La necesaria conversión (1).

De momento, estamos en este mundo. A lo largo de la vida el individuo se convierte y reconvierte muchísimas veces. Entre otros cambios uno no se reconoce en el infante que fue, en el niño que dejó atrás y casi ni en el joven que proyectó lo que uno ha llegado a ser, aunque la conciencia del yo no se pierda.
Amén de estos cambios "mayores", las circunstancias de la vida obligan a otros, los propician incluso como oportunidades que brinda para mejorar, reafirmar la personalidad, enducernos, tener criterios propios, etc.
El cambio es consustancial al hombre, cambio que filtra el conocimiento que el individuo adquiere de las cosas y de los sucesos.
¿Conversión hacia qué o hacia dónde? “Cuando era niño…”, que decía Pablo de Tarso para justificar esa otra conversión.
Entre otros cambios posibles está el de creencias, tomado este término en su acepción más amplia. Quizá sea el cambio mayor. Los cambios materiales o de situación social también suelen propiciar cambios en las creencias. Cambio hacia o cambio desde, cambio para aceptar creencias nuevas, cambio para dejar las que tenía.
Creencia es un estado mental , más que un conjunto de conocimientos específicos, porque la creencia en cuanto tal implica, sí, conocimiento, pero también vivencia. Lo que hoy se llama “inteligencia emocional” tiene mucho que ver en ello. “Como mera actitud mental, que puede ser inconsciente, no es necesario que se formule lingüísticamente como pensamiento; pero como tal actúa en la vida psíquica y en el comportamiento del individuo orientando su inserción y conocimiento del mundo”. Es un mapa mental según interesante aportación de Frank P.Ramsey.
A lo largo de la vida unas creencias son sustituidas por otras y la mayor parte de la gente normal ha realizado esa necesaria conversión dejando atrás las creencias de niño. Más que nada para poder guiarse por el sendero de la vida y poder convivir consigo mismo. Entre ellas, las creencias religiosas.
Vienen estas reflexiones a cuento de un conocido mío, sacerdote, que hoy tiene 71 años. Fue ordenado a los 28 años, ejerció su ministerio sacerdotal durante más de 25 años y ahora vive ajeno y apartado de sus creencias primeras, a las que ha servido, “converso” de creencias incrustadas en su mente desde la niñez y lógicamente expulsado de la grey. Algún mal pensado dirá que son datos autobiográficos: bien podrían ser, pero afirmo que no, que es testimonio ajeno el que hoy me inspira.
Cualquiera, lo sé, puede aportar frente a ese uno, cien o mil casos de sacerdotes que todavía al final de su vida mantienen viva la llama de su fe, que es la que ha regido su pensamiento y sus criterios de vida y a la que ha acomodado su conducta. No afecta al asunto.
Hablar de experiencias ajenas quizá sirva de poco, todo lo más como anécdota. La trayectoria vital no es transferible, es cierto, aunque la exposición, la verbalización de la misma sí lo es. Cada uno tropieza en las piedras de la vida sin que sirvan las advertencias de los demás para evitarlo. Siendo cierto todo esto, hablar de cómo alguien ha superado determinados escollos estimula o puede evitar temores sobrevenidos.
Para no desviarnos de la idea principal, la conversión, la credulidad habla de conversión cuando uno encuentra el verdadero camino, el de la fe. ¿Y si es al revés? ¿No es también conversión? El que ha sido creyente desde el vientre materno y la única conversión es la haber engordado sus creencias no podría opinar de este tipo de conversión porque no tiene experiencia de ella. Mantiene sus creencias con el pensamiento de que es lo único que puede llenar su vida. ¿Qué puede pensar de quienes abandonan esas creencias y se convierten…? ¿En qué? Quizá en “personas”.
Sabemos lo que dicen: han abandonado la fe; se dejan llevar por la depravación, por sus pecados, por la perversión; han sido capturados por el demonio. No saben lo que dicen, evidentemente, porque no admiten las opiniones de quienes sí pueden hablar de la experiencia de dar de lado ese fenómeno psico-social que es la religión.
Dejaremos para otro día lo que este sacerdote “convertido” afirma de su pasado crédulo/creyente y lo que nos sugiere. Lo cierto es que el único que se da cuenta del inmenso error en que había vivido es el que ha abandonado las creencias religiosas, percibidas tan infantiles como los cuentos de Grimm, Perrault o Andersen, todos juntos.