Yo no soy Charlie

Hay que tener muchas agallas para publicar las viñetas sobre Mahoma y los musulmanes como hacía el semanario francés. Sabían que las amenazas no eran palabras vanas sino que tenían un gran componente de realidad y que el Estado Islámico había añadido pólvora al ya recalentado polvorín europeo. Y a pesar de todo, siguieron impertérritos soltando cargas de humor sobre todo el que se movía o salía en la foto. Pues sus víctimas no eran sólo los musulmanes sino que bajo sus lápices cayeron todas las religiones además de los políticos, empresarios, actores… que se pusieran a tiro. Yo les agradezco esas sonrisas que brotaron de nuestros labios, a la par que admiro su valor, una valentía que no tengo y por la que declaro que no soy Charlie.

Me dice un amigo jurista que en España el código penal condena muchas de las viñetas que aparecieron en la portada de la revista de marras ya que exige un respeto a las creencias que incluye a los ateos. Una situación que debe ser similar a la de los Estados Unidos donde los periódicos han hablado de la masacre y de los famosos dibujos, pero no los han reproducido presuntamente para no cometer delito. Como no quiero tener que sentarme en el banquillo de los acusados, declaro que no soy Charlie.

Y reconozco que me encuentro ante un dilema personal. Creo que la libertad de expresión es un logro de nuestra civilización al que no debemos renunciar y no me molesta que se metan con mis creencias pues no afecta a la firmeza de mi fe, incluso me puede hacer gracia. Pero ¿dónde ponemos los límites? ¿hay límites? Hay algunos clarísimos como la mentira, la calumnia y la incitación a la violencia pero hay otras fronteras que no son tan claras. El humor es sano y bueno pero tiene un componente de daño a la reputación de terceros que me hace declarar que yo no soy Charlie, aunque admire facetas del semanario y sería muy cauta a la hora de limitar su libertad de expresión.
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