A propósito de España país católico ( 1/2).

Aquellos que tienen capacidad y potestad para gestar y difundir ideas sobre lo humano y lo divino, los que conforman el estamento “jerarquía”, lo quieran o no viven una vida a caballo entre la realidad y el mundo virtual. Lanzan ideas en los antros donde nadie se atreve a alzar la voz y dan por supuesto que “el que calla otorga” y que su discurso es aceptado con beneplácito. Nadie se atreve a decirles que una verdad a medias es una mentira también a medias.

Es el caso de la siempre por ellos defendida idea de que España es un país de raíces y raigambre católicas, que no se entendería sin el catolicismo, etc. Es algo que hemos oído, entre otros, a los abuelos Cañizares y Rouco en sus años de plenitud. Verdad a medias, mentira también a medias.

Nadie les niega que España ha vivido dentro del catolicismo, ha defendido una fe cristiana, se ha desangrado por ella; que esta fe ha servido de estandarte y bandera, que esta fe ha alzado catedrales y monasterios, etc. etc. ¿Pero? Exactamente, “pero”.

Pero es un punto de vista. Ese su mundo cerrado es la Corte de Versalles, una corte alegre y confiada, gozando de las delicias del arte y la música, los bailes, los agasajos, los festejos... ajena al borboteo revolucionario que se estaba gestando en el vientre social de la burguesía y el pueblo. Dos visiones de la realidad.

Por las mismas razones que esgrimen, podríamos decir que España, que durante siglos fue musulmana, no se podría entender sin el Islam. Y de hecho no se entiende. O, más todavía, no se puede entender sin el legado romano. La historia de España no comienza en 1492.

Lo que decimos, tales ideas bullen dentro de una olla en que se cuece su mundo. No pueden, aunque quieran, salir de él. Su mente se ha configurado en un claustro mental e ideológico que lo ha marcado y les impide poder pensar algo distinto. Si algún rumor de la calle les llega, lo hará muy pasado por el filtro de quienes siempre les darán la razón. Y muchos, aunque lo pensaran, no podrían disentir del común.

Cuando dos personas dicen cosas opuestas, ¿quién tiene razón? ¿Quién puede dar la razón a uno o a otro? ¿Hay alguien imparcial en cuestión de creencias? ¿Podrían actuar de jueces el sentido común, la opinión de la mayoría, la razón que busca certezas, la fuerza de los hechos, el devenir de la historia...?

Visto está que muchos de ellos siempre serán parciales. Siendo ambos, ellos y "nos", ciudadanos que pretendemos asentar la vida social en la verdad, preciso es comparar opiniones sobre la verdad. Ideas suyas que oímos hace tiempo:

• Toledo quintaesencia del sentir católico y del sentido de España.

¿Por qué Toledo? Ya no es la capital del reino visigodo y hasta 1085 fue durante tres siglos musulmana. Respecto a "qué es España", mucho habría que decir, hecha por sus gentes y no por sus monumentos. Dejemos a Jiménez de Rada, Muntaner, Maeztu, Albornoz, Valdeón que discutan sobre ello. Otros afirmamos que España conseguirá ser una nación más cohesionada, más abierta, más “nación de distintos pueblos”, más plural e integradora, si abandona de una vez su referencia católica, excluyente y sectaria.

• España se ha construido a partir de la fe católica en consonancia con la sede de Pedro.

Otros pensamos que a España no la dejaron ser de otra manera. España se ha construido dentro de unos corsés ideológicos que la han lastrado y condicionado, rémora que ha impedido que España avanzara al ritmo del resto de naciones europeas. Tiranía ideológica que la esquilmó y la llevó, de ser potencia de Europa, a la ruina económica, militar y política. No pretendemos decir que el catolicismo sea su causa única, pero sí el alma y arma de su desastre.

La religión, así de claro, fue un desaguadero por donde se dilapidaron los bienes patrios, encaminados a erigir bienes suntuarios, catedrales, monasterios, rentas, posesiones amortizadas... que extraviaron hacia el humo y la paja los bienes que podrían haber hecho de España un país industrializado, moderno, avanzado y con visión de futuro.

Todo eso sucedió en el momento de máximo esplendor español, pero también de mayor tiranía ideológica de la credulidad. Mientras España se desangraba por luchas en que lo político corría parejo con lo religioso, otras naciones como Holanda o Alemania discurrían poniendo en la balanza lo importante y lo accesorio para una nación.
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