El Pilar: Homilias Sin Evangelio
Con humildad, educación y sintiéndolo mucho, es obligado referir que la sensación generalizada que popularmente se percibe en el Pueblo de Dios, y en el otro, es la de que sacerdotes y obispos, ni encontraron, ni practican fórmulas de presentar la palabra de Dios en conformidad con sus necesidades y urgencias. Cualquiera de las formas de expresión adoctrinadora de tan salvadora palabra escrita, y sobre todo oral, tiene mala prensa, o no tiene ninguna. No es, por tanto, raro observar que, preocupación capital en los asistentes a los actos de culto, y más a los “de precepto”, sea la de contar con la seguridad de que la proclama del celebrante- predicador, –sermón u homilía-, ha de ser breve. Me ahorro en esta ocasión desvelar algunas de las causas que ponderadamente obligan a “los fieles cristianos” a pensar de esta manera, y comentar sin rubor alguno su aburrimiento o desinterés ante propios y extraños.
Aun plenamente consciente de este sentir popular, con ocasión de este comentario “itinerante”, opto por aducir un ejemplo del que fueron partícipes multitud de personas, ofrecido con toda solemnidad, y “coram pópulo”,nada menos que por un arzobispo en una de las fiestas televisadas con audiencia mayor del calendario litúrgico de España. Se trata del día del Pilar, en la celebración de cuya santa misa participaron otro arzobispo, señores capitulares y sacerdotes y multitud de devotos, dentro y fuera del templo, con preceptiva mención de los países hispanoamericanos, - Día de la Hispanidad-, gracias al “milagro” operado por los nuevos medios de comunicación.
La homilía –“razonamiento o plática que se hace para explicar al pueblo las materias de religión”- fue predicada por el celebrante principal, el actual arzobispo de Zaragoza, con su ritual mitra, báculo y ornamentos sagrados festivos, quien por cierto consumió largo rato del preámbulo en saludar a “las autoridades religiosas y civiles”, destacando sus correlativos tratamientos superlativos de “reverendísimos y excelentísimos”, sin la más leve irreverencia para el protocolo, dando la impresión de ser ellos los únicos, o principales, destinatarios de la palabra de Dios. El pueblo-pueblo apenas si fue levemente “saludado”, aun contando con que el eje y justificación de la homilía no era otro que la figura de la Virgen María que, con la advocación sacratísima del Pilar, es venerada en la cristiandad.
. En realidad, los gestos pontificales, las palabras altisonantes, hiperbólicas y prosopopéyicas, el engolamiento fatuo y altanero en su tono y pronunciación, el lenguaje patrimonial del mandato y de la imposición, incompatible con el del diálogo exigido por la homilía, y otras circunstancias y detalles, no parecieron los más apropiados para enaltecer y magnificar las virtudes de la Virgen y excitar a sus fieles a acrecentar su devoción y a imitar sus ejemplos.
. A título de curiosidad, aporto algunos de los términos y expresiones literales pronunciadas en la susodicha homilía arzobispal mariana:” cerviz alta”, “¡qué fuerte hechizo tiene este templo¡”, “ foco esplendente que nos conduce hacia Cristo tanto de día como de noche”, “tenaz propósito”,”prosélitos, grey y rebaño”, “ compendiados y reunidos”,” eximia atención”, “ Cristo-Jesús, Verbo preexistente y eterno”,” la Virgen, miembro purísimo del resto de Israel”, “ ley (mosaica) cognoscible por las sola razón”, “Verbo encarnado- “kairós” no acontecido “,”recibir y aceptar en su inmanencia la palabra de Dios”, “¡cuan grande¡”, “ criterios hermenéuticos del ser de las cosas (interpretar textos sagrados)”,” excitar el nihilismo y toda clase de positivismos”, “tiempo y cosmos”, “ generación marcada por el miedo”, “ armas de la fe y de la razón”…
. No se si al Pueblo de Dios, extasiado e imbuido de la devoción a la Virgen, y en esta ocasión con el simpático cachirulo típicamente aragonés, estas y otras palabras de su señor arzobispo le resultaron religiosamente adoctrinadoras. Lo que sí se es que echaron de menos, y les pareció incomprensible y estratosférico, que sus autoridades e instituciones y el pueblo- pueblo no se merecieran ni una sola alusión a la situación actual económica, social, política y religiosa por la que atraviesan todos –incluido Aragón-, sin que los versículos del “Magníficat” se hicieran presentes como referencia evangélica de esperanza y de luz.
Ni por el contenido y ni por la forma, la homilía de la misa solemne del Pilar, fiesta nacional por más señas, con su proyección también religiosa hacia la Hispanidad, puede pronunciarse de esa manera. La preceptiva, o aconsejable, participación de otros sacerdotes y laicos en su preparación, le hubiera aportado los elementos necesarios para haberla tornado evangélica, y de actualidad y provecho.
Aun plenamente consciente de este sentir popular, con ocasión de este comentario “itinerante”, opto por aducir un ejemplo del que fueron partícipes multitud de personas, ofrecido con toda solemnidad, y “coram pópulo”,nada menos que por un arzobispo en una de las fiestas televisadas con audiencia mayor del calendario litúrgico de España. Se trata del día del Pilar, en la celebración de cuya santa misa participaron otro arzobispo, señores capitulares y sacerdotes y multitud de devotos, dentro y fuera del templo, con preceptiva mención de los países hispanoamericanos, - Día de la Hispanidad-, gracias al “milagro” operado por los nuevos medios de comunicación.
La homilía –“razonamiento o plática que se hace para explicar al pueblo las materias de religión”- fue predicada por el celebrante principal, el actual arzobispo de Zaragoza, con su ritual mitra, báculo y ornamentos sagrados festivos, quien por cierto consumió largo rato del preámbulo en saludar a “las autoridades religiosas y civiles”, destacando sus correlativos tratamientos superlativos de “reverendísimos y excelentísimos”, sin la más leve irreverencia para el protocolo, dando la impresión de ser ellos los únicos, o principales, destinatarios de la palabra de Dios. El pueblo-pueblo apenas si fue levemente “saludado”, aun contando con que el eje y justificación de la homilía no era otro que la figura de la Virgen María que, con la advocación sacratísima del Pilar, es venerada en la cristiandad.
. En realidad, los gestos pontificales, las palabras altisonantes, hiperbólicas y prosopopéyicas, el engolamiento fatuo y altanero en su tono y pronunciación, el lenguaje patrimonial del mandato y de la imposición, incompatible con el del diálogo exigido por la homilía, y otras circunstancias y detalles, no parecieron los más apropiados para enaltecer y magnificar las virtudes de la Virgen y excitar a sus fieles a acrecentar su devoción y a imitar sus ejemplos.
. A título de curiosidad, aporto algunos de los términos y expresiones literales pronunciadas en la susodicha homilía arzobispal mariana:” cerviz alta”, “¡qué fuerte hechizo tiene este templo¡”, “ foco esplendente que nos conduce hacia Cristo tanto de día como de noche”, “tenaz propósito”,”prosélitos, grey y rebaño”, “ compendiados y reunidos”,” eximia atención”, “ Cristo-Jesús, Verbo preexistente y eterno”,” la Virgen, miembro purísimo del resto de Israel”, “ ley (mosaica) cognoscible por las sola razón”, “Verbo encarnado- “kairós” no acontecido “,”recibir y aceptar en su inmanencia la palabra de Dios”, “¡cuan grande¡”, “ criterios hermenéuticos del ser de las cosas (interpretar textos sagrados)”,” excitar el nihilismo y toda clase de positivismos”, “tiempo y cosmos”, “ generación marcada por el miedo”, “ armas de la fe y de la razón”…
. No se si al Pueblo de Dios, extasiado e imbuido de la devoción a la Virgen, y en esta ocasión con el simpático cachirulo típicamente aragonés, estas y otras palabras de su señor arzobispo le resultaron religiosamente adoctrinadoras. Lo que sí se es que echaron de menos, y les pareció incomprensible y estratosférico, que sus autoridades e instituciones y el pueblo- pueblo no se merecieran ni una sola alusión a la situación actual económica, social, política y religiosa por la que atraviesan todos –incluido Aragón-, sin que los versículos del “Magníficat” se hicieran presentes como referencia evangélica de esperanza y de luz.
Ni por el contenido y ni por la forma, la homilía de la misa solemne del Pilar, fiesta nacional por más señas, con su proyección también religiosa hacia la Hispanidad, puede pronunciarse de esa manera. La preceptiva, o aconsejable, participación de otros sacerdotes y laicos en su preparación, le hubiera aportado los elementos necesarios para haberla tornado evangélica, y de actualidad y provecho.