La realidad mantenida del Purgatorio.

El próximo domingo recordamos en el pueblo la muerte de Manolo, aquel sacerdote bueno nacido en Revilla Vallejera y fallecido en octubre de 2017,  a cuyo funeral asistieron nada menos que 3 obispos y 127 sacerdotes. Casi ellos solos llenaron el templo. Se merecía tal homenaje, es la verdad. Yo le apreciaba mucho y charlábamos distendidamente. Como recuerdo, este enlace: José Manuel Madruga, siervo fiel y solícito - Periodista Digital.

Y la pregunta es lógica: ¿Por qué una misa por él? ¿Es solamente por recordarle? Si es esta la razón, bastarían unas palabras del celebrante o de los familiares que todavía le quedan aquí.  Pero no, se reza por él por la misma razón que por “los fieles difuntos”.  Y, superando el nivel de recordatorio, se reza por él por el hecho de que se le supone todavía en el Purgatorio.   Es el pretexto que nos impele hoy a hablar del Purgatorio 

Ya sólo la palabra “Purgatorio” crea inquietud en la imaginación e incita al ánimo a pedir urgentemente perdón por todas las culpas pasadas, presentes y futuras. El Purgatorio es la purga; ahí se deben depurar hasta los más leves pecadillos para poder entrar sin polvo ni paja en el granero de la Gloria. El Purgatorio existe. Lo dice la Iglesia (Catecismo I.C., 1030ss.) y "basta ya", que diría cualquier fiscal creyente. Para una mayor clarificación del asunto, remito al Diccionario Teológico, pág.602 que, a su vez, quiere esclarecer algo que ni la Biblia ni la propia Iglesia tienen muy claro (lo dice el Diccionario). Comienza así el artículo de marras:

“La consumación interna del hombre es un proceso temporal, correspondiente al hombre que se temporiza o madura en el tiempo auténticamente creado (criatural), y no puede entenderse como un acto decretista en el que todo sucede de una vez, por razón de la pluralidad de estratos que caracteriza a la esencia del hombre… …ese proceso de integración por medio del cual se recupera después de la muerte la totalidad de la persona humana en contra de esa resistencia culpable, construida con el pecado propio, sería un verdadero sufrimiento punitivo”

[Se ruega no soltar la carcajada ante tamañas desmesuras antropológicas]

La existencia del Purgatorio es una deducción más a creer, pero no a saber. Si uno no pertenece al mundo crédulo, no podrá admitir que el Purgatorio existe.  Para admitirlo, debería tener claro en qué realidad se funda, qué demostración fehaciente lo corrobora, a qué argumentos incontestables responde.

¿O el Purgatorio sólo existe para los fieles cristianos? ¿O existe sólo porque se cree que existe? ¡Un poco de seriedad en asunto tan serio! Seriedad no nos falta porque… “o es o no es". Y si es, lo es para todos, también para los musulmanes, incluso para los que contravienen las leyes con la venta de cinturones o alfombras en las playas. Pero con la misma seriedad… si “esto” es, también el cielo musulmán será así para todos. Con igual “derecho” argumental. Huríes para todos. ¡Seriedad, por favor, seriedad!

Cuidado con afirmar que esto no es importante para la fe. Mucho cuidado, porque con la misma sarta de demostraciones con que se defenestra una “verdad” se pueden echar por tierra todas, desde las más importantes –verdades de fe y de credo—hasta la más nimia. El Purgatorio es uno más de esos “constructos” paridos por la credulidad desde el momento que ésta ha aceptado algo que para las personas normales es pura invención: la vida eterna, la vida “post mortem”, los “novísimos” (muerte, juicio, infierno y gloria).

Creo que el argumento –que no prueba-- en que se sustenta la existencia del Purgatorio es un argumento a la inversa, al menos para el sentir general de los fieles. Un argumento que se desdobla en dos o incluso en tres.

Decimos “a la inversa” porque no parte del hecho en sí sino de la percepción del hecho o del sentimiento del hecho, entendiendo por “hecho” el mismísimo Purgatorio.  Dicen: al cielo no pueden entrar aquellos que han pecado venialmente en este mundo. Tampoco pueden ir al infierno, destinado a quienes murieron manchados con pecados de grueso calibre. “Ergo” tiene que haber un lugar para ellos. He aquí el lugar de paso, el lugar de desinfección… Por la misma vía lógica nació el Limbo. Y ya sabemos lo que el pasado regente vaticano hizo con él, tirarlo a la papelera de reciclaje. ¡Tantos siglos estando en “el limbo”!

El argumento que dio origen al Purgatorio hoy tiene validez nula. No se sostiene y, sobre todo, no ha calado en la sensibilidad popular. Tampoco es argumento, es pura explicación. O quizá podríamos decir que es una deducción filosófica o lógica “sine fundamento in re”, que dirían los escolásticos.

Los convencimientos “a la inversa” tienen más entidad. Provienen del sentir afectivo de los “deudos” del difunto, creyentes en el “más allá”, en la vida post mortem, en la negación de que el padre, el marido, la novia, el hijo… hayan desaparecido para siempre. De nuevo los deseos que crean la realidad.

Y si el familiar querido vive “ahí arriba” –ese “allí donde estés” o “en el descanso eterno”-- y no ha desaparecido, no queda más remedio –aquí entra la razón—que asignarle un lugar. ¿El cielo directamente? No, cometió fechorías. ¿El infierno? Por descontado que no: era un familiar querido. El infierno, la cárcel perpetua, el purgatorio por miles de años siempre son para los otros, los malos, los ateos, incluso algún que otro vecino…

Y llegan a decir que nadie es tan malo que no se arrepienta de lo que ha hecho o lo haga en el último instante y nadie es tan perverso que no haya hecho obras buenas en su vida. He ahí el lugar justo, el que se le ocurrió al primer “teólogo” popular de la historia de la Iglesia: ¡el Purgatorio! Hasta el nombre es digno de invención.

Pero el verdaderamente asombroso, pasmoso, extraordinario, argumento medular, el argumento que les debiera sumir en la mayor vergüenza lo leemos en el Catecismo de la I.C., art. 1032:  

Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos…”  

A ver si lo entendemos bien, formulándolo tal cual lo harían B.Gracián, Donoso Cortés o el mismísimo Descartes: “Como rezamos por los difuntos, debe existir el Purgatorio”. Evidentemente huelga rezar por el difunto que o bien pena “in aeternum”, que está en el Infierno, o bien goza de Dios “per saecula saeculorum” en el Cielo. ¡Pero como se reza por los difuntos...! Por lo tanto, artículo 1032, el Purgatorio existe (sería mejor decir “debe existir”). Así de rotunda es la lógica teológica. Y así de infantil. Y así de endeble. Y así de vergonzante.

Habría una tercera consideración que la Iglesia no puede admitir, la crematística: el negocio de los muertos/vivientes. Negocio muy sustancioso. Muertos “reclutados para la causa” incluso en esta misma vida: misas mil, misas dos mil, misas a perpetuidad… dejadas en testamento (a tanto la misa). Las historias testamentarias del Medievo y Renacimiento están llenas de tales mandas (véase, por ejemplo, el testamento de Isabel la Católica). A la Iglesia sólo le interesan los difuntosos que van al Purgatorio. 

Y ahora, espero que esta duda la tomen en consideración, duda  que resulta insuperable si consideramos la temporalidad de la punición o cómo se puede incrustar la temporalidad en la eternidad. Es decir, cómo es el tiempo en el Purgatorio. Que las penas del Purgatorio deben ser temporales, es algo que se deduce de cuanto doctrinalmente afirman. Podría ser un nanosegundo o podría ser un billón de años. Por ello, y sin saberlo, pensar en “indulgencia de 100 días” es puro antropomorfismo, o sea, considerar que todo, en ese supuesto más allá, es “como” aquí en la Tierra. ¿Y es así? No, no es así: el difunto se ha integrado en la eternidad de Dios, en la que no hay tiempo. ¿O sí?

Dejemos de pensar, porque se evapora ese lugar tan necesario para la Iglesia. Además, allí le suponemos al misionero Manolo.

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