La necesaria conversión. El trauma de la segregación (2)

La defección y luego la rebeldía no es algo que suceda de repente. Comienza por leves destellos de rechazo, de oposición mental o contractual a situaciones determinadas.  En el caso que hace ya varios días referimos, afirma, lo fue el hecho de tener que predicar el amor al prójimo, el desprendimiento de las cosas de este mundo, la humildad, la obediencia, la sencillez, la justicia, la pobreza, la castidad… cuando entre los mismos “hermanos” la carencia de tales valores era flagrante. 

Y lo era todavía más cuanto más ascendía por el escalafón. Entre éstos, con afirmaciones de la más honda humildad, lo que resplandecía era ansia de mando o de ascenso, el orgullo y la soberbia, el despotismo hacia los subordinados, la vanagloria que proporciona el cargo, el “pavonismo”, la preocupación por la buena vida, la búsqueda de relaciones sociales de algo “standing”…

¿Cómo puede ser, pensaba, que haciendo profesión de tales virtudes y habiendo transcurrido toda su vida en su consecución, la realidad fuera todo lo contrario?

Esa chispa provoca una primera duda “existencial”, que implica el conocimiento, la conciencia y el apego emocional a las ideas y vida hasta ahora llevadas. Y nuestro personaje estudia a fondo la Historia de la Iglesia; estudia los contenidos de otras religiones y compara creencias propias y ajenas; somete a juicio propio conductas y principios;  y ve con sus propios ojos los enormes intereses creados alrededor de la fe. Su conclusión no puede ser otra: abandonar ese antro de credulidades aprovechadas.

A estas primeras “sensaciones”, vividas en cierto modo de manera dolorosa, se unieron luego otras consideraciones, de orden más intelectual de las que ya hemos hablado anteriormente y en las que seguiremos insistiendo.

Cualquiera puede imaginar el trauma que supone para una persona de edad más que madura verse obligada a abandonar el hábitat vital, el “modus vivendi”, la comida servida por otros, la seguridad del puesto de trabajo… todo por seguir sus convicciones más profundas. 

¿La ayuda de la familia? Tiempo ha que se alejó de ella, “por necesidades del servicio” o porque apenas si quedan miembros de ella a quien acudir. ¿El puesto de trabajo? En la vida civil no tiene cabida su anterior profesión. Lo dicho: el trauma de los meses anteriores a la exclaustración sólo el interesado lo conoce.

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