A buscar caracoles - madruga el tuerto...

No sé si después de más de un siglo de defenestración política tras mil novecientos de prepotencia, los máximos jerarcas eclesiales han encontrado su lugar en el mundo o no, con independencia de que ese mundo quiera o no adscribirse a la única y verdadera religión.
Resulta curioso observar cómo, de entre los que rigen la imaginería sagrada en nuestro mundo global, sólo se hace visible el Jerarca Romano. ¿Y los otros? ¿No existen? ¿O es el que este de Roma todavía vibra al son de músicas pasadas, cuando lo era todo en el mundo no global?
Lo que se ve en nuestros días es la búsqueda de un hueco en terrenos donde la convivencia se rige por los puños. Antes eran un verdadero poder manejando los vientos del sentimiento y la incultura, las más de las veces avivando conflictos, diferencias y cruzadas; hoy, y es algo de agradecer, claman por la vida en este desierto de oídos sordos en que se ha convertido la política internacional. No diremos "Dios les oiga", que ya les oye: más bien, los Putin y los Obama les hagan caso.
A decir verdad nada tenemos que objetar; más aún, “es justo y necesario” porque el mundo necesita de individuos, y masas, que griten con todas sus fuerzas “no a las guerras”. La de Siria “clama al cielo”, aunque más bien está dejando en vergüenza al máximo organismo que nació para evitarlas.
Si ahora tornamos la vista hacia otras bardas, el panorama que aparece a los ojos del Máximo Santo Vivo, o sea, Su Santidad, no se presenta con buen talante ni puede resultar excesivamente halagüeño. De ahí la deriva eclesial bifronte:
- la Jerarquía, cuando sintió en sus huesos la esclerosis múltiple que comenzaba a corroerla quiso descender al valle, hacerse humana, rejuvenecerse. ¿Resultado? Euforia doctrinal en un principio, ramalazos de populismo al son de guitarras y panderetas… pero comprobación de que las ovejas que se fueron no querían saber nada de tal tenada. Las otras, las que veían desde la tribuna el jolgorio festivo, fieles a la fe de sus antepasados, comenzaron a sentirse un tanto fuera de lugar tratando de que esa especie de terremoto no alcanzara los cimientos tridentinos de su fe inmarcesible. Algo de eso percibieron JP - 2 y B-16. El primero obró en consecuencia y el segundo se retiró por sentir que no podía hacer nada.
- Por el extremo opuesto de la sociología del credo, ha visto cómo la torrentera de la duda asociada al conocimiento y a la cultura ha arrinconado cristos de lúgubre mirar, vírgenes, escapularios, medallas, rosarios, reliquias, hisopos, incensarios, botafumeiros, bendiciones, procesiones arrastrando consigo la variopinta parafernalia de los símbolos de una creencia fenecida y a punto de pasar a la sala de momificación.
Los últimos "Jerarcas Máximos", gerontócratas en el declinar de sus días, han buscado con anhelo, a lo largo de su penúltimo “via crucis” vital, subir otra vez al Olimpo.
Pensando que el camino se hace andando, no sólo el Jerarca Máximo sino también Obispos y Arzobispos han promovido distintas sendas con la sensación, en cada una, de haber extraviado el camino:
- alguno de ellos, pocos, han pensado si el camino estaría en el refrito del rito, ‘vivenciar’ los misterios, cuanto más festivos mejor.
- Algún otro buscó un sendero a lo Zapatero, haciendo suyo, “avant la lettre”, aquello de aliar las civilizaciones con profusión de gestos que a la postre se hicieron indigestos: abrazos pluriconfesionales, perdones de galería, compunción ad extra, que nunca ad intra;
- Dado el carácter místico de una sociedad también poblada de espíritus, con asistencia segura del máximo poder espiritual, el Espíritu Santo, pero con intermediarios eficaces, el añorado JP 2 se entregó con fruición a repoblar el Parnasocon nuevos dioses, algunos de pacotilla y otros por intereses varios, presentando modelos –santos a su medida-- a diestro y siniestro;
- En un nivel inferior, muchos ha habido que no han dudado en agitar el zurriago de su palabra en denuncias semi apocalípticas, vanas por inanes, vanas por inauditas en el doble sentido del término y vanas por discurrir por sendas extraviadas. Ahí quiso situarse el ronquido madrileño cuando ya nadie escuchaba.
- Muchos, pletóricos de gracia y eufóricos de vida, la que el Espíritu Santo proporciona, han querido convencerse de que la confirmación de su fe estaba en ser veletas multicolores, en encerrarse en urnas móviles y pasearse como líderes de aquí para allá, saliendo de los cuarteles de invierno para hisopar las vegas mediterráneas...
Y se encuentran solos, por más que se sientan jaleados por multitudes, a sabiendas o no de que sólo sirven para ser adorados como un ídolo más de los muchos que las masas tienen; masas que, tras deambular por la veneración del poder, el prestigio, el dinero, la fama... terminan buscando la sombra de ídolos vestidos de blanco, vivos con apariencia de reliquias, estatuas en vitrina, efigies en pedestales semovientes.
Se enajenan a sí mismos de la compasión y el afecto que de por sí inspira la senescencia, porque son precisamente ellos quienes se prestan a degustar las mieles de la gloria terrenal, sin percibir que, por viejos, se mueven donde otros quieren.

Suena mejor en griego: mataiótes mataiótetos, ta panta mataiótes ("vanidad..." Eclesiastés).
En tal peregrinaje por el reino del despiste, les hacen perder la gravedad que siquiera una vejez digna procura. Antes de ayer JP2, ayer B16, hoy Francisco.
No sabemos todavía si los nuevos aires franciscanos que soplan hacia fuera del recinto vaticano serán buenos aires o no: ¡con que ansia suspiran sus devotos por que así sea!