Hemos pensado mucho en Jesús, luego Jesu-Cristo.

Todas las religiones han creado su héroe, que a la vez ha sido el dios que salva, el dios que libera, el dios que acoge nuestros suspiros, sana nuestras enfermedades y nos libra del mal o del maligno. Y la única que se dice verdadera tampoco ha querido ser menos. La teología elaborada alrededor del héroe cristiano, Jesús, también llamado Cristo y finalmente Jesucristo, tampoco se queda atrás respecto a lo que todas han dicho el héroe propio.

A la vez, todas las religiones han pretendido colonizar un espacio donde esparcir su mensaje salvador. Algunas han logrado expandir su mensaje por todo el mundo cuando han logrado tener los medios para ello. La finalidad de este proselitismo no podía ser otro, “por supuesto”, que el bien de los hombres. Sin embargo en todas esas religiones hay otros fines menos confesables, patentes en muchos casos porque sobrepasan los límites de la decencia. Pensemos en la religión propalada por los conocidos como telepredicadores, que se pueden sentir retratados en la siguiente bufonada:

Un  creyente piadoso reza a Jesús en voz alta, en presencia del telepredicador, ufano éste por haber convertido al ahora piadoso feligrés. El telepredicador sonríe satisfecho.  

--Jesús, me postro ante ti y te saludo. Yo sé que tú eres Dios y que te hiciste hombre para salvarme.

--[Para sus adentros] Vale, idiota, sigue creyéndolo, que así me podrás servir como yo quiero y yo me seguiré forrando con el dinero vuestro.

En mi camino bloguero desde 2006, necesariamente he tenido que descubrir de otro modo a Jesús. Digo de otro modo porque ya lo “conocía” desde mi adolescencia y primera madurez. Biblia, principalmente Salmos, Libros Sapienciales y Profetas;  Nuevo Testamento, sobre todo las cartas de san Pablo; Santos Padres, tratados filosóficos y teológicos, libros de oración, meditaciones, ejercicios espirituales, mística, poesía, música… Jesús no sólo era el centro de mi vida espiritual, era también tema recurrente y hasta obsesivo.

Y lo conocí de otro modo. Llegó un momento, podría decir hasta puntual, en que Jesús se desmoronó. Cuanto más leía, menos veía al personaje que podría ser histórico, más cerca lo encontraba de los mitos y, en consecuencia, menos entendía cómo podía seducir su figura como objeto de piedad, de veneración y de confianza.

Menos me interesaba porque la “invención” de Jesús-Cristo se enfrenta a lo que de más humano tenemos, cual es nuestra capacidad de pensar. Y menos me interesaba como objeto y sujeto de culto. Frente a ese desvío de fuerzas, imaginación y preocupaciones, harto nos ofrece la vida para ser felices, estar ocupados o intentar conseguir los objetivos perseguidos. Menos me interesaba porque este mundo y la sociedad, es decir, el trabajo de otros como yo,  nos ofrecen suficiente alimento para sustentar el ocio y la cultura. Podemos ver, leer, imaginar, construir y soñar con lo que la realidad nos ofrece sin necesidad de acudir a mitos impuestos por otros hombres.

¿Suena esto escandaloso en los oídos de un fiel creyente? Desde luego que tiene que sonar, porque Jesús es el centro de su vida, la fuente de su piedad, el consuelo de sus penas, el alivio de su caminar, el aliento de su esperanza, la garantía de su fe… Y suena hasta inaudito, porque Jesús está por todas partes. Suena a provocación, porque alguien se atreve a retar a la sociedad creyente. Suena a despropósito en nuestro ámbito cultural embebido de cristiandad...

Suena a lo que se quiera, pero es preciso introducir un elemento nuevo para aquilatar el posible juicio sobre Jesús: en la vida normal, en el día a día, Jesús está desaparecido o apenas si cuenta. Es cuestión de estadística, de porcentajes. Nos atrevemos a afirmar y así lo afirmamos, que los que se interesan por la figura humana de Jesús son hoy tan pocos como los que creen en su filiación divina.

Jesús interesa más como asunto de controversia, podríamos decir como "tema" que alimente discusiones y deducciones, comenzando por el hecho de que hay muchos  que se preguntan si existió.

Volver arriba