Sociedad, mito y rito.

Los ritos no son peculio de los mitos ni una consecuencia de ellos. También pertenecen a la conciencia de sociedad establecida. En tanto el mito es producto del grupo y a la vez nexo de unión, el mito necesariamente ha de encontar su expresión el el rito.

Todo grupo humano necesita signos comunes para ponerse de acuerdo, para comunicarse, para reunirse, para pervivir incluso, para sentir que son “alguien” y para celebrar determinados acontecimientos. El rito “parece” consustancial al hombre integrado en sociedad.

En el concepto de rito se deben incluir también todas aquellas formas de “urbanidad” que suavizan el contacto entre personas (piénsese en cómo el contacto físico en espacios cerrados propicia miles de excusas y sin embargo la separación que proporcionan unas planchas metálicas con ruedas, el coche, induce a la agresividad).

El que los ritos más importantes de la vida del hombre se los haya apropiado la religión es un drama de enormes dimensiones porque ha desprovisto a la sociedad de uno de sus nexos más preciados. Aquello que de forma figurativa une a la sociedad tiene que pasar por las horcas caudinas de una mentira dogmática.

El rito, sin embargo, celebrado de forma colectiva tiene la leve contrapartida de despojar a las personas de su individualidad; de hecho personas de baja autoestima, de poco sentimiento de su yo, de personalidad pobre o no realizada, necesitan imperiosamente el grupo y gozan con sus celebraciones.

No ocurre lo mismo con “los otros”, que huyen de las aglomeraciones, que se sienten perdidos en las celebraciones, que todo lo estiman masa... Gran importancia para la persona es el hecho de que el mismo rito le haga vivir su conciencia de individuo, destacándolo de los demás por algún tipo de participación o protagonismo, aunque sea el simple hecho de leer una epístola. Todo eso lo proporciona el rito religioso sobremanera.
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