se hace a los demás nada que no sea bueno para uno mismo” (Shayast-na-Shayast 13,29). “Lo que es bueno para todos y para uno, para quienquiera: eso es bueno para mí. (...) Lo que sea bueno para mí, eso mismo debería juzgarlo para todos". (8ª Gãthã, Yasna 43:1).

Hinduismo: "No hagas a los demás lo que no es bueno para ti" (Mahabharata, XIII, 115, 22). "No debería uno comportarse de forma que le fuera desagradable a sí mismo: ésta es la esencia de la moralidad" (Mahabharata, XIII, 114, 8).
Judaísmo: “No seas vengativo con tu prójimo, ni le guardes rencor. Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19,18). "No obres con los demás aquello que no desees que obren contigo." (Hillel, Shabbat 31a).
Budismo: “No trates a otros de maneras que tú encontrarías hirientes” (Udana-Varga 5,18). "Un estado que no sea agradable o placentero para mí, tampoco lo será para él; y ¿cómo puedo imponer a los demás un estado que no me resulta agradable ni placentero para mí?" (Sanyutta Nikaya V, 353.35-342.2).
Confucio: “Nunca hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti" (Las Analectas 15,23).
Lao Tsé: “Considera la ganancia de tu vecino como tu ganancia, y la pérdida de tu vecino como tu pérdida”. (T’ai Shang Kan Ying P’ien, 213-218).
Pitágoras: “Nunca hagas con otros, ni solo, algo que te dé vergüenza; y, sobre todo, respétate a ti mismo. Practica la justicia con tus actos y con tus palabras.” (Versos áureos: 12-14).
Epicuro: “Minimizar el daño, de los pocos y de los muchos, para así maximizar la felicidad de todos”.
Jesús: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39-40). “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mateo 7,12). “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; (...) como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos. (…) Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada (...) Sed, pues, misericordiosos”. (Mateo 5, 38-48; y en otros lugares, como Lucas 6, 27-36).
Pablo: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama a su prójimo, ha cumplido la ley.” Romanos 13, 8. Idea que repite en Gálatas 5:14.
Islam: “Ninguno de ustedes cree verdaderamente hasta que quiera para su hermano lo que quiera para sí mismo” (atribuido a Mahoma por Hadiz de Al-Bukhárí, cap II, 9).
Bahaísmo: “No pongas en ningún alma una carga que no desearías te pongan a ti, y no desees para nadie las cosas que no desearías para ti mismo”. (Baha’u’llah, Suriy-i-Muluk); "Escoge para tu prójimo lo que escoges para ti mismo" (Kalimát-i-Firdawsiyyih. Bahá'u'lláh, Tablas 6,20)
Kant: “Actúa de tal modo que puedas igualmente querer que tu máxima de acción se vuelva una ley universal.”

Numerosos pensadores de todos los tiempos y culturas –muchos más de los que pueda recoger en este espacio, en especial en la época moderna, de la que sólo he incluido a Kant, se han hecho eco de un mismo principio que Hauser indagó en Occidente y Peter Singer comprobó en poblados bien alejados de nuestro modo de vida y aun de formar parte de sociedades de nivel de Estado.

Es un principio básico del humanismo, y está en la base de los derechos humanos. Como vemos, es patrimonio de todos. O de una clara mayoría de nosotros. Al menos teóricamente. El humanismo coherente es universal. Como los DDHH. Al menos, teóricamente…

El paso a dar para convertir los principios en un asunto de práctica (conductual), es el que abordaron los grandes filósofos (Platón, Aristóteles, Zenón, Epicuro…).

¿Es que la sabiduría consiste en un tipo de comprensión y autoencuentro que lleva a recorrer ese camino sin esfuerzo y con alegría? ¿Es preciso ser sabio para ser coherente? La espiritualidad puede ayudar; no necesariamente las creencias religiosas. Pueden valer, claro está. Pero estimo que tanta gente puede valerse de ellas para ser más espiritual como para no serlo y perder en cambio lo que podía haber sido un desarrollo armónico hacia la empatía y el buen corazón.

Hay grandeza en aceptarse y crecer desde la humildad. En ir comprendiendo la relatividad, los matices, desprendiéndose de dogmas y prejuicios, de intolerancias varias.

De pequeño no entendía estas contradicciones entre convicciones y práctica moral. Con frecuencia, he visto más corazón o humanidad en ciertas personas irreligiosas que en muchas de las muy “practicantes” (expresión hoy usada para definir a quienes asisten a los actos litúrgicos).

He visto cómo aun las personas que, con aparente sinceridad, nos dan motivos convincentes para ser virtuosos, incurren en incumplimientos gruesos de sus ideales. Difícil de entender también de mayor.

Simplemente, te haces a la idea de que el mundo es así, o mejor dicho, las personas. No hace tantos años que creía que los creyentes al menos tenían una motivación moral que los haría menos embusteros, más fiables, menos delictivos, aunque sólo fuera en términos de probabilidad. Una estadística. Me equivoqué.

Tenía que haber prestado mayor atención a los psicoanalistas de entonces, a los que consideraba atinados en el diagnóstico de ciertas desviaciones, y a los taoístas de cualquier tiempo, que denunciaban como contraproducente el propio recurso de las prohibiciones, la represión y la coerción.

El resultado sigue siendo el mismo: influyen tu actitud, tus sentimientos; no en general tu fe. Y la solución pasa por la comprensión emocional, por la armonía interior, por la sabiduría ligada al autoencuentro, por el amor y la tolerancia comprensiva.
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