Cuando pontifican, agreden.

Pontifican y agreden a la sensibilidad social.

Cuando los prelados de la Multinacional del Rezo se sienten en su salsa, arropados por miradas aquiescentes y labios cerrados, largan lo que quieren. Se sienten fuertes y lanzan anatemas contra las fuerzas del mal que habitan fuera y que son el segundo enemigo del alma, el mundo. Un obispo embutido de mitra y en la mano un báculo repujado, es más líder, más pastor, más todo. Es, perdóneseme el atrevimiento, es dios. Con minúscula, pero dios.

En el arrabal de sus reductos, fuera de su perímetro de actuación, son buenas personas, afables de trato, de palabras mansas aunque remilgadas. Buenos. De ahí que su voquible tenga más efecto y pláceme. Es el mensaje testimonio de lo que son, dioses. Generalmente se interesan por los problemas que aquejan a su grey, pero cuando encuentran el momento, su discurso se torna queja amarga. En referencia a lo que constituye el sustento de su doctrina, el lamento es visceral y cáustico.

Afirman que hoy, cuando de ella hablan los irredentos impíos, la agresividad contra la Iglesia es conducta verbal común que se extiende como plaga.

No estamos de acuerdo, señores obispos. ¿Qué podemos decir quienes nos movemos en el reino, también verbal, de la indiferencia hacia sus preocupaciones o desvelos? Admitirán que lo mismo que se hace critica del sistema sanitario, del gobierno, de la oposición, de los jueces, de Correos, de la Policía y del sursum corda, también lo puede ser de la Iglesia, que, sin ser estado, quiere ocupar un puesto estatal que no le corresponde. Cualquier estamento social es objeto de crítica y la Iglesia no puede pretender ser menos. Motivos hay muchos, el primero la propia existencia.

Aún así y como ellos se lo buscan, afirmando de nosotros que somos agresivos, sin pretender serlo, deberíamos entrar en su discurso para decirles cuatro cosas. La primera que durante siglos han conseguido erigir una Organización que no es otra cosa que una bien organizada sociedad urdida para vivir del cuento, un inmenso y secular sistema dedicado por entero a ello. Todo su corpus doctrinal teológico es un inmenso cuento maravillosamente escrito y masivamente propalado.

Hoy son una queja continuada, al ver que sale gratis defenestrar a la Iglesia:
--“¡Dios mío, qué hemos hecho para merecer esto! ¡Qué gran injusticia que no podamos hablar de él en público! ¿Qué les ha hecho Dios para darle de lado?”


Nuestra respuesta no puede ser otra:
--Dejen ustedes a Dios a un lado, que una cosa parece que es Dios y otra su organización y la forma como le administran. Primero porque Dios está muy feliz donde está y les deja a Uds. que se las arreglen solos frente a tales injusticias. Tienen su gracia y su Espíritu Santo. Pero si de Dios se trata y dando por supuesto que estaba y está con ustedes, no olviden cómo en su nombre ustedes daban otra vuelta más al potro y descoyuntaban los miembros a sospechosos de hablar mal de él; cómo en su nombre y en el de San Bartolomé degollaban a gente pacífica. Y dejamos el etcétera para no cansarnos a nosotros mismos, que Uds. ya damos por supuesto que lo están.


Y nuestros obispos queridos siguen quejándose… Por ejemplo del propósito que les anima a esos malvados laicistas de suprimir cualquier referencia religiosa de la vida diaria. Que si el crucifijo de escuelas y hospitales, que si las procesiones, que si lo cruceros, que si los belenes… Y la gente pacífica y de bien no puede creer lo que oye, porque no es cierto.

Aunque… ¿pasaría algo si en vez de un crucifijo en la cabecera del enfermo pusieran un cuadro de un bello amanecer o de las Tres Gracias de Rubens? Nada. El crucifijo no pasa de ser un ornato más para la mayoría, que induce a imaginar un suplicio cruel y despiadado, visión macabra en la escuela para un niño que nada supiera de un personaje sometido a tormento. ¿Y qué decir de otros ornamentos sacros? Ellos mismos los esconden en museos a tanto la visita. Podría catalogarse, desde el punto de vista ritual, como otra forma de simonía, bien que admitida y aceptable.

Y esgrimen otro argumento, el mensaje que transmite la Iglesia, mensaje de paz, esperanza, amor, humildad, confianza, justicia, unión, perdón, reconciliación y siempre buenos deseos, dependiendo de las lecturas dominicales que correspondan. Y refieren como bandera de enganche el testimonio de entrega, abnegación y dedicación a los más humildes por parte de muchos de sus miembros... Esto es como la bandera de España: se la apropió el franquismo y así le va a la bandera, que no al franquismo, fenecido por los siglos de los siglos.

No secuestren sentimientos e iniciativas laicas, ¡que yo también predico todo eso, oigan! Y posiblemente en mi círculo privado mi influjo sea más efectivo que el suyo, por no estar teñido de “magia” ni “credos” ni ir acompañado de rezos e indulgencias. Lo que no guarda relación directa, que no delegada, con el hombre, la persona, la dignidad humana, no tiene virtualidad ninguna. A la larga se esfuma.

La creencia es un pensamiento pretendidamente aglutinador que se ha hecho pátina, traje, corsé, armadura, coraza, caparazón, envoltorio... y con el que han revestido a la persona. Los que tienen el espíritu mermado piensan que con ese traje son “más”. Pero los “de-más” ven que con “eso” son menos, es más, van desnudos de pensamiento humano, y de ahí el prurito por recubrirse con algo, el hábito de los credos.

Se oye también por parte de esos predicadores de viento que la religión no desune, es más, que la religión propicia la unidad de los seres humanos por medio del amor. Debemos ser cortos porque no percibimos bien a qué unidad se refieren, cuando vemos que el rasgo característico que resalta de ellas es la desunión. Desunión externa, a golpes una religión con otra, e interna, por las fracturas que se ven dentro de ellas.

Por otra parte, en España no hay quiebra social “por culpa de las ideas religiosas”, desde luego, como la hubo en los siglos XIV y XV. Y no hay fractura social, primero porque prima el respeto y la liberalidad hacia ellas; además porque a la creencia religiosa se la ve inocua y sin influjo determinante. O porque se percibe el carácter de sobreañadido que tiene. Y finalmente porque está vacía de espíritu, se ha tornado ritualista.

Si hay animadversión, ésta proviene del conocimiento de “su” historia, no tan superada como pudiera parecer en proporción al pasado y futuro eternos que la caracterizan. Ahí están nuestras dos primeras décadas de nacional-catolicismo.

Aunque no debieran condicionar la opinión del que piensa un poco, los hechos vergonzosos de individuos que abusan de niños como los tejemanejes financieros del Vaticano y determinadas obras de Dios causan verdadero impacto en la opinión pública. Y hoy el acceso a la información es asequible e instantáneo.

Precisamente por el extraordinario influjo y enorme presencia que la Iglesia ha tenido, ese mismo interés y estudio de la historia incide en el conocimiento de los hechos o "fechos" religiosos --de ahí fechorías--, por atracción y por contigüidad. En la Iglesia ha habido randes personajes; posee grandes obras de arte; ha proporcionado ministros de la política, confesores de reyes… Pero cuando se levantan las alfombras de la historia, se encuentra la podredumbre que ha dejado.

¿Dicen que los medios de comunicación no propagan en sus noticiarios las múltiples actividades en pro de los más necesitados? Tampoco es cierto, porque de hecho sí lo hacen. Pero, si la Iglesia pregona que una de sus facetas es ésa, la de ayudar de palabra y obra a los necesitados, lo lógico es que así sea, que lleve a cabo esa actividad. ¿Hay por eso que pregonarla?

¿Alguien concibe que el “banco de alimentos” esté de continuo en los noticieros? ¿Alguien entendería que hubiera una sección informativa en prensa, radio y TV dedicada a divulgar las operaciones realizadas en los hospitales de España? ¡Esa es su labor! Pero lo mismo del cuerpo de bomberos, de los profesores de Orcasitas, de los restauradores que preservan la cultura, incluso de los supermercados que alivian el hambre en el mundo… Lo mismo se ha de pensar de la Iglesia: dedicada a la santidad, lo lógico es que todos sus miembros sean santos. Para eso se han retirado del mundo. Entiéndase que estas afirmaciones tienen un trasfondo irónico.

Mejor es que no hablen y se quejen tanto. Y que remedien y con su pan se coman su carencia de criterio, sus palos de ciego, sus rivalidades que exhiben a la luz pública, sus caminos filo-nacionalistas, sus encontronazos con la sociedad, su carácter camaleónico y acomodaticio, sus alianzas con el poder, su apetito de dinero; o las rencillas, peleas internas y rencores que se instalan cuando conviven juntos más de un día…

Si hubiese que hablar de estos asuntos, la única conclusión a sacar sería que éstos que se apartan del mundo para escalar las cimas de la santidad, siguen siendo tan humanos como aquellos que quedan en el valle.
Volver arriba