Triángulo amoroso: Éros, Philía y Agápe /9 - II

La fe es por naturaleza excluyente, mientras que el amor es inclusivo. Pero la contradicción reside en que el amor cristiano no puede unir lo que la fe separa. “La fe es excluyente, por su naturaleza. Sólo una cosa es verdad; solo uno es Dios; uno solo es al que pertenece el monopolio del hijo de Dios; todo lo demás es nada (Nichts), error (Irrtum) y locura (Wahn); solo Yahvé es Dios verdadero; todos los demás dioses son ídolos vanos”.


II

Ello significa que bajo la humildad (Demut) del creyente se esconde la altivez (Hochmut) y arrogancia de poseer la verdad.

Feuerbach, que fue teólogo antes de ser filósofo, como Hegel y Strauss, funda su crítica en los textos bíblicos. Así, recuerda que el que no está con Cristo está contra Cristo y lo que no es cristiano es anticristiano (o anticristo).

Recuerda igualmente la moral dualista, que recorre los textos bíblicos, de amor a los amigos y odio a los enemigos:
“¿Cómo no odiar, oh Yahvé, a los que te odian? ¿Cómo no aborrecer a los que se levantan contra ti? Los detesto con odio implacable y los tengo por enemigos míos” (Salmo 139, 21-22).


Y en el N. T “la frase ‘amad a vuestros enemigos’ se refiere solo al enemigo personal, pero no al enemigo público, al enemigo de Dios, al enemigo de la fe, al no creyente”.

La fe es “esencialmente intolerante” y “solo conoce enemigos o amigos”. Por ello, “la fe se convierte necesariamente en odio, el odio en persecución”. La persecución de herejes ya está en el N. T. y es justificada por Agustín. Feuerbach cita el cuarto evangelio: “el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que está sobre él la cólera de Dios” (Jn 3,36). Y continúa Feuerbach: “la fe ha descubierto el infierno, no el amor ni la razón. Para el amor el infierno es una crueldad, para la razón, un absurdo”.

En el cristianismo el amor está sometido a la fe, pues la moral depende de la religión. La fe es, pues, el fundamento del amor, de ahí que el mandato supremo sea el de creer (“arrepentíos y creed en el evangelio”, predicaba Jesús en Galilea). Paradójicamente, la biblia condena por la fe y perdona por amor.

El cristiano hace el bien y ama al prójimo, no por amor del prójimo, sino por amor de Dios. En la proposición “Dios es amor”, late la contradicción de fe y amor, pues Dios es el Sujeto y el amor solo un predicado. El humanista Feuerbach invierte la tesis: el amor es Dios, como el sujeto absoluto, es divino por sí mismo, no necesita ser avalado por la fe sobrenatural. “El amor verdadero se basta a sí mismo”, por eso no necesita el calificativo religioso de “cristiano”.

El amor es un principio moral autónomo y natural, que no depende de ninguna fe. Es universal y cosmopolita, como sostenían los estoicos. El amor a la humanidad, que defendía Séneca y Cicerón (cáritas humani generis), el amor al hombre por el hombre es inclusivo, pues incluye a todos los humanos. El amor cristiano, al contrario, es particular, se funda en la fe en una persona particular. Por ello, amar a Dios y a Cristo es más valioso que amar a la humanidad.

El humanismo antropológico y ético de Feuerbach niega que la caridad sea monopolio cristiano y concibe como fin lo que la religión concibe solo como medio: “el amor religioso a los hombres por amor de Dios, solo en apariencia ama a los hombres, ama en realidad a Dios”, en el que se cree. Y concluye: “debemos amar al hombre por el hombre mismo”. Ni el amor implica fe, ni la fe implica amor, pues la moral es autónoma y no depende de una creencia religiosa.
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