Del dios único al hombre único.

Una de las singularidades del pueblo judío es su monoteísmo espiritualista: Dios es uno y único; Dios no puede ser representado; Dios está en “los cielos”… Esta idea de Dios, que cobra carta de naturaleza en el Sinaí –“yo soy el que soy”— era una novedad que chocaba frontalmente con las creencias de los pueblos vecinos.

Coincidió, heredó o sucedió a la revolución de Amenofis IV, Akhenaton, el único faraón revolucionario, que impuso el credo del dios único en Egipto y que terminó como terminó, con una contra-revolución de los sacerdotes de Amón y su restauración.

Lo imperante en aquellas sociedades llamadas primitivas era el politeísmo, concreción de las interpretaciones en vigor sobre el universo, la sociedad y el propio yo. Consecuente con el pensamiento imperante, tal politeísmo tenía sesgos cosmológicos, antropomórficos o zoomórficos. Tal idea de Dios “sólo” tiene una antigüedad de unos 3.300 años, pensando en que Ajenaton reinó a mediados del siglo XIV a.C. No es propiedad exclusiva de los judíos.

En todas las religiones politeístas han surgido mentes críticas que han apostado por el monoteísmo. Entre sus compatriotas fueron considerados “ateos”, pero no según los cánones actuales. Preciso es anotar el hecho de que durante mucho tiempo y entre culturas politeístas, era confusa la división entre monismo, impiedad y ateísmo.

Quien postulara un único dios en el Egipto del siglo XIV a.C. o en la Roma del S. II, era considerado socialmente ateo. Entre los griegos, cuyo “panteón” abarcaba todos los dioses posibles, mentes preclaras denunciaron tal proliferación de divinidades. Y muchos se zafaron incluso de la explicación divinizadora del mundo defendiendo soluciones que hoy llamaríamos “materialistas”.

¡Quién lo diría!, pero Sócrates fue condenado a muerte por ateo y por pervertir a la juventud. El mismo Aristóteles, de quien bebió la escolástica cristiana, se mantuvo en una ambigüedad entre monista y materialista. Lógicamente era un ateo para sus congéneres, razón por la que tuvo que huir de Atenas, a la vista de lo que le había sucedido a su “abuelo”.

Remito a un artículo de la Revista “Catobleplas” [Daniel Miguel López Rodríguez, La asebeia en el Peri psyché de Aristóteles, El Catoblepas 86:14, 2009 (nodulo.org)], aunque la filosofía siga siendo hueso duro de roer por quien haya superado a duras penas la EGB. También recomiendo el libro de Gustavo Bueno “La fe del ateo”.

Pero estos ateos griegos no eran tales. Sólo se les acusaba de impiedad (asebeia), no de negación. Ateos propiamente dichos fueron Jenófanes de Colofón, Evémero, Epicuro y todos los que trataron de dar una explicación natural --“materialista”-- del mundo: monismo materialista frente a ese otro monismo espiritualista. Con la diferencia de que la razón comprende el monismo materialista, pero no el otro.

Esa “idea de Dios” como principio de las cosas, de la realidad, es tan grosera y reduccionista como el monismo materialista según el modo como los fideístas entienden el materialismo, es decir, tergiversado y acomodado a sus críticas. ¡Y pretenden hacer una metafísica partiendo de la sustancia divina!

Decimos “según como los fideístas entienden el materialismo” porque tal interpretación desvirtúa el científicamente higiénico materialismo, que abarca y sobrepasa lo físico para incluir también lo metafísico. Ha sido en nuestro siglo cuando la Biología y la Física han venido a dar la razón a la concepción metafísica materialista previa.

Es indecente cómo los espiritualistas ponen epítetos a la concepción materialista. Peor para ellos, porque terminarán arrastrados con una anilla en la nariz lo mismo que lo hicieron cuando denostaban el evolucionismo. No se puede entender el materialismo actual en un sentido toscamente fisicista.

Es curioso cómo en la dialéctica entre las formas de pensar y deducir de Leibniz, Descartes y Kant, el filósofo Charles Wolff termina más en la Psicología como ciencia que en la Filosofía, estableciendo tres clases de ¡¡materia!!

La primera vendría constituida por las formas y elementos físicos (hoy incluiríamos también todo tipo de ondas electromagnéticas); la segunda comprende todo lo que tiene que ver con la psicología humana: deseos, recuerdos, sensaciones, afecciones, mecanismos…; y la tercera comprende todas las estructuras y derivados que tienen que ver con “las ideas” o, más bien, con la generación de ideas, como “espacio proyectivo reglado”: conceptos abstractos, conceptos matemáticos, la lengua tal como la explica F. de Saussure, también los derivados morales…

Parece fuerte tal afirmación, pero es algo que, a partir de la Biología y la Psicología, se va imponiendo en la Filosofía. Hoy el filósofo que no tenga profundos conocimientos de biología puede olvidarse de hacer filosofía. Se lo oí a Gustavo Bueno. Como conceptos se pueden disociar y estudiar por separado, pero no en cuanto realidades, que forman una y única realidad. 

Se podría argüir que encuadrar tales “hechos” dentro de la materia es cuestión de palabras. Pero se podría contestar que también la distinción entre alma y cuerpo es una cuestión de palabras…

La credulidad, que piensa siempre de manera interesada, no lo cree así: hay una realidad sustancial que da forma al mundo y la materia, que es el espíritu y esa realidad no es asimilable en modo alguno a la materia. Pues sigan pensando así, que se encontrarán con el espíritu cuando ya “su” materia no sea nada, es decir, post mortem.

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