El lenguaje religioso. Del símbolo a la extravagancia (2/2)


Nos movemos en un mundo de símbolos: el mismo lenguaje, que fue en un principio señal objetiva, pictogramas y demás, directamente relacionado con "la cosa" o con el deseo, se ha convertido en simbólico al hacerse significante de sí mismo –de nuevo la curvatura reflexiva mental--, dando origen a infinidad de disciplinas cuya materia prima es la lengua: artísticas, filosóficas, políticas, históricas, teológicas, o las relacionadas con el derecho, la educación, la moral...

También la vida ha cobrado carácter simbólico, de forma directa –el nacer, por ejemplo, como símbolo de escapar a un accidente-- o inversa --la ciencia es el alimento de nuestra inteligencia--. Los distintos elementos que componen la naturaleza convertidos en símbolos de uso diario... Tanto es así, que hemos construido todo un "mundo de símbolos", como puedan ser "el árbol", "el centro", "el monte", etc. que constituyen ya elementos de la estructura psíquica (1).

Para una persona culta es importante conocer el mundo de los símbolos. El entender su sentido metafórico, es decir, su pérdida de valor comparativo para constituirse en esencia del significado directo, es un paso grande que la razón da en el ascenso gradual del conocimiento.

Pero podemos dar un paso en falso al convertir el lenguaje en algo estrafalario.

Hablar de Dios no es fácil cuando uno de los interlocutores tiene receptáculos con pinchos. Por una parte, Dios es disparatadamente blando para soportar las espinas de la crítica. Por otra, un ascenso conceptual exigente lleva al silencio: no se puede hablar de Dios.

El lenguaje conceptual simplemente no dice nada: Ipsum esse, poder del ser, fundamento y sentido del ser, la profundidad, el absoluto, lo incondicionado... Son definiciones “de ellos”.

Trasladar ese lenguaje a la vida es punto menos que imposible. De ahí el número tan enorme de "traductores" de lo divino.

¿Nos imaginamos a la señora que vuelve del supermercado, que, de paso, accede al semioscuro templo y comienza a rezar de esta guisa:
Dios mío, tú que eres el ipsum esse, tú, el fundamento y sentido del ser, tú que eres lo incondicionado, tú que eres el poder del ser... mira a ver si mi hijo aprueba las oposiciones, que a mí se me pase este dolor cervical y, de paso, que mi marido gane un poco más?


El otro lenguaje se queda en símbolo, en misticismo y, en cuanto tal, pegado al "sancta sanctorum" y despegado de lo humano.

Añadamos algo más para no dejar al dialogante crédulo con sólo agua de borrajas. El lenguaje religioso tiene un componente salvífico. Se justifica por la función: al hablar, el individuo se cura a sí mismo.

Por el hecho de que dicho lenguaje gira en torno a mitos, sean explicaciones o sean relatos, va perdiendo su carga significante ante la imparable penetración de la verdad expresada en palabras. No otra cosa queremos decir que la pérdida de sustento ante la ciencia (conocimiento denotativo de la realidad, frente al religioso que siempre es connotativo) (2).

Ante la pérdida de significado, el lenguaje religioso se ha transformado en lenguaje moral, que siempre es firme y sólido, en los últimos años ¡hasta ecológico!, para de nuevo comenzar el ciclo de sustitución: la moral religiosa tornando de nuevo al sujeto afectado, el hombre.

Todas estas variedades de lenguaje, de las que se ha apropiado la creencia, deben volver al hombre. De hecho así está sucediendo en nuestro siglo en una labor lenta de rescate.

Tarea inconmensurable la de elaborar el corpus lingüístico que despoje al homínido de toda esa denominación --en su relación con el mundo siempre negativa-- con que "ellos" han aprisionado la vida entre las rejas del verbo y con la que han conseguido capturarla en las redes de las palabras.

Quienes pensamos "en humano" somos reos de un "delito denominativo". Valores, alma, misión, vocación, gracia, perdón, festividad, mártir, testimonio, creer, adorar... Todas ellas, palabras utilizadas en la vida diaria, todas impregnadas de una connotación sacra. Para algunos sólo tienen ese único significado extraído de la creencia. Para otros, el hiato ya se ha producido.

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(1) Juan Eduardo Cirlot. Diccionario de símbolos.
(2) Léase a Ferdinand de Saussure.
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