El asombro del profano que le conduce a Dios.

Aunque al astrónomo tales palabras le parezcan “prólogo para no iniciados”, el profano se asombra de certezas como ésta proclamadas ya a comienzos del siglo XX:

Hacia 1918, Harlow Shapley, pionero de la cosmología moderna, había determinado el tamaño y forma de nuestra Galaxia, la Vía Láctea. Recordemos que a escalas galáctica y cosmológica las distancias se miden en años luz. Un año luz es la distancia recorrida por la luz en un año, viajando a la velocidad fenomenal de 300.000 km/s. Un año luz equivale a unos 10 billones de kilómetros, siendo un billón un uno seguido de doce ceros. Shapley demostró que la Vía Láctea tiene la forma de un disco hinchado por su centro. El diámetro del disco es de unos 100.000 años luz, con nuestro sistema solar relegado a un punto a unos dos tercios de la distancia entre el centro y el borde externo. La Vía Láctea consta de no menos que unos 200.000 millones de estrellas. No es extraño que Shapley y otros muchos pensaran que esa era la suma total del Universo, sin nada más allá.


Desde entonces los avances técnicos en astronomía han sido espectaculares. Para un crédulo, tales hechos asombrosos, jaleados por el jerarca al son de los salmos de David, le llevan a Dios. Un medio como otro cualquiera de que el “pastor sacro” con una mano le guíe y con la otra le vacíe… el bolsillo y la inteligencia.

Hubble cambió radicalmente esta imagen del mundo... Pronto vendrían medidas de distancias a otras muchas galaxias, abriendo de par en par al hombre el panorama de millones y miles de millones de galaxias pululando dentro del rango observable de muchos años luz. La inmensidad del reino de las galaxias, o sea nuestro Universo, es fabulosa y no tenemos siquiera estructuras mentales para imaginarla.


Y continúan los astrofísicos con observaciones que dejan a la mente perpleja y superan el puro concepto astronómico para incidir en otras áreas:

Amén de la extensión espacial del Universo, una pregunta obvia era cómo se comporta en el tiempo. Nuestro Universo, a gran escala temporal, ¿es estático, inmutable? Según Aristóteles, sí. Desde su época, ésa fue la creencia tradicional de científicos y filósofos, incluido Alberto Einstein. La estructura rígida y plurisecular de ese Universo inmutable empezó a venirse abajo por las observaciones de Hubble y de su colaborador Milton Humason. Descubrieron que los espectros de distintas galaxias derivaban sistemáticamente hacia el rojo. Este fenómeno es similar al efecto Doppler para las ondas sonoras. El tono o frecuencia del sonido baja perceptiblemente si su fuente se aleja del observador a velocidad comparable a la del sonido. Por analogía se concluyó que las galaxias huyen de nosotros a velocidades comparables a la de la luz. De hecho resultó que las velocidades de las galaxias son directamente proporcionales a su distancia respecto a nosotros. Ésta es la célebre ley de Hubble. O sea que el Universo, a gran escala, es dinámico y no estático. Cabe, entonces, discurrir sobre la evolución temporal del Universo.


Si traemos a colación estos textos es porque la consideración astronómica ha sido el primer peldaño que ha llevado al hombre a la credulidad. La admiración de la grandeza de los cielos ha sido durante siglos la "escala de Jacob" por la que el hombre ha accedido a Dios.

Pero en la consideración de estos textos, el creyente debiera reflexionar y no deducir simplezas más allá de lo que los científicos dicen... lo mismo que en otras parcelas del saber.

Un astrónomo no se maravilla tanto del cielo como el pastor de ovejas por el nacer de las flores en el campo.

Y no por eso deduce a Dios.
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