El Estado moderno frente a la credulidad

El pensamiento humanista no es un pensamiento de componendas y de medias verdades. Podría parecerlo por ese sentido de respeto a la persona, respeto que es cancela de entrada y atmósfera que envuelve el ámbito de actuación del pensamiento racional y humanista.

El pensamiento occidental todavía se encuentra en lucha franca contra la Credulidad Organizada y quiere imponerse por vías acordes con sus principios, uno de ellos el respeto a la persona. Por eso no aplica medios drásticos para terminar con la credulidad.

De ahí que cuando un gobierno, ante sinecuras y prebendas seculares, ha tratado de apretar las clavijas a la Iglesia el chillido de la credulidad ha sido tal que ha herido los oídos de las personas normales. Sólo por no oírles, el Estado ha dado marcha atrás.

En el tiempo que llevamos de democracia ha habido andanadas artificiales que no eran sino manifestación de una concepción de la vida radicalmente enfrentada a la otra: concepción laica absoluta del Estado frente a confesionalismos presupuestos. Lo triste para dicha concepción vital sea ver cómo dicha filosofía laicista la encarnan personajes y personajillos que, humana, política y socialmente dejan mucho que desear. Entre unos y otros, prefiero la honradez (casos aparte) de quienes se muestran confesionales.

¿Y qué implica tal pensamiento? En titulares, aplicados a cualquier ámbito de la vida --no sólo la credulidad-- y sin entrar en mayores consideraciones el occidente avanzado –en cultura, innovaciones, vitalidad, libertad, educación, progreso económico, ideas— hace suyos postulados como:

1. La condena de la superstición, pues las creencias religiosas, también las cristianas, son pura superstición.

2. La recusación de la intolerancia: histórica, sí, pero posible y consustancial a los credos.

3. La abolición de la censura: imperante hasta hace bien poco. Podrían pensar que tan condenables son sus ideas como cualquiera otra.

4. El rechazo de la tiranía, de cualquier tipo, desde la política hasta la laboral.

5. La oposición frontal al absolutismo político, aliado siempre con la credulidad.

6. El fin de la religión del Estado.

7. La proscripción del pensamiento mágico, sólo superable por la cultura, por la enseñanza, por la verdad científica.

8. La ampliación de la libertad de pensamiento y de expresión.

9. La promulgación de derechos ante los cuales todos son iguales.

10. La consideración de que la ley atañe a la inmanencia contractual. Todos y en todos los casos sometidos a leyes que reduzcan la posibilidad de que unos se impongan a otros, desideratum para el que queda todavía mucho camino por recorrer.

11. La voluntad de la felicidad social aquí y ahora: no hay mundos “más allá”

12. La aspiración a la universalidad del reino de la razón.


Tomados de uno en uno, no son asuntos de menor calado, pero en los subterráneos por donde se mueven Iglesia y Estado, se dirime una única cuestión, trascendente para cualquiera de los dos. Trascendente en términos políticos, filosóficos, históricos, económicos y sociales.

Si extractamos y apuramos el asunto , una única idea trata de imponerse: la de que un Sistema de Creencias Organizado es incompatible con la sociedad que queremos contruir. Para quien piensa, la Iglesia es, eso, un conglomerado de creencias, acrecido a lo largo de la historia, credulidades que están en abierta oposición a la inteligencia. De ahí la lucha frontal contra “todo eso”.

La Credulidad Organizada, por su parte, esgrime que, en términos puramente humanos, la preservación de la fe garantiza la moralidad personal y pública, da otro sentido a nuestros actos, hace a las personas más responsables y preserva la cultura del pasado. Pero estas ideas, que también son de la sociedad civil, no son motivos para seguir subsistiendo.

En nuestro entorno occidental dos son las fuerzas crédulas que se disputan nuestro espacio vital, con distinta vitalidad y pero similares pretensiones:

a) la del Islamismo, inconciliable con cualquier sistema político y social democrático. Es un rostro bárbaro a nuestros ojos de occidentales que han bebido en las fuentes de la Ilustración y en los postulados e incluso en las formas de la Revolución francesa. Es algo impresentable pero, lógicamente no para ellos, los crédulos islamistas.

b) la del Cristianismo, sumisa a la organización actual del Estado y respetuosa con sus valores democráticos. En el fondo y en las formas, inocua para el Estado. Ha perdido su rostro fiero, pero no el veneno que infecta la inteligencia.

El Islam, a nuestros ojos, es la manifestación actual de un cristianismo arcaico. Está en contradicción frontal con el occidente europeo. Éste creía haber dado un paso de gigante en los albores del s. XVIII, siglo de las Luces, siglo de la Ilustración, siglo de los filósofos humanistas...

Es la pugna que se hace "factum" entre Democracia y Teocracia. Y no se olvide lo que no olvidamos quienes gozamos de este sistema racional de vida en la sociedad occidental adelantada, que la Teocracia cristiana también ha sido forma política durante muchos siglos.

Nadie trata de echar por tierra ni su labor asistencial, ni sus valores éticos, ni la reconocida honradez de sus miembros, ni la vida honesta y respetuosa de casi todos ellos... Ni nadie trata de denostar a las personas. Lo que está en juego es únicamente el “corpus” de creencias en que todo eso se basa. Teología, Credo, Dogma, Enseñanza... están de más en nuestra sociedad.

Fuerte, pero las cosas son así. Y en estos términos se mueve el juego.
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