¿Tiene sentido luchar contra las creencias?

Luchar contra la creencia desde concepciones racionales parece no tener el más mínimo sentido.
Siempre será el choque entre dos mundos que ni siquiera se avistan, que no tienen o no quieren tener puntos de contacto o quizá se rechazan porque se temen.
Serán argumentos racionales fríos, secos, estériles, fácilmente objetables contra vivencias “sentidas”, firmes y asentadas en el diario resistir a las miserias de cada momento.
El que se enfrenta a una creencia quizá provoque ventoleras que sólo consigan cegar con el polvo levantado al mismo que las levanta.
Solamente hay un camino: suplantar la creencia con un mundo paralelo.
--Un mundo pletórico de humanidad,
--un mundo de pensamiento,
--un mundo de conocimiento,
--un mundo festivo y alegre,
--un mundo con sus celebraciones propias,
--un mundo en que la persona se encuentre a sí misma allí donde desconoce lo que le acontece, allí donde le perturban sus miedos y sus angustias más íntimas.
Hay que ir desocupando a la creencia, desalojándola de los espacios que ha ocupado...
Y precisamente quienes pueden jugar un papel más activo contra ello son quienes más íntimamente han vivido y convivido con la credulidad, sea por la convicción, sea dentro de la organización.
Ya sabemos que la ira de la jerarquía es más terrible si se ejerce contra el que “creen” todavía “dentro”. La agresividad siempre es manifestación de debilidad. Sólo agrede quien se siente débil. La herida de los demás no duele, la propia sí.
Proposiciones respetuosas de quien ejerce de racional suelen ser brasas ardientes en las carnes de los tutores de la verdad. Las invectivas externas no les hacen tanto daño como las que llegan de quienes “conocen” sus cocinas.