La política, ¿estructura de pecado?

Y apunto con urgencia que modo y forma de concebir y ejercer hoy la acción política en España rondan los linderos de la inmoralidad en su concepto gramatical de “acción que se opone a la moral o a las buenas costumbres”, congruente con su rigurosa acepción de que “no concierne sólo al orden jurídico, sino al fuero interno o al respeto humano”, con lo que “el acto moralmente bueno supone a la vez la moral del objeto, del fin y de las circunstancias”.
En el contexto en el que se gesta, decide y practica la acción política, ateniéndonos además a las formulaciones de principios formulados oralmente, y al margen o sobre los constitucionales, la inmoralidad de la acción política es referente claro y contundente.
Está de más destacar la carga de veracidad que entraña el hecho fundamental constatado por muchos de que el servicio al pueblo se encuentra en el último peldaño de la preocupación y acción políticas o de los políticos. Lo que a ellos de verdad les interesa, por lo que trabajan y a cuya actividad se consagran de por vida es el bien propio y el de sus grupos, partidos, coaliciones o ligas. Desprecian o prescinden de principios sustantivos del sistema democrático e impunemente, y a veces con hipócrita invocación de los mismos engañan al pueblo obligándole de modos diversos a su mantenimiento, gloria y enaltecimiento.
Son muchos los políticos que dan la impresión de carecer de formación humana y aun profesional, obnubilados por la idea de su ascenso propio, acaparando beneficios y satisfacciones, a las que jamás hubieran podido acceder de no haber encontrado tan fácil camino. En tal programación benéfica incluyen de forma indignante a familiares y amigos para los que se inventan dignidades, pseudo-oficios y remuneraciones que sobrepasan los límites de lo justo y de los que sólo raras veces se hacen eco los medios de comunicación y cuya noticia se atreve a llegar a la opinión pública, dado que también los políticos ejercen en ellos de administradores.
Sin complejo alguno, alargando además sus tentáculos hasta otros poderes del Estado de derecho –ex-Estado y ex –de derecho en tantas ocasiones-, se creen facultados para imponer y mandar ejecutar normas y leyes, invocando la fuerza y legitimidad conferida por los votos y sin tener en cuenta siquiera la nulidad de los mismos al haberles sido adscritos y subordinados a promesas que ni cumplieron ni tal fue jamás su intención.
Someter a un soberano, libre y honrado análisis el planteamiento y la acción de la mayoría de nuestros políticos exigiría automáticamente su cesantía y destitución, a veces con el inicio del correspondiente proceso judicial. En tal caso, instigadores de la promulgación de no pocas leyes y normas, así como de su interpretación, a nadie podrá preocuparle la imposible contingencia de que por poner un ejemplo de plena actualidad todos ellos han de afrontar su jubilación bien pertrechados. Aún más, atrapados o descubiertos en algunos delitos, siempre alentará la feliz esperanza de que el trato judicial que reciban se distinguirá por la benevolencia.
El régimen de excepcionalidad en el que viven los políticos, la lejanía y manifiesta superioridad que manifiestan en relación con los votantes, pese a la burlesca cercanía en los momentos electorales, la acendrada y absurda convicción de que son superiores a los demás contribuyentes, tal vez a consecuencia del divismo producido o inventado por los medios de comunicación y de tantas otras depauperadas y absurdas razones posiblemente contribuyan a achicar el grado de responsabilidad de los políticos en el elenco de inmoralidad en el que se sitúan o los situamos.
Siendo el pueblo por definición el protagonista del sistema democrático, quienes vivan de él, jueguen, se diviertan, se beneficien o lo engañan cometen uno de los pecados más despreciables, para el que difícilmente habrá perdón en esta vida y también en la otra.
Otros tantos pecados o situaciones de pecado graves entrañan las que hoy se sitúan como cualidades o “virtudes” políticas, como son la ambición, la hipocresía, la ambigüedad, la volubilidad, la astucia, la maniobrabilidad, la simulación, la intriga, la aspiración desmedida, el ardid…
© Foto: djcodrin