EL PROCESO DE DIVINIZACIÓN DE JESÚS / 4

 Tú eres mi Hijo amado, en quien yo me complazco (Mc  1, 10-11).

El investigador independiente Fernando Bermejo Rubio, en su excelente y desmitificadora obra  de 2018, La invención de Jesús de Nazaret. Historia, ficción, historiagrafía, distingue en el Nuevo Testamento dos modelos cristológicos de divinización: a) un modelo ascendente, donde un ser humano es exaltado al cielo mediante apoteosis y b) un modelo descendente, de preexistencia o teofanía, donde un ser divino desciende a la tierra como revelador, se hace humano con una misión salvadora para después regresar al cielo. Ambos modelos, según afirma este historiador,  aparecen yuxtapuestos en los textos neotestamentarios.

El primer modelo cristológico se encuentra en la Carta a los romanos de Pablo (Rom 1, 3-4),  donde Jesús, un ser humano en sentido pleno, nacido de la descendencia de David según la carne (katà sárka), a partir de su resurrección de entre los muertos (ex anastáseos nekrôn), es constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu de santidad (katà spneûma hagiosýnes). Como ya se ha señalado,  Pablo no está interesado en narrar la vida y hechos del Jesús terreno, como harán más tarde los tres sinópticos, sino solo resaltar su muerte y resurrección, cuya fe dará la salvación a los neoconversos, judíos o gentiles.

El mismo modelo ascendente de divinización se encuentra en el discurso de Pedro en Hechos de los Apóstoles (2, 36) donde éste afirma que, en la resurrección, Dios constituyó Señor (Kýrion) y Mesías (Christón) al Jesús que los judíos habían crucificado (no los romanos). Es decir, Dios lo adoptó como Hijo después de haberlo resucitado. Se encuentra aquí la primitiva cristología de carácter adopcionista, que en el Credo niceno se convertirá en herética.  En Hechos (13, 33) Pablo afirma la misma doctrina: que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos convirtiéndolo en Hijo de Dios, en cumplimiento de las promesas hechas a los padres y de acuerdo con el salmo 2 (“Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado”).

De modo similar, el autor de Hebreos, que no es Pablo, sino un discípulo, afirma (Hbr 1, 2-4) que Dios constituyó a su Hijo Jesús heredero del universo, siendo elevado a la diestra de Dios y hecho mayor que los ángeles, con un nombre más excelente que ellos. El evangelista Marcos, que escribe después del año 70 e. c., recibe de la cristología de Pablo la doctrina de la filiación divina, pero adelanta la divinización de Jesús al momento de su bautismo, que es administrado por Juan Bautista en el río Jordán, lo que da comienzo a su vida pública.

El hecho del bautismo es histórico con mucha probabilidad, por el criterio que los investigadores llaman de dificultad. Si en realidad el bautismo de Juan era para el perdón de los pecados, ello implica que Jesús era un humano más con conciencia de pecado y con necesidad de purificación, lo que ocasionó a la Iglesia incipiente un problema teológico difícil de explicar. Pero es en este rito bautismal cuando es exaltado como ser divino, o sea, adoptado como Hijo de Dios, tal como afirma el texto bíblico: “En el instante en que salía del agua vio los cielos abiertos y el Espíritu como paloma que descendía sobre él, y se dejó oír de los cielos una voz: 'tú eres mi Hijo amado, en quien yo me complazco'” (Mc  1, 10-11).

Conviene señalar que en el evangelista Marcos Jesús aparece subordinado al Padre, lo mismo que antes en Pablo. El llamado subordinacionismo será la doctrina mayoritaria y  dominante en los tres primeros siglos, en Justino, Tertuliano, Ireneo, Clemente y Orígenes, entre otros, hasta que sea condenada como doctrina herética en Nicea, en el marco de la querella antiarriana. Marcos, el primer evangelista, no hace referencia alguna al nacimiento virginal de Jesús ni tampoco a la preexistencia o encarnación del Verbo.

Mateo y Lucas, que escriben con posteridad a Marcos, en los años 80 del s. I, narran también el hecho del bautismo de Jesús, añadiendo matices diferentes en la interpretación, adaptada a sus propias comunidades, con una versión más judía en Mateo y más helenista en Lucas. Pero, ambos van más allá de Marcos y retrotraen la divinidad de Jesús a su nacimiento virginal. Mateo y Lucas son los únicos de los cuatro evangelios canonizados que crean relatos referentes a la infancia de Jesús, legendarios en casi su totalidad, a semejanza de los apócrifos posteriores, llenos de fantasía, para cubrir un vacío enorme en la vida oculta de Jesús, antes de su vida pública en dependencia de Juan el Bautista, su mentor.

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