Pescadores de hombres

Ese concepto de "pescadores de hombres" en el río revuelto de las creencias no tiene hoy buena prensa. Pero es frase evangélica, concepto del que no se puede dudar. 


¡Cómo cambian los tiempos, y lo que son las seductoras conquistas del progreso! ¡Cómo se le ocurriría a Jesús de Nazaret enviar a los suyos por “todo el mundo” –nada menos que por todo el mundo-- con lo precarias que eran entonces las comunicaciones! ¡Qué fácil le hubiera resultado si hubiese tenido a mano las modernas tecnologías que hoy disfrutamos! Bastaba con haber enviado un SMS y rematarlo con un “Pásalo”. Una interminable cadena de mensajes habría facilitado muchísimo la propagación de la “buena noticia”.

Pero no son los “móviles telecomunicadores” ni los sms los que suscitan hoy mi reflexión; sino los verdaderos “móviles” y otros “mensajes” que estimularon la evangelización e implantaron el cristianismo.

En los primeros tiempos, a los seguidores de Jesús de Nazaret se les denominó “nazarenos” y se les consideraba una secta más, desgajada del tronco histórico del judaísmo. A su lado, competían los saduceos, los fariseos, los esenios, los zelotes; todos ellos grupos que se consideraban a sí mismos los legítimos representantes del pueblo elegido y los auténticamente fieles a la Alianza.

Mi reflexión comienza por preguntar: ¿El cristianismo dejó alguna vez de ser una secta?

El término secta evidentemente proviene del latín. Su raíz podría encontrarse en el verbo deponente “sequor. secutus sum” (ir detrás, seguir a un maestro específico); o en “sector” (cortar, separar). Sea cual sea la derivación, su sentido alude claramente a un rama social o religiosa que se desgaja de un grupo de origen ya preexistente, en seguimiento de un jefe carismático. Por otra parte, el concepto de secta no hace referencia necesariamente a un grupo numéricamente pequeño, o a doctrinas exóticas o esotéricas, o a comportamientos antisociales.

Hay una frase en los evangelios, recogida por los tres evangelistas sinópticos, que la he considerado siempre muy significativa. Se trata de una proposición fundamental en el origen del cristianismo. Jesús se manifiesta a unos modestos pescadores con tan sorprendente oferta, principio y fin del nuevo grupo que quiere fundar: “Seguidme y os haré pescadores de hombres”.

Quizás mi comentario se desvíe un tanto (o un ¿cuánto?) de la tradicional hermenéutica bíblica. Y sospecho que mi exégesis les parecerá a algunos sospechosa, oportunista y especulativa. Pero allá voy, sin recelos ni complejos.

1.- “Seguidme o sígueme”: Llama la atención el “imperativo”. Jesús lo usa en todas sus “llamadas”. Su convocatoria no admite medias tintas. O “me sigues” con todas las consecuencias, incluso abandonando las “redes”, el oficio, las riquezas, la familia, los “muertos” ... o nada. “O conmigo o contra mí”. Jesús se constituye “líder” indiscutible e indiscutido. Ante esta alternativa, el maestro suscita una especial reverencia por parte de los discípulos. A partir de su carisma personal, el “jefe” cosecha un acatamiento incondicional y una adhesión particular de sus seguidores: “¿Con quién nos iremos? Tú tienes palabras de vida”. Opción fundamental e irreversible: “Quien pone su mano en el arado y mira atrás no es apto.…”

2.- “Os haré pescadores de hombres” ¿Metáfora?, ¿alegoría? En la antigüedad, el mar representaba la procelosa vida de la humanidad; imagen del mundo; los peces, sus habitantes. En nuestro lenguaje, es bien conocido el sentido cáustico de echar las redes, y el significado vejatorio de caer en las redes o pescar a alguien. Expresiones que evidencian astucia y sagacidad por parte de los “pescadores” y candidez, inocencia y credulidad por parte de los incautos “enredados”. Jesús vaticina a sus incondicionales seguidores que serán “pescadores de hombres”. (Me inclino más por la alegoría que por la metáfora). Luego viene lo de “Id por todo el mundo”, a surcar los mares y a echar las redes (hacer discípulos)...

3.- Posteriormente, el grupo de los discípulos de Jesús tiende a aglutinarse a partir de su común devoción al maestro, tanto más cuando éste ya ha desparecido. Y consiguientemente, la comunidad comienza a patentar ciertos mecanismos que constituyen dos elementos fundamentales, distinción y pertenencia. Se pertenece al grupo:

a) a través de un “rito de iniciación” (“El que crea y se bautice se salvará...”);
b) por aceptar las enseñanzas del maestro. (“Si confiesas que Jesús es Señor... te salvarás”);
c) por concurrir a ciertas prácticas mistéricas (“Haced esto en memoria mía”).

4.- Finalmente, la comunidad de seguidores se organiza en una sociedad perfecta llamada Iglesia, conformada en severa estructura piramidal, su organigrama es jerárquico. Los prebostes se convierten en los custodios infalibles de la doctrina oficial, refrendando a su maestro: “O conmigo o contra mí”. Por tanto, todos los adeptos deben subordinarse a la dinámica de la comunidad, e hipotecan su estructura de pensamiento individual en favor de la idea colectiva y de la doctrina propuesta y formulada por la jerarquía. Y por consiguiente, queda abolida toda crítica interna.


Reflexión final: ¿No son éstas las características que, según los sociólogos, constituyen la idiosincrasia de una secta?

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