La necesaria conversión (3). Reflexiones.

Muchos fueron los llamados, pocos los escogidos, frase que quizá justifique "espiritualmente" la desbandada de seminaristas en aquellas décadas finales del XX.
No conozco a nadie que, pasados sus años juveniles entregado a la idea de un futuro consagrado a Dios, perjure de aquella etapa y diga que fue funesta, malhadada y perdida. El abandono del proyecto “cura de almas” ha sido general y progresivo en los últimos 50 años. Ahí están los datos.
Sin embargo la función social de aquella entrada masiva de niños y jóvenes “en religión” es por todos reconocida, más por quienes la “gozaron”. Una amplia capa de la sociedad “ascendió” de categoría accediendo a estudios, a formas de vida reglada, a la formación de valores, al control de uno mismo, al desarrollo de su personalidad con criterios rectos, a la formación de hábitos de trabajo… impensables de otra manera.
Es muy amplio el conglomerado de elementos que se aúnan en este “fenómeno social”: la recolecta de niños, los seminarios llenos a reventar, la necesaria criba desde arriba, el abandono posterior desde abajo, el currículum a desarrollar, la convivencia de muy diferentes estratos sociales, la sumisión legal a las exigencias del Estado (educación, servicio militar, sanidad)…
La formación religiosa estrictamente dicha, en el seminario menor, NO era un elemento tan relevante como pudiera pensarse. Algo más, sí, que en los usos educativos de la sociedad civil. Quizá una práctica mayor de ritos. Incluso los motivos primeros esgrimidos para captar “carne de seminario” no eran tan elevados y espirituales como alguien pudiera pensar. Los padres valoraban el que su hijo “se formara”, sin estar condenado a ser “destripa terrones”; los niños, el poder participar con muchos más amigos en juegos, patios, piscinas…
Pero todo ese proyecto de seguir controlando la vida, el pensamiento y la moral de la sociedad, que clero secular y congregaciones pretendían llevar a cabo recolectando servidores de Dios, se vino abajo. Los motivos son muchos. Algunos de ellos incidían y solventaban precisamente aquello que hacía atractivos los seminarios. El despegue económico de la España de los años 60 y 70, el consecuente mayor bienestar familiar, el nivel educativo generalizado, las mayores oportunidades laborales, más todavía para aquellos que habían obtenido su graduación escolar en los seminarios… Lógicamente había otros motivos más enraizados en la propia personalidad de los educandos. Poco a poco el proyecto religioso se fue evaporando, sustituido éste por otros objetivos más personales y gratificantes.
Nuestro contertulio de días pasados hacía relación de todo esto. Y respecto a aquello que los educadores tenían que transmitir, tampoco les culpa de nada: ellos eran una rueda más del engranaje burocrático y, a su vez, estaban tan “endrogados” –es su explicación primera del porqué de tanto credo-- como cualquiera.
En otros tiempos, cuando la misma sociedad estaba impregnada de religiosidad y por lo mismo y a su vez lo empapaba todo, dichos servidores de la fe jamás dudaron de nada, no sintieron la fatiga de luchar con unas ideas contrarias a la fe, ideas que poco a poco iban germinando; más aún, no podían. No se les ocurría pensar que la mayor parte de lo que la Iglesia enseña son niñerías, figuraciones surgidas de mentes recalentadas, deseos… y, si se piensan seriamente, tonterías.
Otro motivo hay –discutimos sobre él—para aceptar creencias inconcebibles si se analizan racionalmente: la religión no es sólo conocimiento, es también “vivencia”. La religión no es tanto “un pensamiento” cuanto un “sentimiento”. La religión, leemos con harta frecuencia, “se vive”, no se piensa. Habría que dilucidar qué quiere decir esto de “se vive”, cosa que hoy por hoy no se nos alcanza: ya, la religión supone criterios de conducta, supone meditación, supone fervor, supone también emoción... ¿Pero no supone también pensamiento de aquello que se cree, que las más de las veces resulta abstruso, confuso e inasequible a la razón?
Precisamente éste es el motivo –que la religión sea un sentimiento-- de que haya tantos entusiastas, apasionados, acalorados… defensores de la fe, por no seguir con la relación de sinónimos hasta llegar a “fanáticos”.
La historia de la Iglesia es también un muestrario de cómo ha perseguido a aquellos que intentaban pensar, no ya “por su cuenta” respecto a lo estipulado, sino solamente “pensar”. O eran expulsados o eran estigmatizados, enclaustrados o recluidos, o simplemente eliminados. “Pensar” sólo lo podían hacer aquellos que eran “doctores de la fe”, tan ignorantes del contenido de la misma como aquellos que intentaban saber algo más.
El galimatías de conjugar conocimiento y sentimiento ha sido tal a lo largo de esa Historia de la Iglesia que muchos desarrollaban ideas peregrinas, heréticas, convencidos de su verdad y caminaban a la hoguera con el mismo entusiasmo fanático que los mártires del pasado. Invocaban a Jesucristo y los que encendían la pira se decían a sí mismos ¡representantes oficiales de Jesucristo! He ahí el choque de convencimientos, el choque de fanatismos, discutiendo y matándose sobre verdades que el devenir de los tiempos ha tirado por la borda.
Cualquiera de las opciones dogmáticas que se defendieron en los seis o diez primeros siglos de formación de doctrina podría ser parte del recitado del credo actual. La diferencia se dio en el poder político que sustentaba tal verdad, en la capacidad “persuasiva” de las mesnadas de unos u otros, en la “compra de voluntades”…
Lo dicho: sentir, no pensar; vivir, no preguntar. Éste ha sido el dogma mayor de los doctrinarios religiosos de todos los tiempos a la hora de “pensar” en lo que se cree. Y… ¿qué es lo que se ha llegado a “vivir” y “sentir”? Pues ni más ni menos que “verdaderas” tonterías, monsergas, farsas, bufonadas doctrinales… que sólo se aprecian cuando uno logra pensar en ellas. Pensar en ellas cuando se ha visto que “el vivir” y el “sentir” se halla en otros pagos y comarcas de la vida alejados del creer.
No generalicemos al decir “verdaderas” tonterías… tonterías que deberían ser incluso para el mismo sustento de la fe: son creencias y obras “no necesarias” espíritu religioso; para quien, admitiendo un Dios personal que todo lo ve, lo cuida, lo rige y lo gobierna, accede a él por medio de la oración o la alabanza. ¿Misas, santísimos, rosarios, triduos, indulgencias…? ¿Infalibilidad del Papa de Roma? ¿Dios Trinidad? ¿Jesucristo, un hombre, a la vez Dios? ¿Ángeles revoloteando? ¿Pecados capitales? ¿Carne el Viernes Santo? ¿Santísimo Sacramento? ¿Anunciación angélica? ¿Ascensión y Asunción?
Respuesta del “establishment”: “¡Cree, no pienses!”