Occidente tiene su propio modelo de búsqueda de verdad a dos niveles: filosófico y científico. La ciencia no es ningún conjunto de conocimientos acabados, más bien todo lo contrario: es nuestro método (no sólo occidental, sino de alcance pretendidamente universal) de aproximación transitoria a diversas verdades que responden a preguntas verificables, esto es, bien seleccionadas como comprobables y susceptibles de refutación.
Finalizaremos esta serie abordando tres preguntas:
¿A qué llamamos ciencia?, ¿qué entendemos por “dogmatismo”?, ¿hubo alguna vez un dogmatismo científico?
1. ¿A qué llamamos “ciencia”?
A un método de conocimiento de la realidad que: se basa en observaciones sistemáticas que llevan a un metódico registro de datos; analiza esos datos, a fin de inferir un principio general; y resume sus conclusiones en una teoría explicativa que debe: utilizar las matemáticas; casar con los hechos a explicar; incluir el mínimo posible de suposiciones (Occam); ser predictiva (anticiparse a futuros hallazgos o experimentos) y falsable (Popper); esto es, asumir posibles fallos y proponer casos en que la hipótesis o teoría propuesta se vería refutada (debiendo ser sustituida por otra teoría mejor).
Si bien Bacon daba más importancia a la confirmación de las predicciones, Popper, con un criterio más actual, se la da a su resistencia la falsación (las teorías no pueden comprobarse tanto como tratar de falsarse). Por su parte, Lakatos considera que el par confirmación-refutación es indisociable y da mejor la talla de lo exigido.
Por lo demás, no hay límites para la creatividad siempre que se afronte “la carga de la prueba”. Hoy se entiende que la teoría puede ser todo lo imaginativa que se quiera, siempre que se fundamente en pruebas suficientes y “funcione” mejor que sus alternativas (siempre que se sometan a falsabilidad sus predicciones y no introduzca elementos arbitrarios e innecesarios).
Una teoría científica puede surgir por inducción o contrainducción (Feyerabend) y estar abierta a un cambio de paradigma o renovación histórica (Kuhn).
2. ¿Qué entendemos por “dogmatismo”?
Proceder de un modo anticientífico es lo contrario al espíritu expuesto; defender contra viento y marea una convicción con completa independencia de que resista o no la prueba del contraste (experimentación y análisis repetido y por otras personas), la concurrencia (existencia de alternativas equivalentes o mejores) o funcionamiento (incluso explicativo: las conclusiones no siempre valen para siempre y en todas las situaciones posibles).
El dogmático tenderá a darle más importancia a un texto escrito por alguien que considere infalible que a la experimentación más pragmática y definitoria de su error, incluso seleccionará los textos y razonamientos que confirmen sus preferencias y despreciará los datos y el proceder analítico y crítico que pudiera dar en su refutación.
El dogma es inflexible: puede ir contra toda evidencia y ampararse sólo en la “tradición” (en lo que se creyó antiguamente), la autoridad (quien lo dice es importante, manda y puede castigar o imponer su propio credo) o la “revelación” (profetas que tuvieron el privilegio de hablar con una deidad –o arcángel- que les transmitió la verdad).
La actitud correcta es la opuesta: la búsqueda objetiva y honesta de la verdad. La indagación plural en pro de la respuesta cierta a nuestra pregunta sincera.
3. ¿Hubo alguna vez un dogmatismo científico?
En principio, no podría haberlo: la ciencia es lo contrario de la cerrazón dogmática. Y sin embargo…
Hace entre uno y dos siglos no estaba tan claro que la grandeza del método incluía el su anti-dogmatismo y que en suma, antes que un conjunto de afirmaciones realizadas por científicos entendidos, la ciencia es un método perfectible de conocimiento concreto sobre la realidad (física, biológica, humana),.
De modo que podemos poner ejemplos de afirmaciones desgraciadas realizadas por científicos de gran renombre que jugaron a profetizar (para su descrédito relativo). Cuando lo hicieron, se limitaron a hacer predicciones falsables, siendo en esto científicos, en lo que no lo fueron es en su convicción extrema de estar en lo cierto, al hablar de un futuro que no controlaban en la medida que estimaron.
La colección prometida de frases vergonzosas por su “dogmatismo -pretendidamente- científico”:
- Lord Kelvin afirmó a fines del siglo XIX que "nada creado por el hombre y más pesado que el aire puede volar".
Simón Newcomb demostró matemáticamente dicha sentencia. Unos años más tarde (en 1903) los hermanos Wright volaban en su primer avión.
- Kelvin también erró al decir que: “La edad de la Tierra es de 106 años” (lo que dista mucho de los 4,5.109 años hoy estimados). Su error de cálculo se debió a desconocer una fuente generadora de calor (su radioactividad interna).
- Y no digamos en las siguientes afirmaciones (todas del propio Kelvin, el mayor científico de su tiempo): “La radio no tiene futuro”. “Es una sandez pensar en la posibilidad de crear una bomba atómica”. Y la última guinda: “No queda nada por ser descubierto en el campo de la física actual. Todo lo que falta son medidas más y más precisas“. Corría el año 1900, apenas faltaban 5 años para la formulación de la Tª de la Relatividad.
- Auguste Comté, 1825: “Es imposible para la ciencia determinar de qué están hechas las estrellas”. Pocos años después la espectroscopía descubría que el Sol estaba formado por hidrógeno.
- Albert Michelson, 1894: “Será imposible descubrir cualquier física nueva, más allá del conocimiento que tenemos (por entonces) sobre la materia”. Faltaban unos años para dos de las revoluciones más grandes de la historia de la ciencia: el surgimiento de la cuántica y la formulación de la teoría de la relatividad.
- Ahora un pensamiento curioso digno de un filósofo griego que debemos al matemático Jules Henri Poincaré (1854-1912). Aunque este defendía que “una hipótesis científica no es nunca verdadera; sólo puede ser útil”, jugó a realizar una proposición irrefutable: “Si el Universo se contrajese un millón de veces, y nosotros con él, nadie advertiría nada.” Su argumento fue citado hasta principios del siglo XX como modelo de profundidad. Hasta que un ingeniero observó que, por lo menos, “se daría cuenta el tocinero, pues sus jamones caerían al suelo”. Puede que se hayan quedado como estaban, pero párense a considerar que, aunque el peso de un jamón es proporcional a su volumen, la fuerza de la cuerda que lo sostiene no lo es a su sección. De modo que si el Universo se contrajera un millón de veces, todos los jamones del mundo caerían al suelo.