¿Y qué pensaba Jesús?

De todos los que han leído y meditado tanto Evangelios como Antiguo Testamento es sabido que Jesús no se encontraba a gusto dentro del corsé ético de sus ancestros. Es más, en varios momentos su mensaje es aquel de “sabéis que se ha dicho... pero yo os digo...”.

Para los contemporáneos de Jesús la ética del A.T. era verdaderamente nefasta, por momentos desafortunada y hasta trágica. No digamos para nuestro modo de pensar. Todo en el Levítico o en el Deuteronomio y casi en todo el Pentateuco respira odio, ira, venganza, saqueos, escarmiento y punición.

El dios de la primera parte de la Biblia es un dios tirano, opresor, arbitrario y déspota. Jesús no podía ni pensar ni ser así si pretendía fundar una moral universal (que, por cierto, no lo pretendía sino sólo para sus judíos, pues, aunque era dios, su mundo tenía el límite del Jordán).

Cierto es que en muchos aspectos la moral de Jesús deja mucho que desear, por ejemplo en relación a su propia familia. No se nos alcanza el porqué. Esa manera cortante de tratar a su propia madre; ese modo de “arrancar” a sus discípulos del entorno familiar; esa compulsión a que los suyos lo dejen todo... Visto con ojos de nuestros días es el mismo comportamiento que tienen los gurús de las sectas, arrancar a sus posibles seguidores de la familia.

Aquellas palabras de “si alguien viene a mí y no rechaza a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos...” fueron seguidas al pie de la letra por miles y miles de “elegidos” que pretendían cultivar su doctrina introduciéndose en conventos y monasterios. Se podría haber interpretado en sentido simbólico o alegórico, pero en la Iglesia se entendió al pie de la letra. ¡Qué perversión! En nuestros propios días, cuando leemos manifestaciones de ex opusdeistas no podemos pensar otra cosa que en las sectas. Pero sabemos que así ha sido hasta casi finales del siglo XX en todas las órdenes y congregaciones religiosas.

Lo que no entendemos es la continuación que tuvo la prédica de la Iglesia cuando empezó a sustituir a Jesús. Comencemos por un credo cardinal, quicio angular de otras doctrinas: ¿de dónde surge algo que es dogma medular en el cristianismo cual es la del “pecado original”? ¿Por qué esa necesaria “purgación” de un pecado de tal naturaleza? Si alguien se detiene en desentrañar tal “misterio” no puede llegar a otra conclusión que considerarlo como moralmente detestable. Tan detestable como cualquier historia del A.T., pensemos en Abraham y su apremio por sacrificar a su propio hijo Isaac.

Ya sabemos que ese “pecado original” se puede entender como una forma de denominar la tendencia del hombre hacia el mal, hacia el egoísmo, la venganza, el afán de riquezas, etc. Cualquiera lo podría entender así. Pero la Iglesia eleva esas tendencias instintivas a una categoría que chirría por cualquier lado que se considere y que ofende a la inteligencia.

Primero institucionaliza el mito y lo convierte en realidad; luego hace descender a Dios a la tierra para liberar al hombre de tal pecado; finalmente construye todo un tinglado bautismal que convierte la salvación por parte de su dios-salvador en mero accidente histórico sin virtualidad presente. Y en sus sermones no se recata ni tiene vergüenza alguna en hablar de Adán y Eva como si tal cosa.

La interpretación del mito de Adán y Eva es suficientemente conocido por cualquier versado en estudios someros de Biblia, pero no lo es para la gran masa crédula que lo interpreta al pie de la letra. ¡Pero si hasta en el país del progreso muchísimos usamericanos siguen afirmando que el mundo se creó 4.004 años antes de Cristo!

Pues para la Iglesia el hecho de apetecer una fruta en especial, la del árbol prohibido, fue motivo suficiente como para que Dios los castigara con un terrible castigo y la Iglesia convirtiera tal pecado en la madre de todos los pecados. Quien quiera entender el mito de Adán y Eva y el nefando pecado de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal –ahí es nada- que lea lo que nos enseñó y publicó el maestro Jesús Luis Cunchillos.

Pero, nos preguntamos, ¿por qué tuvo que enojarse tanto el dios Yahvé por tal desobediencia? ¿Por qué tuvo que infligir tan tremendos castigos a la pareja y, sobre todo, a toda la Humanidad? Si pensamos en el dios de las bienaventuranzas tal reacción no tiene explicación; si pensamos en el dios del A.T. la cosa cambia: un dios consecuente consigo mismo. No podía ser de otra manera. El que es capaz de desobedecer en lo poco también lo será en lo mucho. Hay que cortar el mal de raíz.

Añadamos algo más, para terminar. Algo que es verdaderamente tremendo. Dice San Agustín que el pecado de Adán y Eva se transmite por línea paterna. Y “sabemos” que se inocula en el momento mismo de la concepción. Y lógicamente la pregunta: ¿qué tipo de teología, e incluso de filosofía, es aquélla que condena a todos los niños, más bien a todos los fetos antes de su nacimiento? ¿Pero los creyentes no repudian tales conceptos doctrinales? ¿No les parece una aberración que esos nonatos hereden algo que ocurrió en la noche de los tiempos?

Claro que... no debe ser un pecado tan importante y grave puesto que con echar agua en la cabeza del nacido se limpia y cura. Otra incongruencia.
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