Al que predica hay que pedirle cuentas de lo que predica.

Cualquier historia de la Iglesia, sea del signo que sea y de la tendencia que sea --incluso la que manejamos, "Historia de la Iglesia Católica" escrita por autores tan poco sospechosos como los jesuitas Lorca, Villoslada, Leturia y Montalbán-- da mucho de sí. No digamos nada respecto a la otra que, con enorme fatiga mental, hemos consultado: "Historia criminal del cristianismo", tan documentada en citas y referencias como la publicada por B.A.C.

Las consideraciones que de ellas se pueden extraer no dejan indiferente a nadie, a nadie que piense un poco, a nadie que piense en lo que "unos", los teólogos, dicen que es y en lo que "otros", los historiadores, dicen que ha sido. Y las conclusiones debieran hacer pensar, cuando menos, a los próceres que la dirigen.

Dicen los miembros bienquistos que a ella pertenecen que la Iglesia es esto y lo otro y demasiadas cosas a la vez. Y se extasían en meditaciones sublimadas sobre sus cualidades y virtualidades. No haría falta repetirlo, pero es preciso recordarlo. Teólogos deben ser los que han confeccionado el vademécum de la Iglesia Católica. Copio únicamente los titulares que aparecen en el Catecismo de la I.C. al hablar del artículo 9 del Credo (“Creo en la Iglesia católica…”):

• Iglesia como convocatoria (significado etimológico);
• pueblo de Dios, pueblo sacerdotal, profético y real;
• redil, del que Cristo es el pastor;
• manifestación del Espíritu Santo;
• visible y espiritual;
• misterio de la unión de los hombres con Dios;
• sacramento universal de la salvación;
• cuerpo de Cristo y también esposa de Cristo;
• templo del Espíritu Santo, dispensadora de los carismas;
• una, santa, católica, apostólica.


Todo demasiado etéreo, demasiado espiritual, demasiado despegado de la tierra. Apenas si se hace relación de quienes forman parte de ella, personas de carne y hueso con las virtudes, sí, pero también debilidades, lacras y vicios propios de los humanos que a la fuerza dejan su impronta de imperfección en el inmaculado “cuerpo de Cristo”.

¿No parece demasiado? Bien, tanto “apartado” se puede entender como se entienden los Estatutos de cualquier sociedad o institución civil, como los objetivos que persigue o características que la distinguen de otras sociedades a partir de determinados presupuestos fundacionales.

Pregunta: cuando en una conversación informal se habla de “la Iglesia” ¿habrá alguien que tenga en mente todo eso? Nadie. La Iglesia, para los más refractarios a ella, es una sociedad que hace negocio con la credulidad de la gente; para los más indiferentes, la Iglesia no pasa de ser el Papa, los obispos y los curas. Hasta los hay que confunden Iglesia con templo.

Pero quien presume de todo eso que dicen que es la Iglesia, integrado en ella y acunado en su seno, debería ser consecuente cuando le piden cuentas del cumplimiento de sus estatutos. ¿No? Pues no podríamos aceptar todo ese embrollo mental.

¿Sí? Pues los que piden cuentas, exigen que la Iglesia haya sido y sea todo eso que dicen, sociedad sin mácula alguna, sociedad espejo de sociedades, sociedad aspiración de todas, sociedad denuncia de las demás. Debiera haber sido y debe ser santa, con todo lo que ese concepto lleva consigo (a no ser que ni siquiera se sepa qué es eso de la santidad “real”); debe ser perfecta; debe ser sin tacha…

¿No es ella por boca de sus representantes más conspicuos la que exige a sus fieles obediencia total a sus enseñanzas y mandatos? ¿No les dice a sus fieles que deben hacer caso a tales enseñanzas porque, representante y mensajera de Dios en la Tierra, éstas son las de Dios? Pues la misma exigencia es aplicable a quienes la dirigen y gobiernan.

¡Qué gran sarcasmo cuando afirman que la Iglesia es “obra de Dios”! Esos grandísimos defectos que la “adornan” ¿también son obra de Dios? Su pasado y su presente son suyos.

La Iglesia ha manipulado tanto el nombre de Dios que no sabe cómo hacer frente a los argumentos que cualquier persona que deduzca un poco le puede poner ante sus propios ojos. El más elemental, responder qué parte tiene y ha tenido Dios en aparecer ante los hombres como responsable de las lacras, desmanes, vicios y monstruosidades de su pasado (y también de su presente).

Indignación ante su continuada hipocresía es lo que debiera producir el escuchar los mensajes que salen de boca de sus altos dignatarios. No, no son concebibles tamaños desmanes ocurridos en su seno y propiciados por ella. Siglos enteros de su historia donde el estado de corrupción hedía. Siglos de prepotencia y tiranía, partiendo de la mayor tiranía que es aquella que tiene cautiva la capacidad de pensar.
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