La conversión cuaresmal vista desde el otro lado.

Tiempo de Cuaresma y, ya se sabe, lo propio es el anuncio de la conversión: “Si no os convertís no entraréis en el reino de los cielos”. Conversión en esta tierra a la espera de alcanzar el reino de los cielos. Mudar de lo que sea para esperar lo que no se sabe.

De momento, estamos en este mundo. A lo largo de la vida el individuo se convierte y reconvierte muchísimas veces. Entre otros cambios uno no se reconoce en el infante que fue, en el niño que dejó atrás y casi ni en el joven que proyectó lo que uno ha llegado a ser, aunque la conciencia del yo no se pierda.

Amén de estos cambios "mayores", las circunstancias de la vida obligan a otros, los propician incluso como oportunidades que brinda para mejorar, reafirmar la personalidad, endurecernos, tener criterios propios, etc. El cambio es consustancial al hombre, cambio que filtra el conocimiento que el individuo adquiere de las cosas y de los sucesos.

¿Conversión, pues, hacia qué o hacia dónde? “Cuando era niño…”, que decía Pablo de Tarso para justificar esa otra conversión. Entre otros cambios posibles está el de creencias, tomado este término en su acepción más amplia. Quizá sea el cambio mayor. Los cambios materiales o de situación social también suelen propiciar cambios en las creencias. Cambio hacia o cambio desde, cambio para aceptar creencias nuevas, cambio para dejar las que tenía...

Creencia es un estado mental y emocional, más que un conjunto de conocimientos específicos, porque la creencia en cuanto tal implica, sí, conocimiento, pero sobre todo vivencia. Lo que hoy se llama “inteligencia emocional” tiene mucho que ver en ello. Mapa mental según interesante aportación de Frank P.Ramsey:

Como mera actitud mental, que puede ser inconsciente, no es necesario que se formule lingüísticamente como pensamiento; pero como tal actúa en la vida psíquica y en el comportamiento del individuo orientando su inserción y conocimiento del mundo”.

A lo largo de la vida unas creencias son sustituidas por otras y la mayor parte de la gente normal ha realizado esa necesaria conversión dejando atrás las creencias de niño. Más que nada para poder guiarse por el sendero de la vida y poder convivir consigo mismo. Entre ellas, las creencias religiosas.

Incluso en el estamento religioso se han dado abandonos de la fe... Pero hablar de experiencias ajenas de esta “otra conversión” quizá sirva de poco, todo lo más como anécdota. La trayectoria vital no es transferible, es cierto, aunque la exposición, la verbalización de la misma sí lo es. Cada uno tropieza en las piedras de la vida sin que sirvan las advertencias de los demás para evitarlo.

Siendo cierto todo esto, hablar de cómo alguien ha superado determinados escollos estimula o puede evitar temores sobrevenidos.

En el asunto de la "verdadera" conversión, la credulidad se refiere a encontrar el verdadero camino, el de la fe. ¿Y si es al revés? ¿No es también conversión? El que ha sido creyente desde el vientre materno y la única conversión es la haber engordado alimentando sus creencias, no podría opinar de otro tipo de conversión porque no tiene experiencia de una verdadera “metanoia”.

 Ese creyente estructural seguirá meditando y buscando ese algo de lo que convertirse, porque "ha pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión". ¿Qué puede pensar de quienes abandonan esas creencias y se convierten…? Y dirá: ¿en qué se convierten? ¡Quizá en “personas” que se rigen por sus propios criterios racionales y morales!

Y espetan: han abandonado la fe; se dejan llevar por la depravación; les gobiernan sus pecados; viven en la perversión; han sido capturados por el demonio... Evidentemente no saben lo que dicen, porque no admiten siquiera las opiniones de quienes sí pueden hablar de la experiencia de dar de lado ese fenómeno psico-social que es la religión.

El único que se da cuenta del inmenso error en que había vivido es el que ha abandonado las creencias religiosas, percibidas tan infantiles como los cuentos de Grimm, Perrault o Andersen, todos juntos.

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