Triángulo amoroso: Éros, Philía y Agápe / 9 - I


El amor en el cristianismo está mancillado por la fe (L. Feuerbach)
La religión cristiana es la religión del sufrimiento (L. Feuerbach)
------------------------------------------------
Durante siglos, la teología moral cristiana asoció el Éros (erotismo y sexualidad) con el pecado. Incluso algunos, como Agustín, vincularon el pecado original con el deseo sexual. La philía, tan loada por Aristóteles, se mantiene en una categoría inferior al agápe o caridad, virtud teologal subordinada a la fe, convertida en virtud (para la filosofía griega la fe no es virtud).

En general, el amor carnal queda subordinado al amor espiritual (el espíritu es superior al cuerpo, en sintonía con el dualismo platónico) y el buen cristiano asciende por grados de lo carnal a lo espiritual. El amor al prójimo sigue subordinado al amor a Dios, al que hay que amar sobre todas las cosas.

Pero la idea suprema de amor a Dios va unida de forma permanente a la idea de sacrificio, imitando la pasión del Cristo crucificado. El ideal ascético, que tiene como culmen la vida mística, es un camino hacia la santidad, que incluye sacrificio (de sacrum facere), renuncia al placer (antihedonismo radical), negación antropológica del cuerpo, al que hay que mortificar, incluso flagelar o castigar con cilicios.

Supone la negación (sexofóbica) de la pasión erótica (pagana) y la sustitución por la pasión/ sufrimiento, asumida con gozo. De ahí la penitencia, el cuerpo famélico, los ayunos y cuaresmas.

Esta moral lleva consigo un clima de humillación continua (“mea culpa, mea culpa”), deseos pecaminosos, una sexualidad manchada con la idea de pecado (especialmente en el puritanismo), temor y temblor, seriedad, tristeza, angustia, amenaza del infierno, confesión como control morboso de las conciencias, etc. Todo ello para ganar el cielo, pues el sufrimiento es promesa de salvación (la pasión de Cristo redime al mundo). En la práctica, el sufrimiento tiene más peso que el amor. Y tampoco es un amor “puro”, es decir, desinteresado. Es un amor utilitarista, para ganar la salvación.

Por el contrario, para el judío Spinoza, expulsado de la sinagoga y declarado maldito por los suyos, el verdadero amor es alegría (como en Aristóteles), no tristeza; inocencia, no pecado; es acción, no pasión; placer, no privación ascética ni sufrimiento; libertad, no sumisión; plenitud, no carencia; presencia y amor a la vida, no desprecio del mundo.

Retomando el ideal estoico del sabio, afirma: “el hombre libre en nada piensa menos que en la muerte. Su sabiduría es meditación no sobre la muerte, sino sobre la vida”. El amor supremo es el “amor Dei intellectualis”, el amor a Dios como Absoluto, Deus sive Natura (Dios= Naturaleza).

Amar la Naturaleza es amar a Dios (monismo panteísta), como la unidad de lo finito y lo infinito y en ello consiste la felicidad, entendida de modo intelectualista e inmanente (cfr. A. Comte-Sponville: Pequeño tratado de las grandes virtudes).

La crítica filosófica del amor cristiano aparece no sólo en la ética de Kant y luego en Hegel, sino de forma más radical en Feuerbach, miembro destacado de la izquierda hegeliana, y más tarde en Nietzsche. Al final de su obra fundamental, La esencia del cristianismo, Feuerbach, una vez expuesta su teoría de la alienación religiosa, escribe un capítulo tiulado “La contradicción de la fe (Glaube) y del amor (Liebe)”. De forma sintética, exponemos sus tesis básicas.

La idea fundamental es que la fe es por naturaleza excluyente, mientras que el amor es inclusivo. Pero la contradicción reside en que el amor cristiano no puede unir lo que la fe separa.

La fe es excluyente, por su naturaleza. Sólo una cosa es verdad; solo uno es Dios; uno solo es al que pertenece el monopolio del hijo de Dios; todo lo demás es nada (Nichts), error (Irrtum) y locura (Wahn); solo Yahvé es Dios verdadero; todos los demás dioses son ídolos vanos”.
Volver arriba