El cansancio que ríe con San Antón.


Con permiso de PROMETEO, nos colamos de rondón en la serie de artículos sobre el pensamiento griego primitivo porque el asunto "protectores" tiene su enjundia.

Preciso es acordarnos de un santo, Antón, nada menos que patrón o protector de los animales domésticos (menudo venero protector si hubieran seguido con todas las especies animales, sobre todo las que sustentan a los humanos, por ejemplo un patronazgo sobre las nécoras o los percebes).

Mañana se celebra la festividad de San Antón, entre otros títulos patrón de los animales. San Antonio, ermitaño y luego abad de eremitas, que aprendió santidad observando a los animales, dicen. En cierto sentido hasta los imitó en su época de ermitaño. Su bendición es fuente para los animales de salud y bienestar para todo el año. Debe ser cierto como así se desprende del testimonio de cuantos llevan los suyos a ser bendecidos. Porque...

¿...hay alguna otra consideración al respecto que sea diferente de la chirigota con que se pueda tomar el asunto? Y si no es un simple "sacar a relucir" en procesión pública el animal propio y si algo de seriedad o enjundia tiene tal bendición --que propicia salud y bienestar a los bichos--, ¿qué pensar?

En Madrid tal bendición es más efectiva en la iglesia de San Antón, en la calle Hortaleza. O quizá dicha iglesia tiene la exclusiva, porque no sabemos que en otros templos se ejecute tal festivalera ceremonia.

Me recuerda tal patronazgo secular sobre animales un intento de la Iglesia por incorporar a su patrimonio las técnicas actuales. Creo que fue en la década de 1990 cuando barajaron algún patrón para Internet. Entre otros nombres, y éste con cierta sorna festivalera, se barajó el nombre de santa Tecla, la que sigue siendo patrona de Tarragona. La ironía estaba bien traída.

Podría la Iglesia, si todavía tuviera fuerzas para ello, designar protectores contra los males que agobian al sufrido ciudadano: las multas de tráfico, los atascos, el papeleo administrativo, la elección de un buen abogado, la chapuza que puede engordar la nómina, algún santo temporero para el mes de Hacienda, para las averías de la lavadora, para encontrar un rumano bueno que pinte la casa…

Añadamos que cada personaje solía tener su ritual particular, pues no bastaba con invocarle. De nuevo solicito la complicidad irónica de quien quiera sonreír. Receta de otros tiempos contra la rabia canina: el 22 de mayo se bendice aceite en la iglesia; se arroja al perro pan, mojado en dicho aceite; se cruzan los pies y con los índices formando una cruz, se invoca a Santa Quiteria, protectora de la rabia canina.

¡Qué tiempos aquellos en que los gurús del credo se erigían en dueños del terreno con gestos, ritos o actos mágicos! Todo se tornaba patronazgo, porque los santos no podían desaparecer así como así: patronos y protectores de pueblos, de profesiones, de lugares públicos, de regiones, de collados y navas, de fuentes y arroyos, de montes y cordilleras...

¿Por qué ese interés morboso de asignar protectores? ¿Por qué las gentes se dejaron embaucar de ese modo? ¿Por qué ese monumental secuestro de la naturaleza? ¿Por qué tantas calles dedicadas a santos?

En los “encierros” de Pamplona, todos dirigen su mirada al obispo Fermín: ¿ha considerado alguien el ridículo de este rito, cantando, moviendo el periódico plegado arriba y abajo? Sí, ya sabemos que son sustituciones, que son formas de descargar la ansiedad, que... pero de hecho santos y milagreros han ocupado un lugar difícilmente “desmontable” por extensión cualitativa y cuantitativa.

No propugnamos su sustitución porque resultaría carísimo en algunos casos trocar nombres de calles y plazas que hoy no tienen sentido civil alguno, con el añadido de que se dedicarían calles al sobrino del mandamás de turno: en Madrid, desde la calle San Adolfo hasta San Zoilo pasan de trescientas las dedicadas a santos masculinos; y desde Santa Adela a Santa Virgilia, pasando por santa Francisca Javier de Cabrini, alrededor de ciento setenta. Añádanse calles dedicadas a misterios de fe varios y variados.

¡Y la iglesia lo fomenta y tolera! ¿Qué debemos concluir de todo lo anterior?


• Primero, que tales actos, creencias y ritos son magia;

• que la Iglesia cristiana tolera tales prácticas como si de verdadera religiosidad se tratara;

• que si la Iglesia ha fomentado en otros tiempos y hoy consiente tales creencias se hace cómplice de credulidades en nada diferentes a las que denigra en otros cultos;

• que nada podrá decir contra prácticas esotéricas, tarot u horóscopos, dado que la Iglesia consiente lo mismo entre sus fieles;

• que aquellos que creen y practican tales ritos no sólo debieran excluirse de la sociedad de los racionales, sino también de Iglesias que se presentan como “espirituales” y superiores a las sectas.

Volviendo a la consideración de la festividad del 17 de enero, prescindo de los beneficios que tales bendiciones puedan generar para quedarme únicamente con el dicho popular: "Según dice San Antón - los que parecen tontos lo son".
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