La reciprocidad en el respeto: ¿quare fremuentur creduli?

La estocada mortal a las religiones no proviene de combatir o denunciar tales o cuales quisicosas como puedan ser errores interpretativos, chascarrillos historicistas, burocracias asentadas o pederastias varias, por más que sean del más grueso calibre, sino

A) por el convencimiento del mundo de la falacia de los contenidos dogmáticos;

B) por la escasa virtualidad moral de las creencias frente a valores éticos firmemente afianzados en el individuo y la sociedad.

De momento no es así, porque ninguna de las dos opciones es apodíctica, sobre todo la segunda.

Aunque la praxis religiosa sea de términos medios, no lo es en la doctrina, en las intenciones, en los fundamentos. Las mismas religiones no los admiten. Decimos de términos medios porque la inmensa mayoría de los creyentes navega en el caliginoso mar de la creencia-increencia, de la creencia-sin consecuencia, del rito sacramental-sin efecto vital, de la presencia de Dios en el templo-ausencia extra muros del mismo...

Consecuentes con el rigor doctrinal de los credos, el rechazo a los mismos tiene la misma lógica, la de no admitir términos medios o componendas relativistas. Que no otra cosa es la lid entre racionalidad y fe.

Nuestro tiempo asiste a la separación efectiva entre ambas instancias vitales. Por lo que afecta a los creyentes, ejercicio reconocido de la libertad en el recóndito de las conciencias y un recular de los credos a los santuarios donde dormitan y vegetan. Por lo que toca a las personas normales, tal pretendida "libertad" hay que ejercitarla con todas sus consecuencias; las convicciones han de ser defendidas. Si en esta pugna se derrumba el castillo de las religiones, bienvenido sea el cataclismo.

La sociedad comienza ya a ser fuerte frente a creencias. Le está comiendo el terreno. Lo venimos diciendo y repitiendo una y otra vez: es preciso ir la raíz –la creencia en dioses--, algo que no es necesario para la vida, ni para la ciencia, ni para la moral, ni para el progreso, ni para el bienestar... sabedores de que el único hecho cierto es que tal Dios existe como producto mental supersticioso de millones de seres.

Contestaba hace días a alguien que denigraba con palabras despreciativas las opiniones que aquí se vierten: Las religiones inundan el espacio con afirmaciones religiosas que chocan contra al sentido común. Pero cuando una razón medianamente formada lo dice y hace explícitas sus conclusiones sobre tales credos, éstos se rasgan las vestiduras, lo califican de blasfemias, herejías... y exigen respeto a las creencias. ¿No se percibe el contrasentido? ¿Cuáles son las verdades limpias y puras? ¿Sólo las suyas?

La persona normal ha de consentir la intromisión de los credos en la vida, haciéndolos presentes de mil maneras y modos. ¡La libertad del que cree! El creyente, en cambio, no puede admitir que alguien haga explícito que todo eso es un atentado contra la inteligencia.

Apréciese con un ejemplo: el creyente tiene derecho a decir que "ahí" está real y verdaderamente Jesucristo y exige el derecho de "pasearlo" por las calles. ¿Le conceden el mismo derecho a la persona normal para pregonar que "ahí" sólo hay harina prensada sustentada por valiosísima orfebrería y que la calle no es lugar para reivindicar creencias? ¿Quién ofende a quién?

Ni el uno ni el otro deberían ofenderse ello: para quien lo crea, será cierto. Para los demás, un sinsentido. La diferencia está en las consecuencias, es decir, la presencia de una u otra verdad en el entramado social y el sustento de la misma con energías civiles.

Hay un leve matiz "sin importancia" en el ejemplo de arriba, cual es que por esto achicharraron en 1642 en Madrid a un tal Benito Ferrer. Aprovecharon, además, que estaba medio loco. (1)

Siglo dichoso el nuestro en que se puede decir algo cuyo precio en los pasados era la vida. Y ya no es sólo libertad para decir lo contrario con fundadas razones. Se trata también de preservar el ámbito de convivencia de credulidades infundadas. ¿Entienden por dónde van los tiros?

La serie de las afirmaciones que siguen es para ellos “falsedad” manifiesta. Admitimos que así lo digan porque son sus creencias. Pero ¿pueden aceptar y son capaces de admitir que alguien lo diga? Mediten en la “leve” diferencia entre el ataque y la exposición.

Pues allá van algunas afirmaciones de grueso calibre. No esgrimirán razones para defenderlas; lo harán con denuestos.

a) El Dios de los cristianos, de los islamistas, de los hindúes y de los zulúes no es más que un engendro mental fruto de la superstición y el consenso;

b) todo lo que sigue a ese concepto-Dios en forma de abstrusa teología es fruto de la elucubración filosófica y teológica de mentes "unidireccionadas", no de revelaciones;

c) y ya en nuestro entorno cristiano, pues cristiano es gran parte del sustrato cultural de Europa, que María, caso de haber existido, no fue madre de ningún Dios y el fundamento del desmadre idolátrico hunde sus raíces en el entramado psicológico del hombre;

d) que por más que alfombren con flores los suelos de ciudades, villas y aldeas, no hay nada más que harina en la oblea que exhiben como hostia consagrada: elongando mucho el "misterio", la persona normal lo podría aceptar como símbolo del sustento humano o como recuerdo de una comida fundadora;

e) que los sacramentos no son más que actos simbólicos sin virtualidad alguna;

f) que su única y no declarada finalidad es la de "sujetar" al fiel a ritos y más ritos;

g) que todos cuantos se consagran o se consideran "hermanos", "siervos" y "esclavos" de Cristo, de la Milagrosa, de la Dolores, de Sanjosé, de los Sagrados Corazones, del Escapulario... se entregan a una vida prendida de fetiches, engañosa, cuando no de apariencia;

h) que tal vida y tales prácticas no tienen otro sustento que "conceptos", "deseos", "ansias", “carencias psicológicas”... pero ninguna realidad;

i) que, en el pasar de los años y a la vista de lo visto, muchos pagarán esa entrega con la enfermedad de su psiquismo roto o de la mente adormecida (para muestra, la abundancia de pederastia y vicios escondidos);

j) que cualquiera puede hacer propias cuantas afirmaciones racionales se encuentren en el Syllabus y demás listas de herejías sin que pase nada.

k) Y que habiendo conseguido la liberación de tales credulidades, desaparece cualquier sentimiento de pecado y siente una inmensa, feliz, beatífica liberación, ¡"al fin"!


No se alboroten con tales afirmaciones. Nada más intenten admitir que alguien lo diga. Eso sí, alguno quizá intuya las posibles derivaciones prácticas. La primera, como hemos dicho en "k", que nada pierde quien tal pierde: la ganancia de sí mismo sólo la aprecia quien de tal acto higiénico se precia(2)... siempre que no busque ni caiga en sucedáneos de peor catadura.

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(1) También en recuerdo de mis amigos Pedro de Bruys y Enrique de Lausana: por decir que el bautismo de los niños era una monstruosidad, que la Misa es un cuento y que la Iglesia no tiene autoridad alguna en el mundo, fueron quemados vivos en 1140. Aquí estoy yo, ufano de poder retomar sus palabras y lanzarlas a los vientos. Hoy tengo la confianza de que no me podrán chamuscar. Algo ha avanzado el mundo. En todo caso, admitimos que alguna cuyo nombre entona "cánticos de buen ver", pueda tildarnos de mentecatos, mequetrefes o malintencionados.

(2)No confundamos asuntos: la cultura proporcionada por la creencia es algo que no se debe perder ni dejar de lado. Arte, literatura, música... De ahí mi convicción de que la asignatura "religión" se deba impartir, aunque con la asepsia necesaria.
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