La bioética ha vivido una época de profunda reflexión en el ámbito de las ciencias biomédicas. Ha imperado, casi sin advertirlo, un paradigma principialista, procedente de América, reflejo de una cultura autorreferencial en crecimiento. De ahí la centralidad del principio de autonomía, que, junto con los de no maleficencia, beneficencia y justicia, se ha convertido casi en una cartilla básica repetida para mostrar que estamos “en lo correcto”.
Sin embargo, se hace necesario hablar hoy del principio de humanización. Este consiste en el reconocimiento y promoción de la dignidad inalienable de toda persona, especialmente en situaciones de vulnerabilidad, enfermedad, proximidad de la muerte y duelo.
El principio de humanización se sustenta en el reconocimiento de la alteridad y en la responsabilidad hacia los demás. Es el principio que impulsa un cuidado incondicional, que en ocasiones se traduce en hacer lo posible por curar, pero siempre desde el respeto a la persona y su dignidad.
Hablar del principio de humanización es formular éticamente lo que significa humanizar: conjugar los valores del humanismo en las relaciones sanitarias, inspirando actitudes, gestos y decisiones. Este principio, universalizable, nos mueve a la personalización en toda conducta de cuidado, poniendo a la persona —no al procedimiento— en el centro del acto sanitario.