Vocación religiosa, insatisfacción vital, burocracia, llamados y escogidos

Religión Digital se hace eco cadencioso de la aparición reiterada de noticias “preocupantes” relativas a los seminarios. Y tales noticias al punto suscitan la pertinente reflexión sobre eso de la “vocación religiosa”, como ellos denominan a algo que tiene más de proceso psicológico que otra cosa.
Proceso psicológico sin embargo que no tiene la misma entidad ni virtualidades que las profesiones de albañil, encofrador, sociólogo, psicoanalista, cardiólogo, ingeniero de finanzas (vulgo, ladrón de guante blanco) o vago, dado que la "religiosa" implica profesión y vivencia, y lleva implícita un cierto desgajamiento del mundo natural en que las otras ejercen.
El individuo queda subsumido en un proyecto divino ex profeso dirigido a arrancar de las garras del mundo al hombre y, de paso, sus adherencias vitales. O llevar hasta las últimas consecuencias aquello de "el que no está conmigo está contra mí".
No deja de ser una especie de sarcástica paradoja la por ellos intitulada “vocación religiosa como respuesta afirmativa a la llamada de Dios; o "encarnación del proyecto divino en la predisposición del hombre"; o nube vaporosa que fecunda “la carne débil de un mortal tocado un día por la señal del Espíritu” que llama a servirle “en plenitud”.
“Vocación, gracia, colaboración con Dios”. En la defección, “volver la vista atrás, dar de lado la llamada de Dios, culpa, fracaso...” Todas las palabras entrecomilladas son expresiones manejadas una y otra vez por “el estamento”.
Algo etéreo y humoso para quien no descubre nada en esas palabras; pero quizá, y esto es peor, deletéreo para quien las percibe como dogal que constriñe. Tinglado artificioso condicionando el vivir diario del hombre, teñido además, en el pasar de los días y en la angustia del “no quiero seguir”, con sentimientos de culpa: Señor, no soy digno de ti, quiero serlo, ayúdame en la duda, fortalece mi fe...
Muchos, los más, en ese negruzco discurrir de sus días, en el lento pasar de las horas silenciosas dedicadas al arrobo de la meditación, absortos en lo divino, lo único que sienten es el in-alienante deseo de gritar un rotundo y enérgico “¡Se acabó”!
¡Ésa es parte de su realidad, la antihumana realidad que rompe vidas quebrando ilusiones! ¡Cuántos ingresaron a los 8, 10, 12 años en seminarios proselitistas y al cabo de otros tantos descubrieron que de "vocación" no había nada!
En otros tiempos incluso fueron solución a problemas de alimentación y educación: léase Edad Media y siglos posteriores, léase años 40 y 50 de nuestra bendita España post bélica. ¿A cambio? Juventud semi arruinada, amores juveniles cercenados, búsqueda luego en Marcel Proust para verse incluidos en su saga "En busca del tiempo perdido".
Pero se dio también la otra realidad: los que siguieron.
La otra realidad, sí, era la de seguir... ¡huyendo hacia delante! El seminarista “menor” no vive contento con el presente, pero piensa que los años de “filosofía” traerán la plenitud a su alma; cuando llega, barrunta que será la ciencia de Dios, la “teología” la que le llenará: pero tampoco; y huye hacia el “diaconado” –¡ya pertenece a la estirpe de Esteban!-- y hasta, ah, la suprema dignidad del “sacerdocio”. Esa sí le henchirá de Dios: pues tampoco.
El aterrizaje en labores burocráticas le lleva a exprimir su deseo de ser más y estudia y se doctora y pide empleos “pastorales” y se desvive en atender a los pobres de la parroquia y en visitar y en consolar: esto sí parece. Tampoco. Es muy grande la soledad en las noches negras del invierno.
Algo positivo ha sacado de esa dedicación: todo ello le ha valido ser nominado para una “canonjía”, quizá una “vicaría” y ¿por qué no? ser ascendido al rango de “obispo”. Ya llegó a la meta de su "proyecto vital". Quizá.
Para muchos pasaron los años y con su andar cansino, ya hace varios que dejó de pensar en aquel “se acabó” primerizo. No hay vuelta atrás. La única aspiración vital que queda es subir de grado. Y en cada grado sólo el vacío.
[Aparte: olvidaba decir que ésta es una visión rastrera y humana de la suprema dignidad del consagrado al Señor. En el rebaño de pastores hay muchos radiantes de felicidad, ungidos por su gracia y fecundados por el Espíritu].
Reflexionando sobre las primeras ideas a la luz del último párrafo, ¿cómo se explica que la misma vivencia a unos, que son los más, hunda en la tristeza vital y a otros, que son los menos, exalte, anime e impulse a vivencias socialmente agradecidas? Porque, no lo olvidemos, tal vivencia no es un empleo, es vida total, absorbe, es relación absoluta con Dios y sumisión a su proyecto, compromete toda la persona.
Sólo hay una explicación posible, la de hablar de “llamados” y “escogidos” ¡dentro incluso de los investidos por la dignidad y la gracia del sacramento del sacerdocio! Muchos son los llamados – ¡fueron llamados y atendieron la llamada!— y pocos los escogidos –para ser también humanamente felices—. Escogidos por Dios, se supone.
Deducción: la tiranía de Dios distingue entre llamados --a los que desquicia y hace infelices--, y escogidos --que gozan con su puesto y viven la alegría de los hijos de Dios--.
Y si esta interpretación semi teológica no es tal, sólo queda una: la psicológica, que en palabras de su mismo Evangelio ya decía el administrador infiel: Para cavar no sirvo... ¡porque se me ha pasado el tiempo!
Por descontado, entre el apático discurrir de los días de unos y la entrega ilusionada de otros, también se halla la satisfacción cumplida de ascender en el escalafón.
Quizá este Boletín de Religión Digital llegue a oídos de algún seminarista. A ellos y a su capacidad de decisión van dirigidas estas palabras. Tres vías se abren al futuro...